24 agosto 2008

Militares, milicianos

El tema militar es de los que más se elude; en la oposición hay cierto terror a ser llamado golpista por parte del Gobierno, lo que se ha convertido en un corsé que impide analizar libremente el fenómeno. El oficialismo también lo esquiva porque puede invocar demonios a los cuales dio carta de buena conducta el 4 de febrero de 1992. Venezuela tiene hoy un Estado militarizado, un Gobierno militarizado y una sociedad afectada por fuertes rasgos de militarismo.

¿De dónde Son los Cantantes? Resulta oportuno establecer en la discusión que los golpistas de los períodos recientes están, en lo esencial, en el Gobierno. Chávez es un golpista, así como decenas de sus colaboradores. No sólo lo son en un sentido genérico, sino que son los responsables de las muertes de muchos venezolanos. Recuérdese como símbolo aquel humilde vigilante del canal 8, asesinado el 27N por los que iban a redimir al pueblo de sus penas.

Lo que Chávez reveló en su momento era que venía conspirando desde comienzos de la década de los 80; si consideramos que en los 60 y 70 hubo conspiraciones de izquierda y de derecha, y más tarde algunas de esas piadosas y sangrientas iniciativas cristalizaron en 1992, deberá llegarse a la conclusión de que la conspiración ha sido una constante dentro de la institución militar. Las Fuerzas Armadas cumplieron una función institucional en el marco de la democracia, pero tal virtud no impidió la existencia permanente de conspiraciones, según dicen, hasta el sol de hoy.

Uno de los caballitos de batalla del Gobierno es hablar del golpe de Estado de 2002 y de la dictadura de Carmona, tema comprado por ciertos voceros opositores. Nadie podría negar que también en ese momento hubo conspiradores, tal vez inspirados en el ejemplo de Chávez, pero lo cierto es que los acontecimientos de abril no fueron un golpe de Estado sino un acto de resistencia civil y de desobediencia militar ante órdenes ilegales. El problema fue que los que estaban en la movida conspirativa aprovecharon la insurrección popular y pretendieron confiscar esa movilización, pero eso ocurrió después que Chávez se fue a acurrucar en Fuerte Tiuna, una vez que se le planteó la renuncia, "la cual aceptó", según dijo el haragán aquel.

Si ahora hay conspiración no sería de extrañar; siempre se encontrarán oficiales que, como Chávez, digan que ante un gobierno corrupto, hambreador del pueblo, entregado a gobiernos extranjeros, coludido con criminales y asesinos, enriquecedor de una minoría zafia y brutal, deberá procederse a su derrocamiento.

La Institución. La FAN ha sido destruida porque los valores que la sustentan, la obediencia, la disciplina, la subordinación, han sido desmantelados a través de dos fuentes esenciales, que son la ideologización y la desprofesionalización. La primera, ha conducido a que los militares chavistas tengan una jerarquía superior de hecho, aunque posean rangos inferiores: un capitán chavista puede ordenar más que un coronel institucionalista.

La segunda, viene por la vía de la milicia. Este cuerpo tiene el propósito de darle al Presidente un brazo armado, políticamente comprometido, lo cual hace que la profesión militar, como disciplina específica que demanda saberes y destrezas, está sometida a la lealtad política de milicianos que sólo son entrenados para manejar fusiles y posiciones de combate táctico. La profesión militar implica la gerencia de la violencia, lo cual no envuelve su ejercicio (a veces puede ser el cómo evitarla); mientras que las milicias se preparan siempre para ejercer la violencia. La dimensión de un oficial general, por ejemplo, es la estrategia; la dimensión de un miliciano chavista es cómo liquidar a un combatiente enemigo ideológicamente opuesto.

Cuando la institución es invadida por la milicia, la especificidad de la profesión es destruida. Es como si se dijera que con un curso de lectura veloz y una pasantía en la Universidad Bolivariana se puede ejercer el derecho libremente, ser juez o magistrado del TSJ; si esto va más allá de la justicia de paz, en la cual los legos pueden participar, se disuelve la profesión de abogado, de jurista y de magistrado de la ley. Es lo que ha ocurrido con la FAN.

Golpe de Estado. Para que pueda haber una conspiración exitosa que conduzca a un golpe de Estado (aunque éste no triunfe) como, por ejemplo, el de Chávez, tiene que haber una institución más o menos sólida. Un golpe requiere disciplina, subordinación y obediencia. Así fue cómo el Presidente y sus compañeros de correría lograron movilizar tropas en una proporción importante.

Ahora un golpe no parece posible. En una FAN convertida en un mazacote ideológico, carente de sentido profesional, a los eventuales golpistas les puede ocurrir como a aquel patético personaje que mandó a movilizar diez batallones hacia la frontera e impartió la orden en un show televisado para sorpresa de sus generales. Ni había batallones ni los tanques tenían orugas ni las botas calzaban, y las cantimploras tenían huecos. Los generales revolucionarios terminaron en una pantomima dirigida por el sargento García, el del Zorro.

Ahora seguramente hay conspiraciones, pero los golpes no son posibles. Lo que puede haber son insurrecciones parciales de oficiales hastiados, pero que serían condenados masivamente por la comunidad internacional (a menos que triunfen -lo cual es improbable-, en cuyo caso serían condecorados por las fuerzas vivas del planeta). Un intento de golpe desataría una represión masiva y tiene dificultades ligadas a la descompuesta institución militar para obtener la victoria, aparte de que es visto con extremo recelo por la sociedad civil francamente aburrida de lo militar.

La ecuación militar venezolana es clara: la mayoría de los oficiales está en desacuerdo con Chávez pero carece de poder; cuando los mandos detectan, no ya conspiraciones, sino meros desagrados, miradas recelosas, desgano, mueven a los oficiales de sus posiciones.

Lo que sí parece estar cundiendo en la FAN es una consigna esencial: no reprimir a la sociedad civil. La idea que domina es no disparar contra los ciudadanos y, de ser necesario, desobedecer si se le ordena reprimir masivamente. Aun en la Guardia Nacional, cuyas brigadas de orden público son extremadamente vengativas y violentas, hay mucha resistencia a cumplir ese papel; sobre todo cuando los oficiales saben que la GN va a desaparecer: unos oficiales serán transferidos al Ejército y otros a la Policía Nacional.

Un oficial negado a agredir a sus compatriotas es mucho más importante y útil que uno que quiera dar un golpe.

Carlos Blanco

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