El sabe que los esquemas centralistas y sobre todo los más rígidos, impuestos en dictaduras socialistas, fueron causa de miseria, ineficiencia, burocracia y corrupción y mientras persistieron sólo sirvieron al poder central para acentuar su dominio y prolongar el mandato de un hombre y/o de un partido u oligarquía. Hasta que se derrumbaron sumidos la ruina económica, política y moral.
De manera que las denominadas zonas y distritos funcionales, dentro de una nueva división política administrativa, manejada por vicepresidentes designados a dedo desde Caracas, además de ajena a la realidad social de los estados, a los liderazgos regionales, a la idiosincrasia de sus habitantes y por tanto contrarios a sus aspiraciones, no tienen otro objeto que no sea el de consolidar una estructura vertical de poder en cuya cima se encuentra nuestra calamidad convertida en hinchado semidios.
Nada que no sepamos desde el fatídico 4F, ratificado ahora en pretensiones que dentro de la lógica del mandamás son parte de un "proceso evolutivo" según el cual su permanencia indefinida se hace inviable si no cuenta con la suma de atribuciones y controles que le garanticen la continuidad.
Dominio total
En otras palabras, la presidencia vitalicia, al reñir con formas democráticas como la alternabilidad, requiere del dominio total del mandante para garantizar su supervivencia. Supervivencia que, más allá de las funciones propias de todo Estado, se convierte en objetivo supremo y generalmente único del gobernante. Y a esa lógica de la dictadura se la vence con la lógica de la democracia, una de cuyas expresiones encontramos en la propuesta del gobernador Ramón Martínez para que sean las regiones y no el mandamás las que decidan su destino.
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