Rugen los aviones supersónicos sobre la ciudad apacible en tarde de domingo. Se encoge el estómago y el corazón del ciudadano.
¿Qué pasa? Justo antes de marcar algún número amigo, recuerdo: 4 de febrero; se conmemora un golpe de Estado. El ruido y el monóxido que caen sobre la ciudad recuerdan un fracaso, mas advierten: Un Estado militarista está en marcha.
¿Será la guerra contra el país del Norte? ¿Será contra las Naciones Unidas y el bloque del Atlántico Norte? ¿O será contra Israel aliándonos a sus enemigos?
Quizá resulte más fácil voltearse contra el vecino. ¿Remontarán los Andes nuestros llaneros descalzos para hacer la guerra en vez de libertar al vecino?
Las experiencias militaristas en América del Sur han sido variadas hasta provocar tipologías y teorías. En el más simple de los casos, son resabios del proceso de independencia del dominio español, o efectos de una mente delirante peleando contra molinos de viento.
Cualquiera sea el motivo o propósito, todos los militarismos resultan en fracaso como forma de hacer gobierno y adjudicar los roles de autoridad. La experiencia suramericana así lo ha demostrado. El armamentismo, entre los débiles, desemboca en un drama, o farsa en nuestro caso, doméstico. El primer frente de ese tipo de guerra difusa, contra cualquiera o contra todos, es en casa.
Es este Valle y Tierra de Gracia sobre la cual se cierne la pestilencia de los aviones.
Ahora Venezuela, otrora pionera de la independencia y la libertad, pretende liderar a los países hermanos de regreso a la esclavitud. Este país, que ayudó a liberarlos desinteresadamente, ahora despliega sobre ellos pretensiones imperiales. Fidel, por más que apadrine y aproveche la golilla de estos venezolanos ingenuos, desbaratadores y devoradores del erario nacional, no morirá tranquilo porque sabe que este supuesto sucesor pretenderá manejar su isla, su empresa familiar. Él también hace planes y maquinará hasta el final para reírse de Venezuela. La farsa habrá terminado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario