05 agosto 2007

¿Capicce?

Bueno, el ambiente comienza a calentarse en espera de la reforma constitucional. En el plano económico, el impacto es negativo y la razón evidente: las noticias malas que se cuelan (y son ciertas) y las que inventan los exagerados de oficio (que igual espantan), ocasionan que muchos tenedores de capital busquen protección de su patrimonio por dos vías: 1) contraer o restringir sus inversiones en Venezuela y 2) comprar divisas, tanto con sus bolívares en efectivo, como con cualquier crédito que consigan, porque creen que dejarle el riesgo al banco es un tiro al piso.

En este último tema, es inútil el debate sobre cuál es el tipo de cambio real en Venezuela. El mercado esta distorsionado por un cambio oficial de 2.150 Bs./$, ridículamente bajo, con el que el Gobierno intenta reducir artificialmente la presión inflacionaria y, por otro lado, un tipo de cambio paralelo o negro insólitamente alto por efectos de la incertidumbre que aterroriza a los tenedores de capital, en el marco de un ambiente político que perciben hostil. El problema es que en la medida en que los nervios del mercado se exacerban ante nuevas amenazas al patrimonio, a la propiedad o a la libertad para hacer negocios privados, la diferencia entre el tipo de cambio oficial y el innombrable se amplifica a niveles insostenibles y las posibilidades de que el Gobierno controle el problema con mecanismos convencionales, como incrementos en el encaje legal o emisiones de bonos baratos, se hace cada vez más difícil. Cuando el mercado se descontrola, el miedo se autopotencia. Si cada día hay más gente que prefiere pagar "caro" por un dólar negro porque cree que la situación económica y política puede explotar o porque percibe que la radicalización le afectará personalmente, el dólar entra en una tendencia alcista, difícil de parar, porque incluso los más conservadores comienzan a ponerse nerviosos y a comprar lo que sea, aunque el precio no parezca racional. Las amenazas penales contra los compradores de divisas subterráneas, las acciones compulsivas e intimidantes en contra de los empresarios o propietarios y la idea de restringir los espacios de la inversión privada por vía de la reforma constitucional sólo sirven para acelerar el autobús del terror en el que está metido buena parte de los inversionistas ahora mismo. Si el Gobierno no entiende la gravedad de esta situación, el autobús perderá los frenos y podría no pararlo ninguna rampa de frenado que se intente colocar a última hora.

He sostenido la tesis de que el último interesado en que el mercado paralelo se desborde es el propio Gobierno y sigo pensando que van a reaccionar racionalmente bajo presión, por lo que, aunque veremos números peores en el corto plazo en el dólar negro, no creo que esos niveles se puedan mantener y mucha gente quedará ensartada comprando caro. Aunque no lo reconozca, el Gobierno sabe que la devaluación en el paralelo es inflacionaria y que las medidas de control de precios y producción son buenas para el show político pero pésimas para resolver el problema de inflación y abastecimiento. Esto podría afectar la popularidad del Presidente si no se toma en serio, por lo que tiendo a pensar que la reforma constitucional contendrá menos amenazas económicas que las esperadas y el mercado estará inundado de dólares oficiales en breve para reducir la presión alcista. Sin embargo, el problema es que mientras más dejen correr el autobús sin frenar, será más difícil convencer al carnicero italiano (donde voy para librarme de los efectos perversos del control de precios sobre la pulpa negra), quien me dijo recientemente: "Doctore, mis amigo dicen que el dólar está caro a 4.500 y yo le digo que están locos, con lo que viene aquí en la reforma constituccionale, a chinco mile, a seis mile a ocho mile, el dólar e´ un regalo".

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