16 abril 2010

El tigre está herido

La supuesta maestría política de Chávez, su pretendida habilidad estratégica, la capacidad de adelantarse al adversario tres o cuatro jugadas y luego darle jaque mate es una verdad relativa, matizada por una serie de factores a su favor que ahora se le están volteando. Así, por ejemplo, el golpe de estado del 4F fue la consecuencia de una suicida campaña nacional para dar al traste con el Gobierno de Carlos Andrés Pérez y con él a todo el sistema político que vivía una profunda crisis. Estaba en el sitio indicado y en el momento preciso.

Luego, sus victorias electorales se construyeron sobre el prestigio aberrante de haberse atrevido a atentar contra la democracia, sirviéndose de los procedimientos que ella misma le ofrecía para llegar al poder a través del insólito, para él, camino del voto. Jugaba mucho, claro está, su perfil demagógico y una presunta identificación con las grandes mayorías. Pero cuando una buena parte del país descubrió el colosal error de haberse puesto en manos de un personaje que venía para instalarse el solo solito en el poder, sin compromisos, sin concesiones, sin el menor sentido de la convivencia y desconociendo a todo aquel que no se le entregara incondicionalmente, ya era demasiado tarde.

Vinieron las grandes jornadas de protesta y el 11A, ejemplar manifestación popular en contra de la dictadura en ciernes, fue utilizada por un grupo de militares y civiles que pretendieron la cantinflérica reproducción del 4F. Si Chávez había desflorado a la cuarentona, supusieron, por qué no podían ellos hacer lo mismo. El 13 de abril el golpista mayor retornaba a palacio convertido en el campeón de la democracia y desde el pedestal que le montaron los golpistas menores pudo profundizar su proyecto y tomarse, ya no el gobierno, sino todo el poder. La suerte y los errores de la oposición lo ayudaron y así venció en el 2004 y repitió, por forfait, en el 2005.

Hoy, el mundo exterior sabe, tarde y mal, quién es realmente Hugo Chávez y el interior, también, aun cuando una proporción nada desdeñable de venezolanos, aún cree en él. También está dejando de ser el gran dispensador que compra pueblos y países merced la renta petrolera. El discurso le sale gastado y la suerte, esa cosa indefinible que siempre le acompañó, le está dando la espalda. Pero lo peor es que la comprensión de la realidad, por la mayoría del país, viene por su incapacidad como gobernante. Ha sido muy bueno para acumular el poder, pero muy malo para hacer obra y entonces, con el agua al cuello, sin respuesta para los grandes problemas que él mismo creó, se equivoca, da traspiés y convertido en una suerte de tigre herido, resulta más peligroso que nunca.


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