22 septiembre 2007

La destrucción progresiva

Como se hundiría un animal de gran tamaño en un pantano de arenas movedizas, así se está sumergiendo el país en la ciénaga arcaica que es el proyecto castrochavista en marcha. Lenta pero progresivamente. Insensata pero deliberadamente. Con alguna resistencia pero desfalleciendo. Con vaivenes pero sin retroceso. Irresponsablemente pero con la contribución y complacencia de sectores inoculados con el virus de la ambición, del resentimiento o del revanchismo.

Y quienes en estas circunstancias deberían estar proveyendo los salvavidas -léase inteligencia, destreza, experiencia, estrategia y voluntad para reflotar- divagan sobre el método más "conveniente" para tocar fondo o salvarse a sí mismos. Sólo algunos, muy pocos, chapotean en el lodazal totalitario-militarista-personalista intentando que la sociedad democrática siga respirando.

La demolición del país es, ciertamente, un "logro" revolucionario. Avanza ¿a paso de vencedores? Más bien "progresa" a punta de bayoneta: abuso, arbitrariedad, ilegalidad y violación de principios, derechos y normas establecidas en la Constitución y las leyes que el despótico status dominante quebranta flagrantemente. Antes la regente hegemonía autocrática destruyó la institucionalidad. Ahora arremete contra todo sector eficiente y todo viso de independencia. Son "objetivos" de guerra. Es la ocupación de espacios y la concentración de poder. Nada que le sea afín dejará al garete.

Negligente y fracasado como ha sido en el cumplimiento de sus deberes y obligaciones; embaucador en sus promesas; impostor en sus intenciones; promotor del caos, la anarquía y la violencia; apático ante el sufrimiento de los desposeídos; explotador de la miseria y el dolor humano; el autócrata destruye antes que construye. El país, "su" país, no funciona. ¿Ex profeso? Es un caos. Pocas cosas sirven. Escasos servicios funcionan. No hay empleo. Sube el costo de la vida. Campea la inseguridad. Las cárceles son un horror. Faltan viviendas. Se generaliza el desabastecimiento de alimentos y medicinas. Abruma la corrupción. No se ocupa de los compatriotas secuestrados pero sí de los plagiados por guerrillas terroristas en otros países.

Ahora la emprende contra lo que aún permanece en pie como símbolo de eficiencia, desarrollo, bienestar, modernidad, pluralismo. Son objeto de esa furia anacrónica la educación, salud, cultura y propiedad privada. Las tierras rurales y urbanas. Las viviendas, negocios y centros recreativos. Las empresas de servicio público, las básicas y estratégicas. Las de alimentos y transporte. Los sindicatos y gremios profesionales. En mira telescópica están también la iglesia católica, los medios de comunicación, las universidades y sus estudiantes y todo lo demás que sirva de referencia, de contraste entre la democracia y el centralismo incompetente. ¿La sociedad lo permitirá?

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