28 abril 2010

No somos la misma cosa

La afirmación de Raúl Castro en cuanto a que Cuba y Venezuela somos la misma cosa, dice algo más que la mera expresión de solidaridad legítima y prodigada entre gobiernos y pueblos afines en el marco de una cooperación respetuosa y recíproca. Ese algo más, cabe destacarlo, es la indigna dependencia a que se ha sometido el innombrable Esteban, arrastrando con él a los poderes del Estado, con relación a La Habana y a su régimen de oprobio.

De Estados y gobiernos subyugados da cuenta la historia universal, pero ninguno, que se sepa, asume tal condición sin antes darle guerra sin cuartel al invasor o pretendido conquistador. El caso venezolano quedará para los anales. Es algo inédito que logra cuajar como vergüenza por fuerza de una traición doméstica, que apenas recuerda, pero tenuemente, la entrega que Bolívar hace de Miranda para ganarse un salvoconducto de los españoles. Pero aún así el ejemplo no da para tanto ni como para explicar -por defecto genético- lo que hoy nos ocurre. Esteban no traiciona a uno de sus conmilitones para congraciarse con un dictador extraño a nuestro Ser nacional, sino que le entrega al mismo el dominio sobre su propio pueblo y su destino. No olvidemos que, en 2004, el señalado confiesa que su maestro y ductor le monta la Misión Identidad, base de los fraudes electorales ocurridos desde entonces.

El asunto adquiere ribetes de tragedia, necesitados de una explicación psicológica, pues a tenor de cuanto declara el General Antonio Rivero, ex director de Defensa Civil del chavismo, el Ejército de Libertades del que aún hace parte el innombrable -por decisión suya y al margen de la Constitución- ahora es una estafeta de ordenanzas a pedido y reclamo de los comisarios cubanos. Éstos les cobran a nuestros soldados las acciones que desplegaran para la defensa de nuestra soberanía territorial en los años '60. Es el tiempo cuando la planta insolente de los milicianos venidos desde la Isla nos mancilla a sangre y fuego pero sin éxito. De modo que, si el actual ocupante de Miraflores, como lo sugiere Rivero, permite que su "casa de los sueños azules" y demás derivados institucionales sean prostituidos por las hordas del castro comunismo, ¿qué nos queda esperar de este mefistofélico personaje, quien mal pudo provenir de las entrañas de nuestra patria?

La historia, más temprano que tarde, pondrá las cosas en orden y ajustará, conforme a la Justicia, las cuentas que correspondan. Pero por lo pronto cabe decirle al presidente cubano que, con independencia de su audaz pretensión, deseos no empreñan. Mal debe confundir realidades con apariencias e imaginarios y una de aquéllas, que mal olvida, es que a diferencia de su pueblo, que llega de la explotación en búsqueda de la libertad y es traicionado en 1959, los venezolanos contamos con casi dos siglos de aprendizaje para la libertad sobre las espaldas y durante el último medio siglo nos acostumbramos, a fuerza de educación, al don irrenunciable de la democracia. Que Esteban sea la excepción en el camino hacia nuestra modernidad apenas confirma la regla.

Desde inicios del siglo XX, atrapada nuestra intelectualidad por los odres de la izquierda internacional en gestación, tiene el tino la generación de 1928, seguida por las de 1936 y 1945, de ponerle madre a un río de ideas políticas desbordado y hacerlo decantar hasta la fragua de nuestra República Civil. Le dan vida, así, a una suerte de "izquierda criolla" -como la llama Rómulo Betancourt- que le abre juego al pluralismo político, pugna por el respeto de los derechos humanos, y defiende la alternabilidad de los gobiernos mediante el voto universal, directo y secreto. No es el caso -que podrá serlo en un futuro que les auguramos próximo- de los cubanos, últimas y escarnecidas víctimas del socialismo real.

El defecto de óptica de Raúl probablemente tenga un asidero, cual es la traslación que de la autoridad sobre Venezuela ha hecho Esteban a manos del comisariato cubano; ese que tras la figura misionera controla nuestros servicios de policía política, inmigración e identificación, registros y notarías, salud y educación, suministro de alimentos y hasta los negocios petroleros, pero no nuestra conciencia.

Fidel alguna vez comentó tener bajo su fuero la compra de los insumos para nuestra salud, tanto como vigila con sus anillos de seguridad los movimientos de Esteban, quien por ello dice sentirse seguro sólo montado en los aviones de Cubana de Aviación. A los de nuestra Fuerza Aérea, por lo visto, les tiene miedo. ¡Qué oprobio, diría El Cabito!

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