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17 septiembre 2014

Gestión de Gobierno


23 enero 2008

23 de enero de 1958, el ejemplo del medio siglo

El teniente coronel tenía razón cuando, el primer 23 de Enero de su mandato, dijo que no había nada que celebrar: para una mentalidad militarista, nada más aborrecible que conmemorar el derrocamiento de un gobierno militar y, peor aún, para sustituirlo por gobernantes civiles durante casi medio siglo.

Pero quien quiera comprender a este país tampoco debería celebrar ese día, si sólo se trata de eso. En todo caso, para un historiador es imperativo planteárselo así: el 23 de Enero no se agota allí, sino que sólo tiene sentido mirándolo en perspectiva. O sea, integrándolo en un proceso que viene de muy atrás. Reduzcamos esa perspectiva a los casi dos siglos de nuestra independencia.

La república independiente

Ese proceso es el de nuestra constitución como nación y de su desarrollo democrático sin el cual ella no tendría sentido. Vamos así a señalar varios momentos pero advirtiendo que ellos nada significan sino como parte de aquel proceso, de aquel desarrollo. Por supuesto que la primera es la del 5 de Julio de 1811.

Lo que hace de ella una fecha nacional venezolana no es la ruptura con España, sino su vocación y constitución republicanas. Así, ese día no se rompió con la corona española, sino con todas las coronas. El primero y por desgracia casi único legado del proceso que arrancó ese día y que duró hasta 1830, fue así la forma republicana de gobierno.

Vienen después los acontecimientos que una historiografía demasiado parcializada e intelectualmente deshonesta ha bautizado como "la Cosiata" y que culminó con la separación de Venezuela de Colombia. Como ella coincidió con la muerte del Libertador-Presidente, ha servido para que la retórica patriotera pudiese sembrar en el espíritu venezolano la horrenda culpa del parricidio. En verdad, se trató más bien de la oposición de dos proyectos políticos, uno viable y el otro no, y además de un rechazo al centralismo autoritario que encerraba la proposición de una presidencia vitalicia. Que la dictadura de Bolívar fuese sustituida por autoritarismos regionales ha servido también para ocultar que aquel designio no era una negra conjura antihistórica, sino el normal desenvolvimiento de una aspiración nacional y democrá- tica.

Desde ese momento habrá que esperar cuarenta años para que otro momento señale que continúa ese viaje hacia la nación y hacia la democracia: es la Revolución de Abril que llevó al poder a Guzmán Blanco. "Los liberales de Antonio", como llamaba el viejo Antonio Leocadio a los partidarios de su hijo, dieron otro paso de avance en ese proceso, y también en el de la formación del Estado. "Un Estado que se proclame cristiano no es un Estado", decía Marx en La cuestión judía.

Guzmán Blanco va a dar un vigoroso impulso a su creación con la conversión del venezolano en un Estado laico, al separar el Estado y la escuela de la Iglesia.

En el siglo XX

Habrá que esperar hasta el siglo XX para señalar otros sucesos que marquen hitos en la constitución de la república nacional democrática. El primero es el 21 de julio de 1903, cuando el general Juan Vicente Gómez triunfe en la batalla de Ciudad Bolívar. La historia convencional lo señala como el fin de las guerras civiles. En realidad, es mucho más que eso: es el comienzo de la paz venezolana. La cual no se puede atribuir al general Gómez porque el Benemérito lleva muerto más de 70 años y, sin embargo, los venezolanos no hemos vuelto a desencadenar ni soportar la guerra. Lo cual de paso nos convierte en un país excepcional en el mundo: uno que lleva un siglo sin guerras civiles.

A la muerte de Gómez el 17 de diciembre de 1935, el pueblo venezolano, al revés de lo que sostenían los plumarios del dictador, estaba maduro para la democracia. Así lo demuestra al fundarla en la calle el 14 de febrero de 1936 cuando la más grande manifestación que hubiesen visto ojos venezolanos impuso su voluntad democrática a un gobierno que oscilaba entre ella y el despotismo. Desde aquel entonces, Venezuela nunca ha dejado de ser democrática, en el sentido de que el pueblo, pese a algunos inevitables altibajos, muestra tener conciencia de su propia fuerza.

