18 noviembre 2008

El imperio de la mediocridad

En una sociedad "normal" sus mejores hombres y mujeres se ocupan de las tareas importantes, tanto en la producción de bienes, como en la procura de servicios y actividades estratégicas. Los mejores lo son porque están preparados para hacer el trabajo que se requiere para que la vida en sociedad funcione; los mejores tienen la educación, las habilidades, la organización y la responsabilidad necesarias para que cosas tan cotidianas como encender la luz y que ésta se encienda y permanezca encendida, sucedan, igual, con abrir un grifo y que salga agua limpia y sin malos olores; que regularmente se recoja la basura y se disponga de ella sin ocasionar molestias ni problemas ambientales.

Incluso, en actividades como la política, lo sensato es que participen los mejores, pero la política es extraña, no precisamente los mejores gerentes y tecnócratas llegan a triunfar en la política, sino los más astutos y hasta los más mentirosos, cosa que no importaría si dejaran que en las otras tareas, los mejores pudieran hacer su trabajo.
Y es que para toda la sociedad es vital que empresarios, funcionarios, gerentes, técnicos y sobre todo los obreros, sepan lo que están haciendo y lo hagan bien, que dispongan de las herramientas, medios y equipos adecuados, que sean bien remunerados, y lo más importante, que cuenten con un presupuesto con el que puedan hacer lo que tienen que hacer, entre ellas, prever, capacitarse, planificar y terminar las obras con calidad.
Pero entra en escena el Socialismo del siglo XXI, y con sus postulados de un "nuevo hombre", lo que es "normal" en una sociedad, se convierte en imperialismo y en explotación, y en lugar de asignarle a los mejores las más importantes responsabilidades, se nombran camaradas revolucionarios y partidarios incondicionales del proceso.
La revolución de Chávez ha establecido el imperio de la mediocridad; por medio del clientelismo político ha utilizado al Estado como mecanismo para establecer lealtades, y sin importar la capacitación del individuo, haciendo caso omiso al sentido común, la gente más inepta es la que ha asumido el llamado del líder marxista, son justamente los que tienen el control del país y tienen la responsabilidad de arruinarle la vida a los ciudadanos, a sus vecinos y a sus comunidades, como por arte de magia estos "funcionarios" se convierten en lo que no son, expertos en áreas del conocimiento y del quehacer humano por el solo hecho de ser socialistas revolucionarios.

Este fenómeno es el resultado del efecto Dunning-Kruger, ampliamente estudiado por la psicología según el cual, las personas con escasos conocimientos tienden sistemáticamente a pensar que saben mucho más de lo que en realidad saben y a considerarse más inteligentes que personas mejor preparadas, esto resulta en el desprecio y la discriminación hacia los expertos, que comandan los mejores sueldos y las posiciones de alta gerencia, que hicieron posible una industria petrolera exitosa, unos servicios públicos manejados por la empresa privada de manera eficiente, una economía donde había cabida para empresarios y las iniciativas individuales.

Los ineptos en el poder han convertido nuestro plantel productivo en un cementerio de empresas estatales manejadas por unos vivianes que cobran sueldos millonarios sin trabajar; sindicatos de obreros que se creen capaces de manejar industrias; consejos comunales convertidos en firmas de urbanismo e ingeniería civil; ministros con cinco y más cargos con los que no pueden cumplir, militares que son felicitados públicamente por permitir megaapagones en el país.

En los últimos diez años el gobierno militarista de Chávez ha llevado a Venezuela, de ser un país de avanzada, a un país donde impera el crimen, la desinformación, la miseria, la frustración, donde las mismas caras y los mismos nombres se perpetúan en los cargos importantes; donde hay que aceptar que ellos y sus familias derrochen el dinero del pueblo viviendo la vida loca, mientras el pueblo no encuentra qué comer, y para conseguir un trabajo hay que jurar lealtad al líder de la revolución hasta que las llamas del infierno se congelen.

Bien decía Ayn Rand en su novela La rebelión de Atlas: "Y cuando las personas viven basados en el intercambio, poniendo como árbitro decisivo a la razón en lugar de la fuerza, lo que triunfa es el mejor producto, el trabajo más perfecto, el hombre de mejor juicio y mayor idoneidad. El grado de productividad de cada uno es también el de su recompensa. Este es el código de existencia". Pero en Venezuela, ahora manda la barbarie.

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