No creo en escenarios fatalistas ni terminales. No creo que en Venezuela amén de cualquier reforma constitucional o amenaza miliciana, se instale una dictadura. Un arraigo libertario e incluso reaccionario; una atávica voluntad colectiva de ascenso social supera cualquier intención de cerco absolutista. Sí me preocupa nuestra incapacidad de emanciparnos a nuestros miedos, lo cual sólo se derrota cuando nos colocamos en los zapatos de los menos favorecidos que aún mantienen esperanzas en una revolución de amor.
En la medida que decidamos, hasta aquí llegó el miedo, mi pesimismo, mi resistencia a defender mis principios y esperar que otros lo hagan& hasta aquí mi desconfianza por una nación que nos lo ha dado todo y que reconocemos, intitula un valor aspiracional y convivencial superior a cualquier parapeto comunal, pues hasta allí llegará nuestra preocupación e inmovilizante ansiedad.
Si tomamos consciencia de nuestros compromisos colectivos y asimilamos con sensatez, el terror a la exclusión, el abandono y la relegación, nos daremos cuenta que nuestros miedos son insignificantes en comparación a lo que ellos sienten.
Y diremos hasta aquí a la indiferencia, no sólo a las intenciones hegemónicas sino a nuestra somnolencia frente al pueblo llano, ese mismo que será el primero en agradecer que le pasemos la mano por el hombro, parándose y sentenciando: hasta aquí los vientos de revolución.
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