Hace pocos días Chávez le anunciaba al país que no había "vivido en vano", al comentar el desempeño de los jóvenes empleados públicos que fungían como dirigentes estudiantiles oficialistas y que habían debatido con los dirigentes estudiantiles de verdad. Decía Chávez: "Así como uno critica, hay que reconocer lo bueno, que hayan invitado a un programa a dos jóvenes. Uno de los dirigentes de las manifestaciones estudiantiles, defendiendo sin duda alguna los intereses de la oligarquía, y Héctor Rodríguez, uno de los que llamo los 10 héroes, que dieron una demostración contundente en la Asamblea Nacional. Yo, mirando aquello, dije: no he vivido en vano. El futuro de esta revolución está brotando."
Una expresión parecida tuvo Fidel Castro hace 12 años, en el discurso pronunciado en el acto por el aniversario 60 de su ingreso a la universidad, efectuado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el 17/11/2005. Fidel contaba: "Es muy justo luchar por eso (la derrota del imperio), y por eso debemos emplear todas nuestras energías, todos nuestros esfuerzos, todo nuestro tiempo para poder decir en la voz de millones o de cientos o de miles de millones: ¡Vale la pena haber nacido! ¡Vale la pena haber vivido!".
Fidel decía que habría valido la pena vivir si se derrotaba al imperio; Chávez dice ahora que ya valió la pena vivir porque descubrió que un muchacho del oficialismo puede argumentar en su defensa. Es decir, si el acaso se llevara a Chávez del mundo de los vivos (sálvele Dios la parte), ya, en el caso del venezolano, se habría justificado su paso por el planeta; el cubano ponía requisitos más exigentes: la derrota del imperio. Como quería y no pudo el Libertador, el Teniente Coronel no ha vivido en vano y, dado ese logro, puede bajar tranquilo al sepulcro.
Todo esto podría remitirse al mundo de las chifladuras; pero no. Es más grave...
El Magnicidio. No avanzaré en una exploración psicológica del personaje, sólo analizará las implicaciones políticas de la visión que tiene Chávez de sí mismo.
Es curiosa la forma en la que el Presidente se refiere a la posibilidad de que lo maten. Debe decirse que esa posibilidad está abierta para decenas de miles de venezolanos todos los días. Tal vez el Jefe de Estado sea susceptible de más amenazas, pero nadie duda de que los anillos de seguridad, el chaleco antibalas, los cubanos, la Casa Militar, los blindados, son poderosos disuasivos y protectores frente a quienes puedan tener objetivos homicidas. Debe considerarse que ese peligro no es sólo para Chávez. George W. Bush, Tony Blair, Vladimir Putin, Alvaro Úribe y Kim Jon-Il, también deben estar en cierto riesgo, porque en sus países no faltará un loco que quiera desaparecerlos. Sin embargo, ninguno habla todo el tiempo de que lo quieren matar y no llenan de aire sus carrillos para hacer gárgaras con el impronunciable magnicidio.
El cargo presidencial, en todas partes, es arriesgado; por eso tales personajes son protegidos. El tema de que alguien quiera asesinarlos es de la policía. No es un tema político permanente sino asunto de los organismos de inteligencia y seguridad. Se cuidan los jefes de estado de hablar de sus riesgos y se inclinan a desestimar las amenazas para procurar calma en las sociedades que dirigen, y, sobre todo, porque los peligros personales son parte de su riesgo laboral. ¡Quién ha visto a un bombero quejándose todos los días porque se puede quemar! ¡Quien tomaría en serio a un policía que lloriqueara porque le pueden disparar! ¡Quién confiaría en la enfermera que asegura estar dispuesta a trabajar, pero eso sí, sin ver sangre, porque se desmaya!
En Venezuela diera la impresión de que el Presidente anda todo el día en un susto, para que el maniático que, según dice, anda suelto, no tenga tiempo de apuntar. Pero, además, Chávez no habla sólo de que lo quieren matar, sino que engola la voz y habla de magnicidio, más bien de maggggg-nnnni-cidio. O de MAGNICIDIO, porque se le nota hasta el goce con las mayúsculas. Ni Fidel, al que la CIA quiso matar de verdad, anda con tanto quejido.
Contra Bush o Putin puede haber atentados; contra Chávez, sólo magnicidios. En este caso, no sería sólo una muerte desafortunada, maluca, inaceptable, sino una muerte magna, magnificente, majestuosa. No sería la de burócrata encumbrado, sino la de un ser descomunal, la de alguien que esta patria díscola no merece, la de un gigante de la historia que la mezquindad ha impedido reconocer en toda su universal y eterna estatura.
La Brizna de Paja. Varias veces Chávez se ha referido a que no es más que una brizna de paja en el huracán revolucionario; pero, cuando sus partidarios están tentados de tomarse en serio esta teoría, se apresura a recordarles que la revolución tiene un líder, que además es insustituible, y que, por si no se habían dado cuenta, es él. La brizna se trueca en un bosque gigante, capaz de proporcionar sombra y cobijo a millones que necesitan su guía.
Sin duda, Chávez es un líder de un sector del país. Un líder local, con impacto en los movimientos radicales de otros países, pero hasta allí. Él parece haber confundido la curiosidad mundial que su hiperquinesia despierta, con el ejercicio efectivo del liderazgo en el planeta; traspapela lo que es la admiración empalagosa que los manirrotos, como él, avivan, con la idea de que hay acuerdo ideológico y programático con todos sus patrocinados. No entiende que el cuidado con que lo tratan no es por la reverencia que inspiran los gigantes de la historia, sino la discreción necesaria para no provocar un altercado con el achispado personaje que grita procacidades en medio del salón de fiestas. Sin embargo, allí está el aprovechador caribeño dándole masajes a las carencias de Chávez: "Fidel Castro me ha dicho que si yo muero esta revolución se la lleva el viento". "Me lo ha dicho muchas veces y yo todavía me resisto a aceptarlo, pero cuando lo pienso y veo realidades a mi alrededor me doy cuenta de que lamentablemente Fidel Castro, una vez más, tiene razón". Se habrá visto mayor necedad.
El Espejo. El gravísimo problema de la concepción heroica que tiene de sí mismo es que le genera desprecio hacia una sociedad que, según él, no lo entiende. Imagínese como será el drama cuando de pronto siente que su vida se justifica porque un muchacho más o menos articulado, lo defiende.
Chávez no es ningún prócer. Llenarse la boca de frases de Bolívar, no lo hace su albacea; mezclar a Gramsci con Maradona no lo hace un teórico; confundir a Gene Sharp con los militares descontentos, no lo hace sabio; confundir a un grupo de jóvenes empleados públicos con el movimiento estudiantil no le da respaldo de masas. En fin, no advierte que de un verboso teniente coronel golpista no se saca ni un estadista ni un revolucionario. Apenas -lo que no es poco- un aprendiz de tirano.
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