En América Latina, lamentablemente, algunos todavía no saben distinguir (como ya ocurrió con los intelectuales europeos de los años treinta) entre lo que un gobernante dice que es y lo que es. Ahora bien, en pocos gobernantes se da una diferencia tan grande entre lo que dice que es y lo que objetivamente es, como en el caso del Presidente Chávez de Venezuela.
Así como el Cono Sur se ha constituido un núcleo democrático con hegemonía de izquierda, Chávez y el chavismo, más sus ramificaciones hacia Perú, Bolivia y Colombia (FARC), constituyen una suerte de núcleo antidemocrático que peligrosamente se extiende hacia otras naciones. De ahí que sea muy importante definir el carácter político de Chávez y el chavismo. Para precisar ese carácter hay que definir primero lo que Chávez y el chavismo no son.
Chávez y el chavismo -y esto hay que decirlo muy claro- no son de izquierda. No se trata por cierto de dictaminar subjetivamente quien es de izquierda o quien no lo es. Sin embargo, cualquier observador que sepa algo de Venezuela, no tardará en advertir que dentro de la oposición a Chávez se encuentran muchísimos intelectuales que en cualquier país "normal" (pienso, por ejemplo, en mi propio país, Chile) serían miembros de la izquierda, o de la centro izquierda. Tanto por su sensibilidad, cultura y tradición, un Teodoro Petkoff, un Armando Córdoba, un Manuel Caballero, un Heinz Sonntag, un Demetrio Boersner, un Roberto Briceño León, por nombrar al vuelo sólo a algunos intelectuales venezolanos de renombre internacional, son gente de izquierda que, sin embargo, no pueden practicar una política de izquierda, porque el gobernante y sus seguidores han superpuesto sobre la clásica división izquierda-derecha, la división entre "chavismo" y "antichavismo". A la vez, y en sentido contrario, basta encender la televisión y escuchar a muchos chavistas y al propio Chávez, para darse cuenta de que muchas de las opiniones que emiten no han de envidiar a las derechas más extremas de todo el mundo (nacionalismo, antioccidentalismo revestido de antiimperialismo, y una infinita agresividad verbal, donde por cierto, no faltan las "típicas" alusiones antisemitas) .
Chávez no sólo no es de izquierda, sino que se ha constituido en un peligro para el desarrollo político de la izquierda latinoamericana. Después del periodo dictatorial que vivió Latinoamérica en los últimos años, hay en diferentes países (Argentina, Brasil, Chile, México, Uruguay) una izquierda que tiene dos características principales: antimilitarismo (como reacción al pasado reciente) y vocación democrática. Ninguna de esas características identifican a Chávez. Incluso, la proximidad a Chávez daña y ha dañado notoriamente a algunas izquierdas del continente, lo que ha sido utilizado hábilmente por las diferentes derechas. Basta que Chávez apoye a algún candidato latinoamericano de izquierda para que éste baje de inmediato en las encuestas. López Obrador no alcanzó a distanciarse a tiempo. Lula ya ha tenido que hacerlo. Una parte mayoritaria de la izquierda en Chile ya se ha pronunciado en contra de la política internacional de Chávez. Un gobernante que visita a Lucazensko (a quien ni su mamá visita), uno de los más antidemócratas jerarcas post-comunistas del mundo, o establece relaciones de hermandad (¡!) con el antisemita Ahmadineyad, no puede ser de izquierda para casi nadie que sea de izquierda, o por lo menos, demócrata. Si la izquierda latinoamericana no se ha distanciado aún más de Chávez (y ya es mucho) es, porque sus miembros no quieren verse enredados en la maraña de sus interminables insultos.
Es que Chávez es un gobernante que insulta a casi todo el mundo, ejemplo que siguen y a veces multiplican sus seguidores más inmediatos. Ni siquiera los obispos y cardenales de la Iglesia católica escapan a su desmedida procacidad. A diferencias de Castro, quien posee un excelente uso del idioma, Chávez tiene serias dificultades para ordenar sus frases de modo lógico, y por eso, podría pensarse, suplanta la retórica con el insulto. Sin embargo, hay en su enorme capacidad de injuria, un propósito que obedece -conciente o inconscientemente- a un cálculo muy frío. Los de Chávez son insultos cuidadosamente programados destinados a crear una zona de hipertensión emocional e impedir así que la política se articule en torno a algo que no sea él mismo. De este modo, él neurotiza la vida política hasta tal punto, que resulta imposible, en medio de tanta injuria, que los polos que se forman alrededor de su persona puedan encontrar algún medio civilizado de comunicación.
