Pasó sin pena ni gloria -para la "Vinotinto" por supuesto- la Copa América. Esa efervescencia que llegó muchas veces al paroxismo, comienza a ceder, y en su lugar se instala de nuevo la lucha política, los dimes y diretes, los fulanos anuncios presidenciales, la "Ley Habilitante", los detenidos sin el debido proceso, las amenazas del socialismo-leninismo, las escasez de productos, los oscuros nubarrones en el horizonte. Se acabó el pan y el circo y vuelve otra vez la cruda realidad de un país escindido, enfermo, que no termina de despertar ante la incertidumbre y el desconcierto. Ese anestésico llamado "fiebre del fútbol" perdió abruptamente su poder y llega el dolor social, la lucha por la vida, la pelea mortal por los derechos pisoteados a cada instante, la insondable locura de un país que perdió de pronto su capacidad de asombro y de reacción, de tantos golpes, de tanto maltrato, de tanta demagogia erigida lastimosamente en cultura nacional.
Pasó el campeonato y quedaron en las regiones estupendos estadios, millonarias inversiones, que a la vuelta de la esquina veremos tragarse el monte y la suciedad por el no mantenimiento. Quedaron monumentales obras, nadie lo podría negar, pero el vacío espiritual del venezolano es más grande que el pico Bolívar o que el Salto Ángel. ¿Quién a estas alturas tiene el poder y la capacidad de allanarlo con la esperanza? Hay obras de infraestructura a lo largo y ancho del país, pero la principal obra no se ha acometido: el ser humano y su felicidad. Los niños de la calle, los ancianitos del Seguro Social, los ejércitos de indigentes que deambulan en nuestras ciudades, los cientos de miles de desempleados, los enfermos renales, las víctimas semanales del hampa, los presos políticos, los exiliados, los perseguidos, los medios sancionados, los periodistas silenciados, el ciudadano común que siente vulnerados sus más conspicuos derechos, el padre y la madre de familia que no ven un futuro cierto para sus hijos, los jóvenes recién graduados que se van a otras latitudes, entre otras nimiedades, son un duro y claro mentís a una revolución que ha olvidado sus promesas y sólo desea atornillarse al poder a costa de lo que sea. Incluso de nuestros propios deseos.
PD: Las obras civiles dejadas por el gobierno de Marcos Pérez Jiménez fueron estupendas, visionarias, y hoy se mantienen incólumes, pero la huella, el legado de horror, la podredumbre a su paso echó todo por tierra, y ello no lo puede -ni debe- olvidar la historia.
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