Como sucede con el 19 de Abril de 1810, el 18 de octubre de 1945 es una fecha ambigua; si en aquella, un movimiento que desembocaría en la independencia se inició para apoyar al Rey, en 1945 triunfó un cuartelazo, como lo reconoció el propio Betancourt en 1956. Pero, de inmediato, el gobierno que él presidió dio lo que Germán Carrera Damas considera el paso más importante en la formación nacional después del 5 de Julio de 1811: un estatuto electoral que daba el voto a los analfabetas, a las mujeres y a los jóvenes en edad militar. La república se volvía así nacional.

Llegando al día de hoy

Todo aquel proceso remata con este 23 de Enero cuyo medio siglo se celebra hoy. Mucho se dirá sobre el detalle de sus sucesos e incluso sobre su significación histórica. En estas cuartillas hemos preferido celebrar no aquella fecha de 1958, sino los cincuenta años transcurridos desde entonces.

Pero antes, hay que precisar que la Historia nunca sigue un derrotero lineal: todos ese largo viaje hacia la nación y la democracia va a encontrar, al desenvolverse, piedras en su camino: en la república fundada en 1830 será "la dinastía monagógica" de José Tadeo; el Septenio guzmancista rematará en la Aclamación; los primeros años de la paz venezolana lo serán también de Castro y Gómez; el 18 de octubre estará preñado del 24 de noviembre; el 23 de Enero conocerá un peligroso bache con la elección del enemigo que había tratado de borrar esa fecha el 4 de febrero de 1992.

Pero volvamos a nuestra conmemoración de hoy día. Nadie que me conozca puede pensar que sea una congenialidad ideológica lo que me hace afirmar que el medio siglo transcurrido desde entonces es el más brillante que haya conocido Venezuela en toda su historia. Y lo es porque resume y afirma todos los pasos dados antes del 23 de enero de 1958.

A un punto tal que hoy podemos afirmar que en ese medio siglo se ha acelerado como nunca la tarea de convertirnos en un Estado-Nación digno de tal nombre. Y eso sin ocultarnos la regresión iniciada el 2 de febrero de 1999 con la llegada al poder de alguien que busca transformar a Venezuela teniendo como modelo un cuartel; o sea, lo más opuesto posible a un modelo democrático. Se trata del mayor traspié que haya dado en medio siglo la república civil. Porque la primera significación del 23 de Enero de 1958 es esa: allí se echó abajo una dictadura militar para instaurar un gobierno civil, pero sobre todo para instaurar EL gobierno civil.

En su más moderno significado: un régimen democrático caracterizado por la libertad de expresión, el libre juego de los partidos políticos, la celebración de elecciones libres y, en general, aceptadas como limpias; un juego cada vez más equilibrado entre los poderes públicos; y una creciente preocupación, si no siempre respeto, por los derechos humanos y la pulcritud administrativa. Ni siquiera al final de ese medio siglo, sus peores enemigos, hoy en el poder, han podido deslastrarse del todo de aquel legado. Para comenzar, no sólo llegaron al poder por votaciones, sino que han continuado celebrando unas "elecciones" de las cuales, por mucho que sean fraudulentas y ventajistas, no han podido prescindir.

Pero, además, no han podido echar atrás la incorporación a la vida política de las mujeres ni de los jóvenes, ni del diez por ciento de la población de analfabetos que, según confesión del presente gobierno, existían en Venezuela al final de los cuarenta años finales del siglo XX. Ni siquiera se ha intentado revertir aquella situación: parece un legado irrevocable.

