18 diciembre 2007

Socialismo quiéranlo o NO

El oficialismo tiene la manía de cambiarle el nombre a todo. Estas acciones lucen a primera vista como mecanismos ingenuos para dar la impresión, ante una opinión pública desprevenida, de que existe un Gobierno que está tomando decisiones.

La realidad es completamente diferente. Al revisar las páginas de la historia, nos encontramos conque suelen ser gobiernos autoritarios, caracterizados por marcadas posiciones ideológicas que intentan imponer por la fuerza, los que con frecuencia recurren a este tipo de procedimientos.

Hitler, por ejemplo, cambió los símbolos patrios de Alemania, imponiendo la svástica como bandera, que no era otra cosa que el emblema de su propio partido nacional socialista. Por esa vía se implantó, en aquella sociedad, la convicción de que un partido único -el nazi- se había apoderado de la voluntad de toda la nación.

Lenin y Stalin también recurrieron al mismo arbitrio. Dentro del territorio del antiguo Imperio Ruso que había sido abolido por la revolución de 1917, le cambian el nombre a Rusia y conforman en 1922 la URSS. Proceden también a cambiar la tradicional bandera rusa, la cual reemplazan por la bandera roja de los comunistas, que ostenta el símbolo de ese partido: la hoz y el martillo. Asimismo, a la antigua San Petersburgo capital del Imperio Ruso por más de doscientos años, le cambian el nombre por el de Leningrado.

En China, Mao Tse-tung repite la misma estrategia. La bandera china de cinco franjas de color rojo, amarillo, azul, blanco y negro es reemplazada en 1949 por la actual bandera roja, con cinco estrellas amarillas, que simboliza la unidad del pueblo revolucionario bajo la dirección del partido comunista. Ese mismo año Mao modifica el nombre de su nación, anteponiéndole el calificativo de República Popular.

Muamar Gadafi -el dictador libio que asume el poder después de un golpe de Estado en 1969 y que durante muchos años fue acusado de financiar el terrorismo internacional- le cambió también el nombre a Libia, la cual pasó a denominarse "Yamahiriyya (Estado de las masas) Árabe Libia Popular Socialista". Y en 1977 cambia también la bandera de su país.

En fin, razones de espacio me impiden seguir citando infinidad de ejemplos similares. Dejo claro, sin embargo, que a lo largo del siglo XX este tipo de mecanismos fue un recurso habitual entre gobernantes que tenían un denominador común: todos fueron dictadores que pretendieron borrar los puntos de referencia histórica de sus respectivas naciones e intentaron imponer por la fuerza una ideología única a sus conciudadanos. Sin excepción, todos procuraron también extender esa ideología más allá de sus fronteras y todos se caracterizaron por el irrespeto a los derechos humanos más elementales.

En Venezuela, los ciudadanos tenemos justificados motivos para preocuparnos. A lo largo de los últimos nueve años, el actual gobernante comenzó por cambiar el nombre de nuestra patria, anteponiéndole el nombre de "Bolivariana". Desde luego, el nombre de Bolívar es venerado por todos los venezolanos, pero la connotación de bolivariana no se basó en las ideas del Libertador, sino en la imagen retorcidamente utilizada -e indebidamente apropiada por una facción política- de un símbolo que en realidad pertenece a todos los venezolanos.

Nos cambiaron también la bandera, agregándole una estrella. Modificaron el escudo, cambiando hacia la izquierda la dirección hacia la cual se corre el caballo. Le cambiaron el nombre a todos los ministerios, anteponiéndole el calificativo de "Poder Popular" a la usanza de los más recalcitrantes gobiernos comunistas. Pretenden incluso cambiarle el nombre a Caracas, denominándola "Cuna de Bolívar y Reina de Guaraira Repano". Asimismo, en la reforma constitucional rechazada, pretendieron calificar a nuestra Fuerza Armada como "Popular y Antiimperialista", agregándole además un nuevo cuerpo -la milicia- e implantaron de manera ilegal el lema de "Patria, socialismo o muerte". Cambiaron el uso horario y ahora cambiarán el signo monetario. La lista de cambios absurdos resulta interminable.

No se trata de cambios inocentes. Se trata del empeño culpable de borrar los puntos de referencia histórica y de transformarnos en un país socialista, aun en contra de la voluntad expresa de los ciudadanos. Sólo uno de cada cuatro venezolanos votó a favor del SÍ; sin embargo, el oficialismo claramente ha manifestado su intención de buscar cualquier vía para imponer el socialismo, quiéranlo o no los ciudadanos.

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