Tal Cual reprodujo (26-02-07) un oportuno artículo de Michael Wines publicado en The New York Times ("Zimbabwe y la enfermedad prohibida") en el cual revela que la última medición (de enero 2007) mostró en ese país una tasa inflacionaria de 1.281% anual. Como no ha podido derrotar la inflación con su polìtica de controles, ni con la pena de cárcel para quienes aumenten los precios y los salarios (el mercado negro domina la economía y los apagones interrumpen el servicio eléctrico constantemente), el dictador Mugabe lanzó un decreto (¿"habilitante"?) declarando ilegal la inflación. Cuenta Wines que el gobierno ha advertido un colapso en el servicio eléctrico ("nacionalizado" como hizo su "pana" Chávez) y una crisis en el tratamiento de agua que ha provocado un brote de cólera en la capital, Harare. Todos los servicios públicos se interrumpieron en el este del país porque se agotaron los recursos para reparar sus instalaciones. Los médicos y enfermeras están pidiendo un aumento del 9.000% y llevan cinco semanas en huelga, al igual que los maestros. Hasta los policías y militares amenazan con causar más disturbios si no aumentan su salario. El Banco Central reportó que los precios de la canasta básica subieron 223% en la primera semana de febrero. Buscando reactivar la producción agropecuaria, Mugabe "vende a los productores el litro de gasolina a 350 dólares zimbabuenses y éstos la revenden en el mercado negro por diez veces su valor, dejando las tierras ociosas" (cualquier parecido con los "fundos zamoranos" no es pura coincidencia). Además de "ilegalizar" la inflación, Mugabe culpa de tan grave crisis a "una conspiración de Occidente en su contra" (¿les recuerda algo?). "El gran problema de Zimbabwe -dice un analista de ese país- es que la única cosa que no puedes falsear es la economía. Cuando cae, cae. Y eso puede tener efectos impredecibles" .Los petrodólares hacen la pequeña diferencia "por ahora" en la Zimbabwe de Chávez, tal como reseña Harry Blackmouth en TheNew Yor Times (17-02-07). En Venezuela "una acelerada tasa de inflación está comenzando a afectar el abastecimiento de productos básicos tales como carne, pollo, caraotas, azúcar y leche, aunque por suerte todavía pueden adquirirse en los supermercados de Caracas bebidas espirituosas de marca, excelentes vinos y algunos quesos exquisitos de Francia" ,
Además del decreto habilitante que contempla cárcel y confiscaciones de empresas, algunos ministros están amenazando a los presidentes de las cámaras industriales y comerciales venezolanas con aplicar represalias si siguen diciendo que hay desabastecimiento en sus respectivos sectores, mientras el pueblo sufre la escasez y los ataques criminales del hampa. A Chávez sólo le falta , como a su "pana" Mugabe, declarar ilegales la inflación y la inseguridad personal porque ambos males perjudican "el proceso", como dijera el desalmado prefecto a una mujer del barrio Los Erasos cuando lloraba desgarradoramente por el asesinato de su hijo.
Para The Economist (12-02-07) el modo de "corregir el desequilibrio fiscal se asemeja a invitar a Chávez a jugar a la ruleta rusa con todas las balas en el cargador". Y puede que ese juego macabro se haya iniciado con el silbato sonado por las Bolsas asiáticas que ha hecho tambalear al mercado bursátil mundial (preocupado también por la salud de la economía estadounidense) y, como ocurrió en 1997 con la crisis de los tigres asíaticos, se reduzca la demanda y caigan los precios petroleros. Lo avizora Francis Fukuyama en The Washington Post ("El fin de Chávez" 16-02-07): "La irracionalidad de la economía chavista no va a sentirse hasta que los precios del petróleo no bajen". Aunque puede que con las destructivas disputas internas de las que ha surgido un gobierno "paralelo", el creciente desencanto popular registrado en las últimas encuestas y el catastrófico pesimismo de Lina Ron en su último artículo en El Nuevo País, los acontecimientos se precipiten. Y es que en Venezuela, como en Zimbabwe, "cuando cae, cae".
Marta Colomina
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