Durante esos cuarenta años, la Fuerza Armada ha estado sometida al poder civil y el presidente de la República ha sido efectivamente "comandante en jefe de las Fuerzas Armadas" (como machaconamente lo recordaba Rómulo Betancourt entre 1959 y 1964). No sólo eso, sino que, a partir de las insurrecciones militares de 1962, los cuarteles se quedaron tranquilos: no solía escucharse ruido de sables.

Como corresponde a una auténtica república civil, durante cuarenta años de ese medio siglo el presupuesto de educación superó siempre al presupuesto militar. Nunca como entonces en nuestro país habían los venezolanos accedido a la educación. Baste una cifra: en 1958 había en Venezuela tres universidades públicas; hoy hay más de cien institutos de educación superior, entre públicos y privados. Cierto, la preocupación por romper el cuello de botella que producía una educación masiva pero con una estructura piramidal ("napoleónica") hizo que se tratase de resolver esto poniendo el acento en la educación superior antes que en la básica; lo cual sólo agravó ese embotellamiento y propició una formación asaz pobre y deficiente. Pero aún ese resultado claroscuro es infinitamente superior a lo que se pone en práctica ahora: una formación acelerada de improvisados, poniendo el acento más en el título que en los conocimientos.

En este medio siglo no se ha podido vencer la corrupción, pero por primera vez la corrupción se ha vuelto una actividad punible. Aunque lo peor de ese flagelo no es la comisión del delito, sino la impunidad. Lo cual nos lleva a la corrupción de la justicia, una asignatura que no pudo ser resuelta por la república civil. Pero sin embargo, pese a ese fracaso, se logró un resultado promisor: la democracia logró crear la conciencia de que la corrupción es un delito y de que es posible castigarla. Por primera vez en nuestra historia se acusó, se condenó y se depuso a un gobernante en ejercicio, Carlos Andrés Pérez, recurriendo a métodos legales.

Es imposible dejar de aludir a dos aspectos del legado de este medio siglo sin los cuales esta enumeración estaría incompleta. Uno es la posición cimera de nuestro país en la escena internacional, sobre la base de un nacionalismo menos vocinglero que profundamente eficaz. Un alto senador republicano de EEUU exclamó alguna vez que "ese calvo es más peligroso que este barbudo". El barbudo era Fidel Castro, el calvo era Juan Pablo Pérez Alfonso, creador de esa OPEP que nos proyectó como nunca al escenario internacional, como una nación temible pero respetada.

Y para rematar con la economía, la conversión de la industria petrolera nacionalizada en una de las primeras del mundo se combina, al paso de los años, con la creación en Guayana del complejo industrial más grande del mundo en la zona tropical.

Este es pues el legado del medio siglo transcurrido desde el 23 de Enero de 1958. Los venezolanos no sólo tuvimos el coraje para derrocar la dictadura, sino el más grande aún de construir su legado cada día.

Hoy, ya la mayoría va formándose, y ganando batallas puntuales, en el camino del renacimiento de la democracia. Renacimiento, dicho sea de paso, que no es sinónimo de restauración.


Manuel Caballero
El Universal

23 enero 2007

23 de Enero de 1958 - 23 de Enero de 2007

Me parece mentira el haber conseguido muy pocos artículos que hablen acerca del 23 de enero de 1958. Claro, como ya no es una fecha importante (¿?)... Hoy se cumplen 49 años de aquella demostración de libertad y de madurez de un pueblo, al derrocar (apoyando a las Fuerzas Armadas) al General Marcos Pérez Jiménez.

Marcos Evangelista Pérez Jiménez (nacido en Michelena, Estado Táchira el 25 de abril de 1914, murió el 20 de septiembre de 2001 en el exilio en Alcobendas cerca de la ciudad de Madrid, España) fue un militar y político venezolano. 42º Presidente de Venezuela entre 1952 y 1958.

