12 agosto 2007

La voluntad del pueblo y el mando vitalicio

Desde hace tiempo lo venimos diciendo: si cada día el régimen venezolano parece aspirar a no ser más que una copia al carbón del cubano, no nos engañemos: no hay necesariamente una congenialidad ideológica. Lo que hay es una apasionada simpatía, una admiración sin límites por lo que hoy por hoy singulariza al sistema cubano, lo convierte en un país excepcional, cuando ya se han desteñido, vueltas jirones además, las viejas banderas revolucionarias: el hecho de ser la más longeva dominación personal que haya conocido no sólo el continente de Porfirio Díaz, de Trujillo, de Stroessner, Somoza y Juan Vicente Gómez, sino tal vez el mundo entero desde la invención de la democracia.


La real gana

Lo dijo el one-man--show venezolano en su última y maratónica presentación semanal ante las cámaras: él podría gobernar cuarenta años. Claro, ni él es tan torpe como para decir lo que está pensando: "porque me da la gana". No: a quien le daría la real gana es al "bravo pueblo". Es la tan llevada y traída "voluntad popular" de todos los demagogos, una idea que está subyacente en todos sus discursos: la de que el pueblo sea un soberano absoluto. Así, cuando Chávez se hizo del poder, se anunció que las fiestas que comenzaron el primero y culminarían el 4 de febrero, serían además el inicio de una conmemoración del cinco de julio que entonces se anunciaba como una "exaltación del soberano".

Lo de "exaltación" fue una confesión de parte que, como reza el viejo adagio jurídico, releva de pruebas: se quiere una masa exaltada hasta el paroxismo, no una ciudadanía racional y mucho menos cuestionadora: porque esto último conduce más temprano que tarde a los 23 de enero.

La degeneración de una idea

Cuando se examina esta idea de "soberano", uno puede darse cuenta de cómo se degeneran los términos con el paso de los tiempos, y sobre todo con su mal uso o su aplicación indiscriminada. La idea de que el pueblo sea el soberano surgió para enfrentar una realidad donde el soberano era el rey. Si esa fórmula sirve para destruir una dominación sin freno de un hombre o una oligarquía en contra de una sociedad, bienvenida sea. Pero es muy posible que, por su origen como por la manera en que se la interpreta, haya terminado ella por significar algo no sólo muy diferente, sino incluso opuesto a lo que la originó.

Lo que se quería combatir en la monarquía era que de una forma u otra, por su origen o por su historia, ella degenerase por necesidad en un despotismo, o sea, en el dominio sin freno de un soberano. Puede que en su momento, no hubiese otra forma de echarlo abajo sino era oponiéndole una fuerza de iguales características. Pero cualquier dominio sin control degenera siempre en despotismo. Y eso es no sólo peligroso, sino inadmisible.

Del individuo a la masa

Hoy todo el mundo admite que el ser individual puede equivocarse, desviar el camino, incluso convertirse en criminal. ¿Acaso esa posibilidad desaparece cuando el individuo actúa en colectivo? La historia se ha cansado de demostrar lo contrario. La pena de muerte es así repudiable si la ejecuta un malandro, un verdugo con su hacha o el populacho en un linchamiento. Porque la sed de venganza, el odio racial y religioso, la esclavitud y el holocausto han llegado a ser muy populares, y sus autores vitoreados con delirio por la multitud: ¿se puede olvidar acaso que los alemanes llegaron a votar por Hitler en un 99%?

Entonces, la idea de que "el soberano" puede hacer lo que le venga en gana, y que los peores crímenes puedan ser excusados si los aprueba "el soberano", es una idea perniciosa, en el fondo antidemocrática y revela un hondo desprecio por el pueblo. Porque la voluntad popular es así sustituida por el capricho popular, la opinión popular por el prejuicio popular. Los hábitos, la tendencia al autoritarismo y a la arbitrariedad pueden muy bien pasar del rey soberano a la multitud soberana.

Inspirado por el Gran Hombre

Cambiemos de consonante, aunque no de tema. El supremo mandamás dice y repite del alba al cielo estrellado que su pensamiento y su acción están inspirados hasta en el detalle por lo de ese grande hombre que nació, bendito sea Dios, un 24 de julio y cuya prematura y nunca bien llorada muerte se produjo un nefasto 17 de diciembre. Él no ha llegado a decirlo, porque sería demasiado, pero está seguro o por lo menos, es su voluntad soberana que así se perciba, que es su reencarnación, que el destino y la voluntad popular le han dado ese regalo a la nación.

Yo no creo distinguirme por mi simpatía por el Héroe del Museo Militar; pero no tengo inconveniente en mostrarme en esto de acuerdo con él. Porque, fue su inspirador supremo quien mandó a justificar su interminable mandato con la excusa siempre a mano de la voluntad popular. El gobierno vitalicio del general Juan Vicente Gómez (pues a él nos referimos) era así justificado por uno de sus voceros más íntimos y fieles, Pedro Manuel Arcaya, en su libro, Venezuela y su actual régimen, publicado en 1935:

"El General Gómez ha sido reelecto varias veces a contentamiento general del pueblo. Hase argüido que esto va contra 'el dogma de la alternabilidad'. Pero no por respetar un falso 'dogma' exótico va a sacrificar un pueblo su tranquilidad y su bienestar".

PD : En una entrevista telefónica que me hizo Tal Cual, el reportero me hace comparar a José Vicente Rangel con Rafael Leonidas Trujillo. Jamás dije semejante barbaridad. Dije que, por su obsecuencia aduladora, Rangel podía compararse a uno cualquiera de los ministros del dictador dominicano.


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