Hitler reinó por casi 13 años, empezando su dominio sobre un pueblo que parecía civilizado y culto. Luego, le dio por invadir naciones desprotegidas. Posteriormente, y no contento con el rastro de destrucción y miseria que iba dejando a su paso, le provocó segregar, discriminar y hasta exterminar a millones de seres humanos civiles, especialmente de origen judío. Desmentir está realidad es de estúpidos y mediocres talibanes. Al principio, las naciones fuertes de la época no le hacían mucho caso al malandrín. Por el contrario, siguieron manteniendo relaciones comerciales, porque lo importante era salvaguardar los intereses de los grandes grupos económicos, en una suerte de convivencia necesaria. EEUU y el Reino Unido ni siquiera se preocupaban por confirmar las noticias acerca del carácter hamponil, dictatorial y guerrerista del sargento austriaco. Todo cambió cuando éste les empezó a roncar en el frente de sus casas. Fue en ese preciso instante cuando los gringos y los ingleses empezaron a darse cuenta de que este loquillo vienés también podía echarles una gran vaina.
Luego de la caída del Tercer Reich, vino la debacle de los líderes que gerenciaron la ola de crímenes nunca antes vistos, y en consecuencia, nunca antes legislados. Los procesos judiciales contra estos canallas se desarrollaron en la ciudad alemana de Núremberg, duraron varios años, y contemplaron juicios a criminales de guerra, colaboracionistas, políticos, burócratas, funcionarios públicos, y a los abogados y jueces responsables de la legislación que legitimó jurídicamente tales eventos de lesa humanidad. Hubo que legislar retroactivamente ante la ocurrencia de crímenes, hasta entonces, desconocidos.
Algo parecido a los juicios de Núremberg acontecerá en Venezuela para condenar las atrocidades de los últimos 9 años. Es justo que se castigue a los responsables de la corrupción que ha arropado a Venezuela y que ha superado en demasía toda la miseria, pobreza, hambre, desempleo y enfermedades acumulados hasta 1998. Creemos que este desgobierno pronto tendrá su fin, ya que la entropía social que ha generado es indetenible: nadie puede ser pendejo por siempre, porque llega un momento en que el estómago vacío le recuerda que también él tiene derecho a comer y vivir bien con los petrodólares venezolanos, y no sólo los cubanos, argentinos, bolivianos, ecuatorianos y nicaragüenses, entre otros.
Cuando caiga el imperio de la corrupción del revocado y perdidoso, entonces habrá que habilitar muchos tribunales para juzgar la infinidad de delitos cometidos por él mismo y por sus colaboradores. Estoy convencido de que cualquiera desearía ser parte acusadora en los procesos judiciales que condenarán cierta y especialmente a los dos principales delincuentes: el ilegítimo y el de la lista que jodió a miles de familias venezolanas y las expuso a la peor segregación social y racial que reconocerá la verdadera historia venezolana. De ser necesario, se deberá legislar rapidísimamente y crearse nuevas leyes que caigan como anillo al dedo, al propio estilo de los tribunales de Núremberg. De esta manera, se estará enviando un prístino mensaje al mundo civilizado: estos miserables destruyeron a un país que ahora los va a destruir a ellos, para que nunca jamás se le ocurra a un loco de cantina militar o a un sargento venir a dárselas de nuevo cristo, porque los venezolanos somos pacientes pero no por siempre.
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