André Malraux dijo: "Los pueblos no tienen los gobiernos que se merecen; tienen el gobierno que se les parece". Su paradigmática frase es realidad, pues eso de "merecer" es inaplicable a un colectivo.
Existe la tendencia histórica a culpar a gobiernos de los males nacionales. Sin embargo, el análisis a fondo de las realidades de cada sociedad revela causas más complejas.
Con frecuencia los peores gobiernos y gobernantes, vistos con detenimiento, son simples espejos de rasgos sobresalientes de sus respectivas sociedades. Aun los más repudiables suelen ser versiones corregidas y aumentadas de los mayores defectos de sus propios conciudadanos.
Hasta los regímenes más criticables cuentan con una masa de seguidores que se identifican con esos dirigentes, por malos que sean. Calificar de "comprado" ese apoyo es un simplismo que dice más de quien lo emite que sobre la realidad. Lo fundamental es emotivo: recordemos aquellos argentinos que coreaban: "Ladrón o m..., queremos a Perón."
Donde la población interviene directamente en la selección de sus líderes, surge una casi perfecta sinergia entre la conducta de la dirigencia política y la personalidad colectiva predominante. Los dirigentes políticos más populares capturan rasgos esenciales del colectivo, tanto en lo bueno como en lo malo, y los proyectan como suyos. Quien salga electo próximamente en Francia será quien mejor refleje los valores de aquellas grandes clases medias.
Raros son los dirigentes que se erigen en modelos para la emulación. La mayoría sigue corrientes y adapta sus mensajes al mínimo común denominador del momento de su elección, aunque luego se desconecten. De allí tenemos la extrema vulgarización del debate público y aun de las culturas.
En sociedades generalmente carentes de estructuras familiares, con grandes mayorías empobrecidas, marginadas y mal informadas, suelen deteriorarse los valores colectivos. En ellas es bastante fácil comprender y aun predecir el entorno político. Sociedades compuestas en mayoría de familias desintegradas, anárquicas o inexistentes generalmente producen gobiernos que reflejan características similares: Las ranas suelen pedir rey.
Para cambiar realmente las cosas en un país hay que partir del fortalecimiento de los núcleos familiares, de la calidad de educación e información, o de lo contrario las cosas giran incesantemente sobre ataques a los síntomas sucesivos, que son los gobiernos, y a la larga ninguno puede funcionar.
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