Efectivamente: lo primero que sorprende a un visitante en Venezuela, es que después de siete años de gobierno, Chávez ha conseguido partir al país político en dos pedazos. Esos pedazos no son de izquierda o de derecha. Pues a un lado están quienes aman a Chávez. Al otro lado, los que lo niegan. Entre ambos no hay ninguna conexión. Quienes eran amigos, ya no lo son. Quienes se respetaban, se desacreditan mutuamente. Nadie discute con nadie. Chávez ha conseguido destruir la polémica, condición de la política, e introducir en su lugar dos monólogos paralelos. Él mismo monologa sin limitación de tiempo (hasta siete horas) en su programa semanal, mientras las "camisas rojas" aplauden las vulgaridades más grandes que es posible oír de nadie (ni siquiera en Berlusconi, quien en materia de vulgaridades era vicecampeón mundial) Si alguien ha leído relatos de los primeros años del fascismo en Italia no se sorprenderá si los encuentra de nuevo en Venezuela. La comunicación política ha sido destruida radicalmente por el propio gobernante. Y la destrucción de la comunicación política es la primera condición para todo proceso de facistización. Eso es lo que está viviendo Venezuela. "Esto va a terminar muy mal", me dicen muchos venezolanos. "Que Dios no los oiga", les digo yo.
Naturalmente, hay chavistas inteligentes. Pero cada vez que uno habla de Chávez, dicen -como avergonzados- que lo principal no es Chávez, sino el proceso del cual Chávez es sólo un símbolo. "¿Cuándo habían alcanzado los pobres más representación que durante Chávez? En eso hay que fijarse", dicen. "Chávez es secundario", afirman. Pero, ¿es que se puede hablar del proceso sin Chávez? Chávez está en todas partes, nadie realiza una "misión" (palabra militar clerical) sin su autorización. Nadie tiene ninguna idea que no sea de Chávez. Él, como él mismo se definió, es el coach del equipo. Eso quiere decir que él decide quién jugará o no. "Ah pero Chávez ha llevado a los pobres a la sociedad", dicen los chavistas inteligentes. ¿A cual sociedad? - se pregunta uno, asombrado. No importa que en Chile, Argentina, Brasil, tengan lugar políticas sociales más importantes y sobre todo más racionales que las que han tenido lugar en Venezuela. Lo decisivo es que Chávez, a diferencia de los gobernantes de esos países, no ha integrado a los pobres a la sociedad, sino al Estado. Sin suprimir la pobreza, Chávez la ha estatizado. Las misiones, entre otras tantas iniciativas populistas, son los cordones umbilicales que atan a los pobres con el Estado. Y el Estado es Chávez. Los pobres son de Chávez; por eso deben seguir siendo pobres. Sí hay, por cierto, algunos chavistas inteligentes. Pero no lo son tanto como para reconocer que Chávez no representa un proyecto de sociedad, como ellos imaginan, sino que, antes que nada y sobre todo, es un proyecto de toma de poder. Las misiones, los círculos bolivarianos, los comandos de "camisas rojas" son medios para tomar el poder desde abajo. La constitución (a quien él en su estilo llama: "la bicha"), el escudo, la bandera, sobre todo Bolívar, incluso las pertenencias de Bolívar, todos los poderes simbólicos de una nación, han pasado a ser propiedad de Chávez quien los modifica, los interpreta o los regala, según su antojo. Chávez intenta tomar el poder desde todos lados. Desde abajo, desde el medio, y por supuesto, por arriba cuando haciéndose aclamar en "foros mundiales" despotrica en nombre de la justicia universal, en contra de su ultimo descubrimiento: el "imperialismo norteamericano". Pero Chávez no es antiimperialista.
Chávez es en primera línea, antidemócrata. Por eso ha insultado, de la manera más soez, a diferentes gobernantes y políticos democráticos de América Latina. Lagos, Fox, Toledo, Uribe, Lourdes Flores, García, entre tantos, han debido sufrir las injurias de Chávez. Nadie ha insultado en su vida a tantas personas decentes como ha hecho Chávez. No obstante, se equivocan aquellos que piensan que Chávez insulta por insultar. Como ha sido dicho, sus insultos, cuidadosamente calculados, forman parte de su estrategia de poder.
