Un domingo, un habanero iba por las calles de la Capital paseando sus zapatos rotos, cuando de pronto avistó una cola. Ni corto ni perezoso se puso al final, y preguntó
- “¿Qué venden aquí?”.
- “¡No sabemos... algo será!”, le contestaron.
Después de cuatro cuadras de cola, ¡por fin!, llegó al principio.
–¿Que venden aquí?, –preguntó.
–Aceite de oliva recién llegado de España.
–Dame dos litros.
–¿Y las botellas para echártelos? –le preguntó el vendedor.
–¿Tengo que traer las botellas?.
–Claro, mi socio, yo lo que tengo es un barril de aceite, no tengo botellas.
Rumiando su desgracia, el habanero sigue paseando sus zapatos y a lo lejos ve otra cola. Se repite la misma escena. Cuando llega al dependiente, le pregunta:
–¿Qué venden aquí?.
–Arroz que llegó de la China.
–Dame tres libras.
–¿Y los cartuchos para echártelos? (En Cuba dicen cartucho a las bolsas).
–¿Tengo que traer las bolsas para el arroz?
–Claro, mi sangre, yo lo que tengo es un saco de arroz, no tengo cartuchos.
Sigue el pobre cubano en su peregrinar. Los zapatos le dolían cuando avistó otra cola y –rumiando ya no su desgracia sino su mal humor– se puso al final de ella. Después de tres cuadras de cola llegó hasta el dependiente y preguntó:
–Oye, chico, ¿qué vendes aquí?.
–Papel higiénico que vino de Polonia.
–¡Ajá... ajá!... dame cuatro rollos, ¡que yo sí traje el culo!.
–Claro, mi sangre, yo lo que tengo es un saco de arroz, no tengo cartuchos.
Sigue el pobre cubano en su peregrinar. Los zapatos le dolían cuando avistó otra cola y –rumiando ya no su desgracia sino su mal humor– se puso al final de ella. Después de tres cuadras de cola llegó hasta el dependiente y preguntó:
–Oye, chico, ¿qué vendes aquí?.
–Papel higiénico que vino de Polonia.
–¡Ajá... ajá!... dame cuatro rollos, ¡que yo sí traje el culo!.
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