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No hay cura posible - óigase bien - si al diagnóstico de una enfermedad se le disfraza. No hay que pueda acertar sobre un dictamen manipulado, que no muestre crudamente el amargo mal del que se esté muriendo.
Las expresiones y reflexiones con las que a diario escapamos de la realidad los venezolanos para exorcizarla, para no asumirla y enfrentarla con voluntad y a tiempo, y que, por "revolucionaria" - tal realidad - se niega a la vida y nos convoca para la muerte, en nada ayudan ni nos ayudan hacia el futuro.
"Estamos en el principio del final", dicen unos. Otros afirman que "vivimos una dictadura light" o que "ahora sí como que la cosa es verdad"; es decir, la "cosa" es y no es a la vez.
"Tenemos un déficit de democracia" acuña determinado sector y los especialistas advierten sobre el inminente fraude constitucional en curso, todavía no consumado por el mandamás, como suponiendo que estamos mal pero no tanto por ahora o como para preocuparnos en demasía.
Lo cierto es que a pesar del grito "patria, socialismo o muerte" que preocupa esta vez, ha mucho que no tenemos patria porque la perdimos desde 1999 al dividirnos como nación - entre bolivarianos y quienes pretendemos seguir llamándonos venezolanos - y luego del otro fraude constitucional, que todos le permitimos consumar al mandamás en la última fecha.
Y no tenemos socialismo, por lo pronto, porque sobran - se dice - los dineros del tesoro y la codicia estaría carcomiendo a buena tajada de la población, en especial a su nueva elite económica y a los tránsfugas, como a los miles de misioneros cubano - gubernamentales.
Marchamos hacia el comunismo, paradójicamente, montados sobre los cheques y las corruptelas del capitalismo.
Mas la muerte, óigase bien sin que pequemos de escatológicos, esta sí que llegó y ya se ha hecho cultura dominante entre nosotros, tanto que no requiere de canto o invocación por la soldadesca entumecida y autómata domesticada por el mandamás. Nada cambiará el que grite como lo hará a destiempo "patria, socialismo o muerte".
La muerte la tenemos en las narices, nos anega, y con ella convivimos sin quererla ver, haciéndonos los distraídos.
Somos, según las Naciones Unidas, la nación más violenta del Hemisferio.
La violencia cobró en 2006 a más de 16.000 muertos por heridas de bala y lo peor es que no contamos con instituciones - que no las hay por destruidas ni las quiere el mandamás en lo adelante - capaces de contener ese río de sangre rojo rojito.
De modo que, si el mandamás viene gritando y ordenando que todos también gritemos a coro "patria, socialismo o muerte", a la luz de los disimulos y ficciones intelectuales que tanto nos gustan y nos recrean en la oposición, no cabrá la queja cuando los extraños arguyan que hay razones suficientes para aún creer que el Socialismo del Siglo XXI - teóricamente comunista - es en Venezuela una comedia inocua, un espectáculo hecho de utilería y nada más.
La verdad y la memoria, por otra parte, no son virtudes que hayamos logrado aquilatar como pueblo.
En 1999 se aprobó la mejor Constitución del mundo; redactada por el mandamás, sancionada por "su" constituyente - que contaba con 3 o 4 opositores - y aprobada por un 80% del 40% de los electores quienes la votaron en referéndum
El problema no es, pues, que la actual Constitución se cumpla o no se cumpla o que los militares la hayan violado o no al gritar "socialismo o muerte". Lo veraz es que no tenemos Constitución.
No olvidemos que la constituyente del mandamás cerró al Congreso electo por el pueblo en 1998, destituyó a los magistrados de la Corte Suprema y a los demás jueces y a todos los mandó a su casa, junto al Contralor y al Fiscal de la República. Y los sustituyó por otros nombrados a dedo y con el aval de la constituyente. Pero para la mayoría y las minorías huidizas del país, nada grave pasó. No hubo atentado a la democracia y menos un golpe de Estado.
Ahora y en esta hora nona, por si fuese poco, la Asamblea deja de legislar para que lo haga por su cuenta el mandamás, y la cabeza de la Justicia decide servir de secretaria del mandamás para su reforma constitucional. Pero nada grave pasa, porque apenas se trata - dicen los opositores - de un "déficit democrático" o a lo sumo de una "dictadura light". Nada más.
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