El 23 de enero de 1958, en horas de la madrugada, Pérez Jiménez no pudo resistir más el enfrentamiento del ejército y huyó junto con su familia a Santo Domingo en un avión denominado "La Vaca Sagrada". Finalmente, no se pudo callar la ira de un pueblo que sufría en carne propia persecuciones, torturas, allanamientos, asesinatos, en fin, todas las manifestaciones propias de una dictadura militar. De inmediato se instaló una Junta Cívico-Militar, y el pueblo se volcó a las calles para celebrar la caída de una dictadura de diez años. Muchos se vengaron de sus deudos en las personas y bienes de los miembros de la Seguridad Nacional.

"A 49 años del 23 de Enero la libertad está en peligro"

A 49 años del derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez y a pocos días del octavo aniversario de la entronización de Chávez, el país se apresta a entrar en lo que se anuncia como un cambio total del sistema político, social y económico, en medio de la incertidumbre y de la división, a diferencia de la alborada del 58, cuando la voluntad nacional se fundió en un solo propósito de reestablecer el régimen de libertades y democracia que apenas se había alcanzado a presentir en la década de los 40.

Eso es, por lo menos, lo que se desprende de la caracterización que hace el ex presidente de la Copre (Comisión para la Reforma del Estado), Ricardo Combellas, al contrastar ambos momentos y sus características: "El primer recuerdo que me suscita el 23 de Enero de 1958 es la espontánea explosión de alegría que se apoderó ese día del pueblo venezolano por encima de las clases sociales y de las banderías políticas. La libertad reconquistada era un don demasiado precioso que bien valía disfrutar y promover. Es lo que se ha llamado con justeza "el espíritu del 23 de Enero", convertida en fecha señera de la historia patria".

Un beneficio político básico que Combellas encuentra como consecuencia de ese "espíritu del 23 de Enero" es que, "a partir de entonces aprendimos, pese a todas las dificultades, a convivir en democracia, a tolerarnos, independientemente de nuestras diferencias, apreciando a nuestro adversario no como enemigo para eliminar, sino como un competidor leal y a erigir unas reglas de juego consensuadas que tuvieron su expresión más acabada en la Constitución de 1961, a la que nadie puede arrebatar el inmenso mérito de su durabilidad y, por encima de todo, la superación de la prueba, por primera vez en nuestra trayectoria republicana, de la sucesión pacífica al poder, test de fuego del principio de la alternabilidad".

Combellas señala que "este 23 de enero de 2007 nos obliga a reflexionar sobre las lecciones de la efeméride, lo que se conserva y lo que se ha perdido, lo muerto y lo vivo que de ella sobrevive en nuestra conciencia cívica porque, decía Michelet en frase célebre que "quien quiera atenerse al presente, a lo actual, no comprenderá lo actual".

A su juicio, el futuro democrático del país se encuentra comprometido ante la anunciada reforma de la Constitución, incluida la reelección presidencial indefinida porque, "visto desde hoy, el 23 de Enero de 1958 arrostra un inmenso desafío. La libertad, recuperada en lo esencial y con el compromiso de llenarla de vitalidad, se encuentra en peligro. Agostándose inmisericordemente ante el pensamiento y el partido únicos, el miedo y el estatismo. Asimismo, el afán de construcción institucional que acicateó "el espíritu del 23 de Enero" naufraga ante la concentración del poder, la tentación autoritaria y el personalismo político, aparentemente perdida la capacidad de asombro de la ciudadanía frente al eventual quiebre del principio de alternabilidad, gracias a la "urgencia de la reforma integral y profunda de la Constitución ", como lo resaltó el Presidente, la misma que se ufanó en proclamar como la mejor Constitución del mundo, con el fin de establecer una magistratura perpetua y por añadidura sentar las bases del "Socialismo del Siglo XXI". Todo ello haciendo mofa del poder constituyente originario, único poder legitimador para afrontar una modificación de tal naturaleza.

