No guachafita -que eso es como chiquito, chiquitico- sino una grande, de verdad verdad: eso es lo que puede darse en el socialismo tropical que ahora, de modo singular se quiere hasta enseñar en las empresas, en horario laboral. En ese socialismo de "por estos lados" se cae en las mismas trampas que lo hiciera el muy conocido Socialismo del Siglo XX, el de la pesadilla, el de las cartillas de racionamiento perpetuas, el de los campos de trabajo, de los largos períodos de "reforma del pensamiento" y de corte de caña obligatorio.
En los albores del siglo XX, y antes de que el socialismo tuviese oportunidad de desplegar su lógica inherente en todo su esplendor, Max Weber dijo que con él "la sociedad rusa conocería una burocratización nunca antes vista en la historia de sociedad alguna". Que fuese la enfermedad del "burocratismo" uno de los males congénitos del socialismo leninista, que desde el comienzo, no sólo diagnosticaron, sino que tuvieron que enfrentar, avala la sospecha de Weber, sospecha que se transformaría en lo adelante en una inhabilitante enfermedad del socialismo.
Como el socialismo sospecha de toda iniciativa privada, a la que acusa de estar, siempre, al servicio del lucro personal y egoísta, y como no tiene más remedio que proveer de atención cotidiana a las crecientes necesidades de una población que no cesa de aumentar, su destino inexorable, su karma, no es otro, no puede serlo, que el burocratizarse hasta el cansancio.
Atender a las necesidades humanas, sin embargo, no es posible sin definir cuáles son, para luego domesticarlas. En efecto, a quienes controlan al Estado, ahora devenido único empresario, les es vital "controlar" y "limitar" esas necesidades que hay que atender. De no hacerlo se les viene el mundo encima, y se les viene porque si queda a la libertad de cada quien, no hay ni tiempo ni recursos para encararlas; por ello, ¡a dictaminarlas!
Esa ingente tarea -que va desde la pasta dental hasta los condones- impone, no sólo una frondosidad burocrática hasta ahora desconocida, sino que, dentro de cada uno de los ministerios, institutos, empresas públicas, misiones y demás parafernalia política, hay que especificar niveles, jerarquías, áreas especiales y pare de contar.
Cada institución pública -y desde su proclamación en adelante, todas lo serán- deviene entonces un campo de Marte de intrigas y luchas por el control del poder y los recursos. Y como hay una ideología justificadora de por medio, en el nombre y para la realización de los preceptos que esa ideología impone, las luchas se sacralizan¿
El Socialismo del Siglo XX no nació de la riqueza, ni la creó de inmediato. Fue un socialismo de la escasez, de la miseria incluso. Encima, como fue un socialismo que se impuso a sangre y fuego, tuvo que confundirse con una "economía de guerra" y con una férrea voluntad de imponerla a como diera lugar. La historia de los primeros años del maoísmo chino es un ejemplo admirable de esta dinámica infernal.
Este de ahora, el del siglo XXI y dentro de los estrechos límites de un país petrolero, es, como lo dijimos la semana pasada, un "socialismo petrolero" y por serlo, un "socialismo del despilfarro", del "todo se puede" y del "dameacá", muy parecido al manejo de los recursos que hizo la dinastía saudí en los primeros años del boom petrolero. El de la acelerada creación de ruina.
Tiene esta versión del socialismo, otros rasgos que conviene no perder de vista: el de desechar todo el "know how" y los recursos humanos que se supone ese mismo éxito petrolero hizo posible "antes" de la llegada de los tales socialistas nuevos. El experimento -porque eso es lo que es- entonces, tiene que funcionar con lo que le es proclive, en nuestro caso: con quienes reciben un beneficio directo de la implantación del nuevo sistema.
Con ellos el Socialismo del Siglo XXI tiene que pagar la novatada y esa novatada es el mejor caldo de cultivo para las batallas intestinas que no tendrán fin. Esas luchas intestinas se incrementarán por el craso error de imponerle al Estado la formación y funcionamiento de un partido. Será, por ello, la gran guachafa, desmenuzada en infinitas guachafitas. Pero será, ténganlo por seguro, de un despilfarro faraónico.
Y para coronar este gran monumento -o si prefieren, esta gran torta- estará la voz y las acciones omnipresentes de su gran líder, cambiando por la tarde lo que acaba de imponer esa mañana; y repartiendo sin tino y sin medida unos recursos que, por fuerza, tienen un límite.
Antonio Cova Maduro
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