29 mayo 2007

La hora de resistir, y de soñar

El cierre de RCTV, su clausura forzada y separación de la red de radioemisoras del país, fija un antes y un después, ahora sí, en la vida y maduración de los venezolanos.

Significa, sin eufemismos, la prohibición más aguda dirigida a una mayoría - que bien podría tratarse de una minoría con tan iguales y legítimos derechos - a la que se le violenta, mediante la desviación dictatorial, su derecho de oír, de ver y de escoger libremente, sin imposiciones extrañas, una alternativa de información y entretenimiento televisivos dentro de las pocas que nos quedan; que se han reducido desde la vigencia de la Ley Mordaza o Ley de Responsabilidad Social de Radio y Televisión.

Equivale tal cierre a una prohibición medieval.

No es distinta de la proscripción de libros que hiciera el censor eclesiástico al considerarlos incompatibles con su visión de la vida y moralidad, y cuando la oferta de otros libros, que a fin de cuentas eran los autorizados por el mismo censor, no aligeraba la gravedad de la censura. El lector carecía entonces de lo más importante: de su libertad humana para discernir.

De modo que, en cuanto hace a la clausura del Canal 2, el asunto en cuestión no reside en el mendaz debate acerca de si el Derecho permite o no a la autoridad dar por concluida una concesión a término, otorgada a una empresa privada, o si se trata de un servicio público del Estado o bien de una actividad de interés público que, al igual que todo comercio libre, requiere de un permiso administrativo eventualmente revocable.

El asunto es otro y raizal.

En la democracia la ley ha de aplicarse con criterio democrático. Y ello implica las exigencias de razonabilidad, de generalidad - a todos por igual - y del daño menor, como de su interpretación de buena fe, que han de estar presentes en tanto que criterios rectores para la aplicación de la ley. Y no solo eso.

En lo nuclear, la ley democrática jamás maltrata aquello que la justifica: asegurar el respeto de los derechos humanos y su ejercicio libre por todas las personas: como el derecho de pensar y escoger libremente entre opciones intelectuales varias y variadas, sin que medien acotamientos ideológicos o políticos por el Estado ni sus censores. Nada menos.

Con el cierre del Canal 2, pues, todos a uno perdemos la garantía de nuestro derecho a decidir libremente a través de que medios formarnos o distraernos.

El dictador pretende hacerlo por nosotros. Ha liquidado a uno de dichos instrumentos para imponernos el suyo, pero aún no controla nuestro pensamiento.

No queda ni nos queda otra opción, por consiguiente, que impedir que él u otros hagan por nosotros lo que nosotros hemos de hacer por nosotros mismos: pensar, soñar sin pausa ni tregua e imaginar luchando por el país distinto que anhelamos todos.

Cabe madurar y dejar de girar sobre nosotros o de rumiar nuestros errores, los propios y los ajenos.

Hemos de resistir a la dictadura mirando y mirándonos y permitiendo que nuestros hijos puedan mirarse en el país como un todo, diferente del que nos quieren forjar contra nuestra voluntad: alienado, dividido, nutrido por la amargura.

Habremos de soñar un país sin rótulos ni adjetivos, bastándonos el nombre de Venezuela y nuestra identidad de venezolanos, sin más.

Hemos de dibujarlo libre de odios y del espíritu traicionero que fomentara nuestro salvaje amanecer, y que no distinga, en lo sucesivo, más que para divisar el horizonte de los excluidos; para fomentar la unidad; para abrirle caminos sinceros a quienes menos tienen; donde la administración oficial sirva sin servirse a sí y practique la transparencia.

Habremos de abandonar el "anti-modelo misionario", sin temores: por inhumano, por explotador de la necesidad humana, por hijo de la emergencia, por estar construido para sujetar la libertad individual mediante la dádiva humillante.

Hemos de aspirar a un país con fuentes de trabajo diversas y un sistema de seguridad social estable; con hospitales dotados y médicos sensibles al dolor humano; cuyas escuelas sirvan para formar pensando y no solo para aprender memorizando.

Un país, en fin, que cuente con legisladores y jueces responsables, que no le hagan cuna a la cobardía ni sean presas del miedo.

El cierre de RCTV ha de ser, en suma, un acicate para la resistencia creativa.

Ha de servir para que nuestra energía la invirtamos en lo único que vale la pena: soñar e imaginar el país del porvenir, para cuando caigan la dictadura y sus iniquidades sin límite.


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