20 junio 2007

Delirios territoriales

En tiempos recientes, quien escribe ha tenido ocasión de participar en algunos debates sobre la cuestión territorial y urbana con especialistas afines al oficialismo.

La expectativa era la de comprender por fin cuál era la propuesta que se cela tras una expresión tan poco feliz como "la nueva geometría del poder" y confrontar si efectivamente, más allá de la retórica presidencial, hay algún nuevo paradigma, como no se cansan de repetir los expertos gubernamentales.

La conclusión de la experiencia es frustrante: por donde se le dé la vuel-ta lo que aparece una y otra vez es, agravado, el manido discurso antiurbano que dominó las políticas territoriales venezolanas entre 1960 y 1998.

Las referencias a las grandes ciudades no aparecen por ninguna parte y el tema de la gobernabilidad no va más allá de la letanía de esa pretendida nueva panacea que serían los consejos comunales, que, como se sabe, en la propuesta oficialista carecen de cualquier matiz de autonomía al sujetarse la asignación de recursos directamente a la voluntad presidencial.

El argumento para querer voltear al revés el mapa del poblamiento nacional aparece verdaderamente risible: cuando se dice que se trata de llevar la población, localizada en el eje costero-montañoso, a donde están los recursos, a lo largo del eje Orinoco-Apure, se olvida algo tan elemental como que el principal recurso de un país es, precisamente, su población, en particular su población urbana, que, con todas sus carencias, es al fin y al cabo la mejor preparada y la que tiene el mejor acceso a las tecnologías que sustentan el desarrollo contemporáneo.

Pero esta, como hemos dicho infinidad de veces, es además una aspiración vana: la formación del territorio venezolano tiene una historia de no menos de quinientos años, a lo largo de los cuales ha generado una inercia cuya fuerza es superior al voluntarismo del más empecinado batallón de cuarteleros. No debemos preocuparnos entonces por lo que va a ocurrir en los sureños ejes sino por el despilfarro de recursos que debieron acompañar un nuevo estilo de desarrollo de nuestras grandes aglomeraciones urbanas.

Mientras el ferrocarril San Juan de los Morros-San Fernando de Apure es consumido por el moho, habremos vuelto a perder el tren de la historia.


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