31 mayo 2007

Una bomba de tiempo

Permítaseme tomar prestado el viejo eslogan publicitario de una marca muy conocida de trajes, para expresar acá que entre la oposición y el oficialismo venezolanos "sólo" hay "distancia y categoría". Nótese que el vocablo "sólo" en comillas, no es azaroso, está puesto allí con toda la carga semántica que le es posible, para significar irónicamente que entre ambos sectores del país (para no escribir bandos o trincheras) se abre un abismo, un hiato de forma y de fondo, que indudablemente no podemos obviar. Tal vez un especialista en la lengua castellana podría sacarle mayor partido a la idea, pero deseo significar acá que ese inconmensurable vacío que hoy se nos presenta como país, frente a unas circunstancias políticas y sociales de extrema catadura, está despejando el camino para un estallido de grandes proporciones, que no dudo en afirmar como una bomba de tiempo.
Es tal la presión cotidiana del Gobierno a la sociedad, que no terminamos de asimilar un anuncio (si es que podemos hacer tal cosa), cuando se nos lanza otro y otro más, hasta agotar nuestra capacidad de raciocinio, y terminar exasperados. Eso sin descontar que entre anuncio y anuncio hay todo un espectro lingüístico digno de una tesis doctoral de la infamia. Ahora bien, ante tal arremetida psicológica por parte del Gobierno, la oposición reacciona con mesura, con dignidad, recibiendo cada trancazo con una hidalguía rayana en misticismo. Pero, es que no podemos hacer otra cosa, frente a la fuerza bruta que se nos opone con artillería y otras menudencias propias de un Maquiavelo. Mientras marchamos con pancartas artesanales y con banderitas tricolor, gritando consignas en defensa de nuestros derechos, el Gobierno opone el poder de un Estado hipertrofiado que avasalla con toda la fuerza militar y judicial que es capaz de ostentar, y con todo el poderío mediático a su alcance. Si la oposición lucha por la defensa de la democracia, de la patria y de la vida de todos los ciudadanos, el Gobierno opone la cultura de la muerte, y se solaza pervertidamente en ella.

Mientras el Presidente grita improperios y groserías contra sus adversarios, y los amenaza con llevarlos a la cárcel y destruirlos, un Marcel Granier -por ejemplo- luce impertérrito y gallardo, aunque en su corazón anide el desconsuelo. Cuando en las calles la oposición invoca el respeto a la Constitución y lucha por la defensa de las instituciones, el alto gobierno responde con descalificación, con agravios y con el desmontaje institucional en pos de un comunismo arcaico y retrógrado. Al tiempo que la oposición demuestra civilidad, tolerancia y apego a las leyes, el Gobierno opone decisiones amañadas, arbitrariedad, nepotismo y el más grosero apego a viejas prácticas atrabiliarias y unívocas.
Ante tal abismo de circunstancias no podemos sino afirmar que la "distancia y categoría", que exhiben lo más conspicuo de la oposición venezolana, irrita a la autoridad, la saca de sus casillas. No obstante, todo tiene sus límites. No sabemos cuándo la gota va a rebasar la copa. La sociedad es un colectivo heterogéneo, complejo, cuyos referentes históricos no pasan precisamente por la ingenuidad y la inacción. Precisamente allí es a donde no deberíamos llegar, para insertarse urgentemente la sensatez, la lucidez y el tino político. Los extremos a nada conducen: ejemplos continentales y planetarios los hay a montón. O desactiva el alto gobierno esta bomba de tiempo que nos lacera la razón y el espíritu, o las consecuencias de toda índole podrían perderse de vista.

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