02 enero 2009

El fin del laberinto revolucionario

La esencia y consecuencia de nuestro deterioro institucional y democrático tiene muchas aristas. Pero quizás la más pronunciada sea la que dice sobre el daño operado en las seguridades mínimas a que tiene derecho toda persona para la fragua, en libertad, de un proyecto de vida estable y propio. Y cabe una precisión al margen, pues al hablar de deterioro no miro a la clásica inseguridad personal o a la exclusión social hoy dominantes: los homicidios se cuadruplicaron por miles en el curso de la última década -somos el país más violento del hemisferio- y la Unesco revela que pasa de un millón y un trecho largo el número de analfabetas que infundadamente habrían dejado de ser tales por obra de la Revolución Bolivariana.

Apunto a la pérdida paulatina de la garantía elemental a la seguridad personal; que se reduce como derecho -dicho coloquialmente- a la posibilidad de que todos y no sólo unos pocos podamos saber y medir, anticipadamente y con un relativo grado de certidumbre, sobre las consecuencias positivas o negativas que implican nuestros actos de libertad. Ello, en modo tal de saber a qué atenernos cuando nos comportamos de una u otra manera, en cualesquiera ámbitos de nuestra vida humana.

De ordinario la ley es la guía que, a la luz de sus premisas y predicados normativos, debe darnos respuestas suficientes y esclarecedoras al respecto. Y es ella, en esencia, la orientación que nos permite organizar nuestras vidas y proyectarlas a corto, mediano y largo plazo, En ella se fijan y ordenan los límites entre los derechos y los deberes de cada ciudadano o de cada persona; límites que no son otros, como bien reza la Convención Americana de Derechos Humanos, que las justas exigencias del bien común en una sociedad democrática.

Lo cierto es, sin embargo, que aun con los fructíferos avances alcanzados por la oposición democrática en contra del mal que anotamos y que a buen seguro consolidaran quienes a diario trabajan sobre dicho objetivo, en Venezuela, aquí y desde cuando manda Chávez, ningún marchante sabe a ciencia cierta qué le deparará el siguiente día. No hablemos del destino. No digamos nada sobre la absoluta incertidumbre que pesa en las mayorías acerca de los meses y de los años por venir.

La sensación que arropa, en medio de la irrenunciable convicción general en cuanto a que la opción cotidiana no es ni puede ser otra que la lucha por la certidumbre, es la incertidumbre.

Sin proyectos La revolución nos quitó a los venezolanos, justamente, el derecho a tener "proyectos de vida". Enajenó nuestra capacidad para ordenarnos como individuos, como grupos familiares, como sociedad, sobre los rieles de la existencia, y para poder medir, lo repito, nuestras acciones y las probables consecuencias de cada una de ellas. En esto se resume, como lo creo, la pérdida mayor sufrida por el país y que habremos de reparar, pues es el bien central que explica nuestra asociación política y justifica la existencia misma del Estado.

Algunos dirán, en tono de réplica, que la revolución tiene sus etapas, cuenta con sus ejes y mora proyectada a largo plazo; de allí que su conductor, el propio Chávez, hable del año 2021 e insista, a pie juntillas, en la urgencia de su reelección. Pero nada es más falso que este apotegma.

A cada minuto y a cada segundo este cambia las señas y con ello hasta cambia el sentido de las leyes, y hasta los jueces, presurosos, reformulan sus criterios y sentencias. ¡Y es que el rumbo de la nave revolucionaria es un secreto bien guardado, tras las neuronas de este atrabiliario personaje que es el inquilino de Miraflores!

El destino, en todo caso, si es claro y seguro y no ha sido disfrazado por éste. Quiere a Venezuela como una realidad que sólo respire a través del Estado y no fuera; que su dirección sea vitalicia y le corresponda a él y a nadie más; que los venezolanos no acusemos diferencias siquiera visuales, y vistamos de rojo o con el verde oliva miliciano; que la muchedumbre ruja en tono de culto y alabanza ante su sola imagen o presencia; en fin, que la televisión y la radio deriven en altoparlantes del rito revolucionario permanente y antes de cierre de la jornada de cada día, concluyan con el himno "patria, socialismo o muerte", antes de que cada venezolano cierre sus ojos hasta el siguiente día.

La certidumbre, pues, y lo ha dicho Chávez hasta la saciedad, si acaso está o existe en Venezuela, está dentro de la revolución y no fuera; de allí que, quienes permanecemos fuera de ella, vivamos en la incertidumbre. Así de simple.

En efecto, no sabemos si cumpliendo la ley terminaremos en la cárcel, tanto como al incumplirla.

No sabemos si al interpretar de buena fe la Constitución, acertamos, porque sólo está en cabeza mudable y espasmódica de su Supremo Hacedor y por derivación en la cabeza de sus extensiones en el Poder Judicial.

No sabemos si al proponerle una obra al Estado o al participar en una de sus licitaciones, perderemos el esfuerzo por fijar precios justos o bajos. No sabemos si nos es posible programar algún viaje al extranjero, porque las divisas y los pasaportes llegan por azar.

No sabemos, aun teniendo dinero en nuestras alforjas, si acaso será útil para comprar algo, porque a los anaqueles sólo llegan los productos que a su arbitrio permite la revolución.

En fin, no sabemos si comprar o no una vivienda o construirla, o adquirir un local de comercio o no, actuamos bien, porque a mitad de camino o nos invade un miembro de la revolución o nos expropia Chávez Frías en unos de sus arrestos de fin de semana.

No sabemos si tendremos vida al día siguiente, porque para sostenerla en pie todos los días hay que dar brincos entre las balas fugaces de la delincuencia hecha poder.

Lo cierto es que los venezolanos no hemos hecho otra cosa que vivir en carne propia los laberintos inexpugnables que sólo fuera capaz de recrear la abigarrada imaginación de un Jorge Luis Borges.

El desafío De modo que, el desafío para el 2009, será el rechazo nacional a la reelección vitalicia de Hugo Chávez. Pero habremos de tener por norte una conquista de fondo y bienhechora: darnos y darles a todos los venezolanos el derecho a una vida cierta, sosegada, ordenada, hecha de proyectos e ilusiones, sin más pretensiones que el humano vivir y el poder discernir sin angustias entre las horas de quehacer y aquellas del reposo diario; sin que se nos inviertan o se nos confundan las horas, hasta creer, como hoy nos ocurre, que si dormimos le robamos tiempo a la Patria y si laboramos la patria nos roba el tiempo gastado en ella.

Así de simple.

Asdrúbal Aguiar
El Universal

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