12 noviembre 2008

¡Uhhh... ahhh!

Hace años le escuché decir al ex presidente Luis Herrera que las elecciones se ganan y se pierden el día de las elecciones, no antes. Esa afirmación me viene a la memoria a propósito del desafío planteado de cara a los comicios de gobernadores y de alcaldes planteado y no porque crea en la posibilidad de los empates, que tanto predica el tembloroso y desajustado Hugo Chávez .

En el duro camino por hacer del partido Social Cristiano Copei una opción victoriosa, hasta el día anterior a su elección holgada Herrera comentaba que sus mismos colaboradores no creían posible el triunfo. Pero el asunto viene al caso, esta vez, por cuanto hace igual relación con la duda que aún orada sobre el ánimo de muchos venezolanos, quienes a diario preguntan y se preguntan con agobio: ¿se irá o no alguna vez Chávez del poder? ¿Podrá derrotársele por la vía electoral, en algún momento?

Max Weber, uno de los más ilustres pensadores y científicos de la política de Occidente, decía bien que la cátedra no está hecha ni para populistas ni para profetas. Predecir el futuro de los gobiernos y de los gobernantes o de las mismas sociedades es riesgoso y hasta irresponsable; porque la política como la vida misma también están hechas de accidentes e imprevistos, y sus resultados sólo se pueden apreciar al final de la jornada, nunca el día antes; sin mengua del valor indicativo que todos le atribuimos a los sondeos o percepciones de la opinión pública.

Quizás, de no haber mediado el atentado de la ETA, Rodríguez Zapatero no sería el presidente del gobierno español, u Obama no habría llegado a la Casa Blanca sin el efecto Wall Strett. Pero, aún así, tampoco hubiesen llegado huérfanos de voluntad o sin una idea fuerza que los animara y comprometiese a brazo partido. No es ocioso ni impertinente, pues, imaginar y soñar el futuro posible, cuya realización sólo depende del quehacer personal y colectivo y nunca del capricho arbitrario del azar.

No pocas veces me he preguntado, con dejo de convicción, si acaso las más oprobiosas dictaduras conocidas fueron la obra exclusiva de un desquiciado o el producto de una adhesión social tácita o de la abulia de quienes bien pudieron haberlas impedido en su momento. Hitler y Mussolini fueron el producto de sus pueblos, y también los pueblos, en un momento de turbación, invocaron a los Pinochet y a los Castro de nuestra América Latina.

Me atrevo a afirmar, así, que la guerra contra el despotismo revolucionario en Venezuela, que ha degenerado en prácticas de delincuencia política casadas con el crimen y organizadas desde el poder -allí están Anderson, Antonini, Jorge 40, Raúl Reyes, Del Nogal, por sólo mencionar ejemplos- no se ganará ni perderá el día anterior. Aquél y éstas llegaran a su término el día en que los venezolanos, todos a uno, atados a la acción y negados al desánimo, decidamos ponerle freno a este ferrocarril de desaciertos que tanto ha atropellado nuestra dignidad como nación decente.

Chávez se irá del poder por la fuerza de los votos, no me cabe la menor duda. Y por la fuerza de la ley rendirá cuenta de sus tropelías. Sobre todo, habrá de responder de su mayor pecado como lo ha sido traicionar la esperanza de miles de hombres y mujeres humildes de esta tierra, quienes la pusieron en sus manos y que sus manos traicionaron al entregarle nuestra tierra a un sátrapa del extranjero, sometiéndose a sus dictados.

En todo caso, no tiene destino una revolución que nació como idea fuerza y prendió en el corazón de las mayorías, pero que, luego, su autor decidió sostenerla a fuerza de chantajes, comprando conciencias, explotando miserias y necesidades y pidiéndole a cambio, a la gente, lealtad y silencio ante los abusos. La historia universal da cuenta de cómo la corrupción y el envilecimiento humano nutren la antesala y son el anuncio de la caída de los más encumbrados imperios.

En suma, la lucha emprendida en Venezuela con vistas a su cambio político, sólo cederá en sus resultados, vuelvo al principio, si el ánimo personal y colectivo cede o se desinfla por incredulidad o se deja ganar por la omisión. De modo que, ingresando el país a su tiempo de vacas flacas, menguando el origen de las corruptelas revolucionarias en curso, tiene, paradójicamente, una oportunidad inestimable para hacer de su sólida voluntad resultado tangible y esperanzador; más allá del capricho y de las amenazas que se hacen cada vez más gravosas en el inquilino de Miraflores.

Cuando éste quiera golpear la mesa y patearla, y hacerse más gritón o petit caporal al descubierto, le será tarde, si acaso la convicción y el hacer nacionales no decaen, se hacen testimonio vivo y, de manera abrumadora inundan con sus votos, el venidero 23 de diciembre. Lo demás no vendrá por añadidura, pero será más fácil.

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