Un dato nada despreciable si recordamos que los eventos electorales de los últimos ocho años los han ganados los chavistas gracias, entre otras causas, a un descarado ventajismo comunicacional, a la utilización ilegal de los recursos del Estado y a expedientes fascistas como la lista de Tascón.
Con todo, esas mismas encuestas que ahora colocan a Chávez del lado de los perdedores, siempre predijeron sus victorias o la de los suyos, con cifras cercanas a los resultados electorales. Y si en aquellos tiempos no se equivocaron, ¿por qué habrían de equivocarse ahora? Es más, para el referéndum revocatorio que debía celebrarse en agosto del 2003, Chávez aparecía con un escuálido 30% y por eso, con la pequeña ayuda de Jorge Rodríguez y un olvidado de ahora como "el cacharro" Carrasquero, dilató el proceso, lanzó las misiones, remontó la cuesta y un año después derrotaba a la oposición.
En este momento, espoleado por las circunstancias, su estrategia es exactamente la contraria: adelantar el proceso porque, para el año próximo, podría estar en peor situación y es necesario asegurar el control absoluto del país antes de que sea demasiado tarde.
Eso implica el más arriesgado cálculo electoral de su carrera porque a tan poco tiempo de unas votaciones nunca había aparecido tan mal en los sondeos. Pero lo asume porque tiene a su favor un elemento que siempre ha contribuido a cimentar el mito de su invencibilidad: una dirigencia de oposición que, de nuevo, se engancha en el círculo vicioso de la dispersión, de la confusión de objetivos y la diversidad de estrategias . Es así como no obstante que más del 50% de los venezolanos se pronuncia contra la reforma, hay un alto nivel (64%), de abstencionistas.
En otras palabras, con una política unitaria y una sola estrategia la oposición podría incrementar esta cifra a costa del chavismo, ahora dividido, para dejar atrás el 38% histórico y sobrepasar el 50% que, en este momento, señalan las encuestas. Pero la persistencia del discurso abstencionista que, al final, se apoya en la tesis de una rebelión en la cual no se siente que sus propulsores participen directamente, está echando por tierra la mejor oportunidad de derrotar el pujo continuista y totalitario de Chávez.
En esas circunstancias, antes que acusarse mutuamente de colaboracionistas, se impone un acuerdo mínimo entre las partes que ponga por encima el interés común: el rescate democrático. Entonces sí sería posible, en caso de fraude, salir a la calle, en plan de rebelión, a defender una causa bien concreta por la cual luchar: la victoria.
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