09 marzo 2007

No se admite disenso

Bajo la excusa de que gran parte del proletariado carecía de un grado de instrucción suficiente o de experiencia política, las repúblicas socialistas soviéticas, al poner en práctica los postulados de Marx, estructuraron un Estado completamente piramidal y unificaron la acción política en un único partido que agrupaba a todos los activistas. Estado centralizado y partido único para conducir la República por la vía del socialismo.

El proletariado, que no poseía bienes de producción, debía ser protegido de la burguesía minoritaria y dominante que los explotaba. Así, en ese esquema, el proletariado tiene que vender su fuerza de trabajo que termina siendo su único capital. El Estado socialista se hace de los medios de producción para acabar con la explotación. Al ser todos parte del Estado, y ser el Estado el propietario de los bienes de producción, es el pueblo el dueño de esos medios.

En la práctica nunca los medios de producción en los Estados socialistas han sido trasladados al pueblo. El Estado (o más bien quien lo gobierna) termina sustituyendo a la burguesía en nombre del pueblo. Se compromete con este último en brindarle seguridad, salud, educación, vivienda; en fin, se compromete en cubrirle todas sus necesidades básicas y, para ello, retiene para sí todos los medios de producción. Nace entonces una nueva burguesía pegada al gobierno a la cual se trasladan los privilegios que tuvo la antigua burguesía. En nombre de la revolución socialista manejan los medios de producción y el pueblo termina simplemente cambiando de patrono y empobreciéndose cada día más, pues al no haber verdaderos dolientes propietarios, la producción termina siendo cada vez más ineficiente.

Todos los privilegiados nuevos burgueses se agrupan en un único partido socialista (o comunista) que tiene como principales fines, el mantenimiento del sistema de explotación del ser humano para beneficio del Estado socialista y la consecución de privilegios para la clase política dominante agrupada en un partido único.

Para evitar que el pueblo se rebele se instauran dos mecanismos muy poderosos: una férrea maquinaria disciplinaria y una inmensa maquinaria para la propaganda. Lo primero requiere alinear a las Fuerzas Armadas en torno a la revolución y otorgarles privilegios a sus integrantes para que acaten las órdenes represivas, como también requiere la creación de un órgano de inteligencia que constantemente espíe a los propios ciudadanos para detectar cualquier desviación o disidencia. Lo segundo requiere el control estatal de los medios de comunicación para alinearlos a todos en la misma estrategia de comunicación (hegemonía comunicacional) que se usará en dos sentidos: logros de la revolución y exponer a terceros, normalmente agentes extranjeros, como los culpables de los retrocesos, no avances o fracasos revolucionarios, basados en un patrioterismo barato.

Este socialismo del siglo XXI, que pretende diferenciarse del socialismo fracasado del pasado siglo, va por su mismo camino y utiliza sus mismas excusas, con una sola diferencia: está ejecutando el control de los medios de producción y la unificación partidaria por etapas; poco a poco las va cumpliendo.

Ya tiene definido a su enemigo externo a quien achacar los males que sufre el pueblo. Dice actuar en nombre del pueblo para eliminar privilegios burgueses pero ha creado en su entorno a una nueva burguesía muy bien acomodada en el poder que se enriquece constantemente. Para poner en práctica su política comunicacional hegemónica ha ido poco a poco doblegando a los principales medios de comunicación o amenaza con cerrar a quienes no doblan la cerviz.

El líder revolucionario exponencia sus apariciones mediáticas, haciéndolas ya diarias de manera formal, para contribuir con la propaganda revolucionaria, fundamental para el proceso. La asume personalmente porque se ha constituido en el único y mejor vendedor de su proyecto, pero además con la convicción interna de que nadie lo vende mejor que él.

Ninguno de los partidos o dirigentes que hoy se niegan a integrarse al partido único sobrevivirá con autonomía porque ello es contrario al control revolucionario que se considera indispensable para el mantenimiento de la revolución en el poder. Su suerte será peor que la de un opositor constante; sufrirán la suerte de un traidor y eso se paga con la defenestración absoluta.

Vendrán sin duda nuevas luchas. La de los alcaldes y gobernadores por conservar sus autonomías, que también se oponen al control central del Estado socialista. También vendrán protestas populares por necesidades nunca satisfechas que hará indispensable la represión como respuesta.

Gerardo Blyde

El Universal

gblyde@cantv.net

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