El joven que encendía su televisor antes de salir, camino a su casa de estudios, con el interés de sintonizar un canal particular del espectro radioeléctrico venezolano no lo consiguió, y en su defecto se encontró con una nueva señal, cuya imagen y programación es diametralmente diferente.
Por otro lado, no muy lejos del anterior, quizá una cuadra más abajo, otro joven enterado de los cambios, encendió su televisor con la expectativa de disfrutar de un nuevo medio de comunicación, con una nueva oferta de entretenimiento y educación, que a sus ojos llegó para llenar un vacío en el mismo espectro.
Uno salió a la calle con la frustración de quien no tiene la posibilidad de ver lo que desea y estaba acostumbrado a ver; y otro salió en la misma ruta, con la misma facultad como destino, con la alegría de quien tiene una nueva oportunidad para expresarse, entretenerse e informarse como desea.
El primero salió con pancartas, pitos y franelas alusivas, en protesto por lo que siente es una violación a su derecho de decidir; mientras, el segundo salió con la misma indumentaria, a celebrar el cambio.
Es esa la juventud venezolana; la misma juventud que líderes de todo tipo han subestimado; ese sector de la población estigmatizado como apático, despreocupado y poco centrado en los más trascendentes intereses de sus comunidades. Hoy la juventud venezolana está en la calle, haciendo uso de su libertad para expresarse, para elevar la voz y compartir sus deseos, temores e intereses. Más allá de las dificultades del momento, el fenómeno es interesante y por demás apasionante. Hoy, Venezuela es más joven que nunca.
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