09 marzo 2008

¿Morir por Marulanda?

Por ahora, no son muchos los que, en Venezuela como en Colombia, crean que las amenazas de Chávez sean otra cosa que una de sus habituales fanfarronerías. Y esa impresión se reforzó cuando éste dijo que si se produjera en nuestra frontera una situación similar a la de la frontera ecuatoriana, eso sería un causus belis. Es decir, algo que no existe ni ha existido nunca, porque en ninguna gramática latina se puede encontrar semejante frase.

Lo que sí sería una ofensa, un verdadero casus belli es el minuto de silencio guardado por el teniente coronel en homenaje a "Raúl Reyes", ese impoluto angelillo asesinado mientras empiyamado por Lacoste, descabezaba una pacífica siestecita, como impone la ingesta de una buena sobrebarriga rociada con el viejo y noble ron de Caldas.

Olvidó a Escobar Gaviria

Pero aquí el ofendido no sería el Gobierno ni mucho menos el pueblo colombiano, sino la cartelocracia de los narcos. Porque si es verdad aquella expresión según la cual lo que es igual no es trampa, es ofensivo o en todo caso discriminatorio que el Jefe del Estado venezolano no le haya rendido por ahora igual homenaje a Pablo Escobar Gaviria, ese sí muerto en combate. Porque combatiente es combatiente, así como narco es narco. Y si a ver vamos, mucho más daño le ha causado al Imperio norteamericano el jefe del cartel de Medellín que el subjefe de la banda de Tirofijo.

Pero además, aquí no se detiene la voluntad discriminatoria del teniente-coronel. Que sepamos, no ha amenazado, mucho menos intentado, romper relaciones con Francia, ni enviado de vuelta a París a sus diplomáticos con sólo lo que llevaban puesto. Y eso que la Quinta República francesa es convicta, confesa y culpable no sólo de haber hollado el suelo de un país que ni le era vecino, sino que, además, lo hizo para perjudicar a un venezolano.

Un venezolano secuestrado

El país agredido fue Sudán, y el venezolano vilmente secuestrado por la oligarquía francesa se llama Carlos Ilich Ramírez, mejor conocido en los bajos fondos como "El Chacal". De quien, en una carta muy famosa, apenas llegado al poder, Chávez se despedía con un solidario "hasta la victoria siempre".

Tan convencida está Colombia de que la movilización ordenada por Chávez es una payasada más sin mayor peligro, que ni siquiera se ha tomado el trabajo de hacer otro tanto en sus fronteras. Pero eso no es lo más significativo, sino el hecho de que del lado acá, se tienda a adoptar una actitud parecida: lo de Chávez no pasará de ser un alboroto mediático (coreado, hay que reconocerlo, por intelectuales patriotas de la talla de Nicolás Maduro, Jorge Valero, Darío Vivas y Lina Ron).

Pero es un error pensar de esa manera. La movilización decretada por Chávez forma parte de un plan suyo donde la pelea con Colombia es apenas un hecho circunstancial. El verdadero objetivo es el de poner al país en pie de guerra.

La planta insolente

No para impedir que nuestro territorio sea profanado por la "planta Insolente" del extranjero, sino porque poner a un país en pie de guerra significa poner lo militar por encima de todas las cosas, significa militarizarlo. Y ese ha sido el Norte, el objetivo final del teniente coronel desde 1982 y el cursilísimo juramento del Samán de Güere, ese tótem del personalismo gomecista.

Pero que ese sea su plan no significa que pueda ponerlo en práctica. La misma serenidad, para no hablar de indiferencia, de los venezolanos frente a la irrefrenable parla (que ahora que la tomó por los latinajos macarrónicos, se ha vuelto lo que Quevedo llamaba con sorna "la culta latiniparla") del teniente coronel; esa indiferencia, es una forma de resistencia pasiva a ese proceso de militarización. Una movilización militar como la actual hubiese arrastrado en cualquier otra parte multitudes delirantes sacudidas con razón o sin ella por un llamado patriotero ¿Dónde está hoy la "Unión Sagrada" que hasta un ridículo payaso (mejorando lo presente) como Cipriano Castro propuso y logró en 1902?

Una guerra "de anime"

Pero, además, hay otro obstáculo para el plan de esa "guerra de anime" con la cual está jugando el teniente coronel con la misma cómica irresponsabilidad con que el gran dictador de Chaplin jugaba con el globo terráqueo (dicho sea de paso, aquella irresponsabilidad de majareta derivó hacia la mayor guerra que haya conocido la historia). (Nunca se sabe, con esos atarantados). El obstáculo reside en el poco entusiasmo que muestran los más directamente implicados en el asunto, los que en primer lugar arriesgarían el pellejo, y que por formación profesional saben mejor que nadie cuánto duele una bala que dé en el blanco de unas tripas humanas. Esto no es una conjetura, ni tampoco dudamos del coraje de nuestros soldados; lo que decimos se basa en la más simple percepción: ¿Dónde están los soldados cubiertos de flores por la multitud y a la vez, de su parte, dónde está esa "flor en el fusil" que indique que nuestros muchachos vayan a arriesgar sus vidas con alegría por una patria que signifique mucho más que el capricho y la alucinación narcisista de un mandón o la orden de morir en un combate ajeno?

O sea, que es de dudar que nuestros soldados estén dispuestos a morir por Marulanda. Por otra parte, el calor guerrero no se enciende sólo con arengas, sino predicando con el ejemplo: ¿visitaría el teniente coronel el frente de batalla, o se limitaría a enviar sus órdenes desde el Museo Militar?

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