No obstante, el profesor de Derecho Constitucional rastrea las taras de un sistema político que terminó derrumbándose para señalar a los responsables: "El 23 de Enero se asocia en nuestro imaginario colectivo en preservar y fortalecer las libertades, pero también ha sido el gran fracaso de las élites que monopolizaron su legado, de construcción de una democracia social donde floreciera el bien común como supremo propósito de nuestra mejor tradición republicana.

En suma, una efeméride que engarza con los momentos estelares del devenir nacional y que martilla con dureza nuestros afanes, inconsecuencias y debilidades".

La gran reforma del siglo XX

Pese a ese fracaso indicado por Combellas, cuyas primeras manifestaciones se hicieron sentir en fenómenos como la abstención electoral, ya a principios de la década de los 80, fue advertido a tiempo por algunos sectores políticos que lograron, la creación de la Copre no sin superar muchas trabas y sobre todo la roña conservadora de los gobernantes del momento, negados, en principio, a modificaciones en los mecanismos y distribución del poder.

Carlos Blanco, quien fuera presidente de la Comisión durante el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, recuerda la opinión que sobre la obra de este organismo diera su primer presidente: " Al decir de Ramón J. Velásquez, la descentralización resultó la más grande reforma del siglo XX venezolano y fue así como una consigna que había inspirado luchas sangrientas en la historia de Venezuela, pudo hacerse en paz."

A juicio de Blanco, desde su inicio, en 1984, la Copre se concentró en un esfuerzo plural donde participaron todos los partidos políticos (incluidos algunos que hoy apoyan a Chávez), intelectuales, empresarios, sindicalistas y militares: "Allí se diseñó la más importante transformación del Estado moderno venezolano a través de un conjunto de propuestas que contemplaban reformas políticas de los partidos y del sistema electoral. Descentralización (elección de gobernadores y alcaldes, transferencias de competencias y creación del ámbito para la participación ciudadana). Reforma administrativa (profesionalización de la gerencia pública y simplificación de los procedimientos administrativos). Reforma judicial (modernización de los tribunales, dignificación de la carrera judicial, lucha contra la corrupción judicial y cambio total del sistema penal penitenciario). Y finalmente la conversión del proceso de formación de políticas públicas en los ámbitos social, educativo, cultural, científico, tecnológico, económico y el de participación ciudadana".

Recuerda que que el período de 1984 a 1988 fue de debate nacional y de promoción de los temas de la reforma en todo el país: "La campaña del 88 se centró en los temas propuestos por la COPRE y los dos candidatos con mayor opción de victoria, Carlos Andrés Pérez y Eduardo Fernández, junto a los demás, se comprometieron con el programa reformador. Ya en agosto de 1988, en plena campaña, se había logrado el apoyo de los partidos para la ley de Elección y Remoción de los Gobernadores, aprobada por el Congreso.

Con el gobierno de CAP se entraría en una carrera rápida hacia las reformas: "La aprobación de las elecciones de gobernadores y alcaldes para diciembre de ese año; los cambios en el sistema electoral para incorporar la uninominalidad y el avance en la simplificación de la administración pública y en los cambios del sistema penal penitenciario. Mas se dio un salto inmenso en la descentralización del aparato cultural del Estado, transformación de la economía (muchas de las ideas desarrolladas son de la Copre), además de quedar consagrado el reglamento para la participación vecinal y la limitación, en esa área, impuesta a los partidos".

No obstante, no todas esas reformas se plasmaron en la realidad y, al reconocerlo, Carlos Blanco advierte que los partidos iban lentamente en el proceso: "Como marchaban arrastrando los pies, se le dio un impulso al Pacto para La Reforma, suscrito el el Salón Elíptico del Palacio Federal en diciembre de 1991, firmado por todos los partidos y el Gobierno, los cuales se comprometieron a acelerar y culminar las reformas en un año o, en último término, al finalizar el período de CAP. Pero si la presión de la opinión pública por los cambios continuó, los partidos incumplieron radicalmente el pacto y esa disonancia contribuyó a su desprestigio. De manera que fueron sorprendidos más o menos inermes por los golpes de Estado de 1992, que revitalizaron el conservatismo".

