31 julio 2007

La lógica del mandamás

La legendaria habilidad para disfrazar sus verdaderas intenciones, que tan útil le resultó para engañar incautos en otras épocas, ya no funciona con la precisión esperada. Primero porque el ego se le ha inflamado tanto (sólo le supera el alarmante abultamiento de papada y abdomen) que ahora confunde sus personalísimos caprichos y obsesiones con los deseos populares (el pueblo soy yo) y por tanto ya no resulta necesario mentir. Y segundo porque los pretextos que alude como justificación para controlarlo todo resultan tan obvios que ya ni sus más ardiente adoradores le creen, aunque la estulticia y la pequeñez espiritual de algunos los lleve a justificar, como imperiosa razón de Estado, lo que no es sino una patológica ansia de poder nunca satisfecha.
Miseria e ineficiencia
El sabe que los esquemas centralistas y sobre todo los más rígidos, impuestos en dictaduras socialistas, fueron causa de miseria, ineficiencia, burocracia y corrupción y mientras persistieron sólo sirvieron al poder central para acentuar su dominio y prolongar el mandato de un hombre y/o de un partido u oligarquía. Hasta que se derrumbaron sumidos la ruina económica, política y moral.

De manera que las denominadas zonas y distritos funcionales, dentro de una nueva división política administrativa, manejada por vicepresidentes designados a dedo desde Caracas, además de ajena a la realidad social de los estados, a los liderazgos regionales, a la idiosincrasia de sus habitantes y por tanto contrarios a sus aspiraciones, no tienen otro objeto que no sea el de consolidar una estructura vertical de poder en cuya cima se encuentra nuestra calamidad convertida en hinchado semidios.

Nada que no sepamos desde el fatídico 4F, ratificado ahora en pretensiones que dentro de la lógica del mandamás son parte de un "proceso evolutivo" según el cual su permanencia indefinida se hace inviable si no cuenta con la suma de atribuciones y controles que le garanticen la continuidad.

Dominio total
En otras palabras, la presidencia vitalicia, al reñir con formas democráticas como la alternabilidad, requiere del dominio total del mandante para garantizar su supervivencia. Supervivencia que, más allá de las funciones propias de todo Estado, se convierte en objetivo supremo y generalmente único del gobernante. Y a esa lógica de la dictadura se la vence con la lógica de la democracia, una de cuyas expresiones encontramos en la propuesta del gobernador Ramón Martínez para que sean las regiones y no el mandamás las que decidan su destino.


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