Mediante el insulto, Chávez destruye las posibilidades del diálogo político, tanto hacia el interior como hacia el exterior del país. Y donde no hay política, comienza el terror. La creciente ocupación de la administración pública por personeros militares, es el ejemplo más visual de la corrosión de la política que tiene lugar en Venezuela. Mientras en el pasado los militares latinoamericanos tomaban el poder de golpe, en Venezuela lo toman en "cámara lenta". El segundo paso, será la militarización de la nación, y es desde ese objetivo que hay que entender los llamados del Presidente a defender al país de una invasión norteamericana. El objetivo de Chávez es, evidentemente, provocar un clima de alta tensión con los EEUU.
Sus injurias a Bush han ido aumentando en cantidad y en volumen. Exasperado tal vez porque el gobierno de EE UU no pisa (todavía) la trampa, ha agredido en los términos más repugnantes que es posible imaginar, a Condolezza Rice, algo que nunca habría hecho un Fidel Castro (dictador, pero educado) La verdad es que Venezuela no tiene ningún problema real con los EEUU: ni económico, ni territorial, ni de ninguna índole. A diferencias de Castro quien siempre arremete verbalmente en contra de USA sobre la base de problemas concretos, Chávez arremete gratuitamente, con el objetivo más que evidente, de provocar un conflicto internacional. Ahora bien, en una situación de alta tensión internacional, Chávez intentará dividir al país entre "patriotas antiimperialistas", y "esbirros al servicio del imperialismo". De este modo, estar en contra de Chávez significará "traicionar a la patria". El, efectivamente quisiera, que su candidato opositor fuera Bush, y lo ha dicho. Su propósito es llevar al país a una situación de extrema hipertensión hasta llegar a aquella situación totalitaria que practicaban los regímenes comunistas, donde cualquiera oposición tenía que estar necesariamente al servicio del "imperialismo". Los ataques a EE UU son, evidentemente, una pieza clave en su proyecto de toma total del poder.
Va ser muy difícil para la oposición democrática de Venezuela terminar con el chavismo. El régimen no sólo controla el Estado (y el petróleo) sino que se ha infiltrado hacia el interior de la sociedad civil. Los comandos chavistas actúan en las provincias, pueblos y barrios, y la violencia crece "hacia dentro". El chavismo controla, además, los medios de recuento electoral. Y desde el exterior, los Ramonet y los Chomsky (y la izquierda festiva que les sirve de coro) están dispuestos a legitimar cualquiera monstruosidad siempre que sea antinorteamericana. Es cierto que Chávez llegó al poder como consecuencia de la corrosión de la democracia venezolana, y esa es la deuda histórica que tienen los dos principales partidos con su nación. Pero siete años ya es suficiente castigo. Es cierto también que en Abril del 2002, una fracción enloquecida de la oposición, siguiendo el juego a Chávez, se embarcó en una aventura golpista. Gracias a esa aventura, realizada a espaldas de la mayoría de la oposición (justo en el momento cuando Chávez estaba políticamente cercado) Chávez obtuvo como regalo una legitimación democrática que, él menos que nadie, puede ostentar.
Pero poco a poco, la oposición ha ido ordenando sus filas. Chávez intentará destruirla al crear una línea divisoria "o Venezuela o los EEUU". Si la oposición estará en condiciones de imponer la verdadera línea divisoria que atraviesa a Venezuela, que es la de "chavismo o democracia" (o incluso, "fascismo o democracia") es algo que está por verse. Pero si la oposición triunfa -y un día, más temprano que tarde triunfará- puede que ese no sea un triunfo de "la izquierda". En cualquier caso, será un triunfo de la democracia. Pero, antes que nada, será, un triunfo de la decencia.
Fernando Mires
Viernes, 25 de agosto de 2006
Viernes, 25 de agosto de 2006
El Prof. FERNANDO MIRES, doctor en ciencias económicas y sociales, es chileno y desde hace años es profesor catedrático en el Instituto de Ciencias de la Universidad de Oldenburg, Alemania. En 1991 obtuvo el título Privat Dozent en el área de Política Internacional, el más alto grado académico que conceden las universidades alemanas. Es autor de numerosos ensayos y artículos publicados en revistas especializadas de Europa y de América Latina. Un gran número de libros testifica su vasta obra, tanto en el campo de la sociología como de la politología. Entre estos destacan: El discurso de la miseria (1994) El orden del caos (1995) La revolución que nadie soñó (1997) El malestar de la barbarie (1998) Teoría política del nuevo capitalismo (2000) Civilidad (2001) Teoría de la profesión política. Corruptos, “milicos” y demagogos (2001) Crítica de la razón científica (2002) Introducción a la política (2004).
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