Las asonadas golpistas modificaron el cuadro político y entonces "el Gobierno retrocedió en las reformas, los partidos se hicieron "cargo" de la situación, la reacción conservadora tomó en sus manos la conducción política de la opinión pública y en ese marco se destituyó -o, más bien, se derrocó- al Presidente. Más allá de las intenciones de Chávez la reacción conservadora tomó la batuta".

Para Blanco, la transición de Velásquez no pudo continuar los cambios, a pesar de los esfuerzos por fortalecer la descentralización a través de diversos decretos, porque ya el "momento reformador" había pasado: "Esa etapa culmina con la elección de Caldera, adversario de la descentralización, quien convirtió a la Copre en una consultoría jurídica presidencial, sin autonomía y ocupada de una reforma constitucional que nunca prosperó", puntualizó Blanco.

ROBERTO GIUSTI
EL UNIVERSAL

Anhelo constante

Tal día como hoy, hace 49 años, la caída de la dictadura de Pérez Jiménez representó la efeméride más importante de mis entonces 17 años. Anhelaba que a partir de ese día no hubiese más exiliados, como los Dubuc, Rómulo, Jóvito, Caldera, Luís Herrera, Alberto Ravell, mi padre Edito Ramírez y cientos más. Que no ocurrirían asesinatos políticos como los de Droz Blanco, Pinto Salinas y Ruiz Pineda, entre otros. Que en las cárceles no hubiese presos luchadores por la democracia como mi tío Rafael Serfaty, Ramón Velásquez, Pompeyo y muchos más. Que se lograría una administración eficiente en libertad y que las reformas nos proporcionarían buenos ciudadanos y mejores condiciones de vida. Que la población rural desplazada a las ciudades sería absorbida por las industrias y que el medio rural recibiría la atención adecuada para desarrollar una agricultura competitiva. Que continuaría la excelente inmigración española, italiana y portuguesa. Que el llamado "espíritu del 23 de enero", o sea la unidad de todos los factores políticos, permitiría en breve tiempo que Venezuela dejara de ser un país tercermundista.

Gradualmente se esfumaron mis anhelos. Al poco tiempo se produjeron alzamientos militares muy poco estudiados en sus causas y a los que se califica muy superficialmente como de "derecha". Al mismo tiempo la extrema izquierda optó por querer imitar a la triunfante guerrilla fidelista, sin percatarse de que aquí las condiciones eran muy diferentes. Los actores políticos desperdiciaron varias oportunidades, pero ingenuamente renacían mis anhelos en épocas electorales. La violencia, en unos períodos más que en otros, trajo más violencia. Se repitieron los asesinatos, torturas, encarcelamientos y exilios. La educación pública, otrora mejor que la privada comenzó a deteriorarse. La mejor infraestructura hospitalaria de hispanoamérica inició su derrumbe. En las grandes ciudades se formaron cinturones de miseria y el campo se fue abandonando. La enseñanza se vino a menos y no fuimos capaces de inculcar principios y valores, ni de llevar a cabo planes de desarrollo sustentables. Sin individualizar, más de una generación fracasó en la labor de construir un mejor país, aunque tuvimos muchas oportunidades para hacerlo. Ahora, cuando el teniente coronel personificó para algunos una esperanza, se repiten atropellos del pasado y desperdicia su gran influencia sobre la gente y los enormes recursos a su alcance, conduciéndonos aceleradamente al retroceso que significa la cubanización. ¿Será posible revivir el espíritu del 23 de enero de 1958, corregir sus fallas y sentar las bases de una verdadera democracia que erradique la pobreza respetando el Estado de derecho? No es fácil, pero mantenemos ese anhelo con la constancia de Arístides Bastidas, de quien tomamos prestado el título de este artículo.

Eddie A. Ramirez S.
eddiearamirez@hotmail.com
EL UNIVERSAL