25 agosto 2009

¿Apatía?


En el afán que al parecer siempre queremos mantener de hablar mal de nosotros mismos, hay quien repite como una letanía mortuoria aquello de "esto se lo llevó quien lo trajo", "es que la gente está apática", "aquí lo que hay es muchísima comodidad", etc., etc., etc. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra (incluyendo quien esto escribe en alguna oportunidad de bajón anímico).

Sin embargo, en días pasados le escuché a un dirigente de la ONG Espacio Público, Carlos Correa, cómo en un estudio que hicieron sobre las manifestaciones del año pasado se contabilizaron 1.600 movilizaciones, mientras en los primeros cuatro meses de este año la cifra fue del 50 por ciento en relación a las del 2008. Si a eso le sumamos los meses de junio y agosto con temas tan sensibles como el cierre de las 34 emisoras de radio, la Ley de Educación, los sempiternos problemas de la salud, la inseguridad, la carencia de servicios públicos y de vivienda y, por supuesto, las situaciones laborales de la Costa Oriental del Lago y de Guayana, nos da un panorama más que complicado para el régimen en materia de gobernabilidad.

En la calle Aquí la gente está en la calle y no estamos hablando de movilizaciones de alta convocatoria como la de este fin de semana (este artículo se redacta el viernes, por lo que aún no conocemos el desenlace), sino de gestos casi espontáneos, sectorizados pero tremendamente comprometidos y contundentes doquiera haya un problema.

Por eso, es incierto hablar de baja participación, de desmotivación, de entrega y de poca reacción colectiva. Aquí el juego del Gobierno es generar desesperanza y el de la alternativa democrática tiene que ser el de resistir, el de ponerle un freno al avance de un proyecto que quiere seguir a paso de vencedores hacia un esquema que altere no sólo las reglas del juego democrático sino nuestra forma de vida.

Jugar al miedo Y es que no sólo quieren jugar a la desesperanza, sino al miedo. De allí el afán de castigar no solamente a punta de perdigones y gases lacrimógenos el "atrevimiento" de resistir, sino que la licencia para "apalear" está dada con el argumento presidencial de "estaban provocando". La perversión de tornar en victimarios a las víctimas es ya una línea dada y repetida como un eco por el séquito del mandón. En esas circunstancias el salir a la calle y decir "no me la calo" se ha convertido en un acto irreverente y como tal hay que reivindicarlo.

Nadie dijo que esto es un jardín de rosas y ahora es que queda resistencia por delante. Lo otro sería entregarnos. ¿Lo vamos a permitir? ¿Tiene dudas? Vea los ojos de sus hijos, de sus nietos, de sus seres queridos& Allí encontrará la respuesta.


María Isabel Párraga B.
El Universal
efe_ce_pe@hotmail.com

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