Cuando hay miedo, o mejor dicho cobardía, por carencia de principios y valores relacionados con la rectitud y la verdad, el individuo se vuelve sumiso. O sea, obediente sin causa, subalterno ramplón. O peor aún, grotesco adulador cuya visión invertida de las realidades no le permite apreciar el horizonte desde un sitial de pundonor. Y la política, en aras de las tentaciones con las que el poder engolosina, es un terreno donde las oportunidades confunden las expectativas de quienes puedan sentirse débiles de espíritu y flojos de carne y materia intelectual.
El exceso de recursos, aunado al hambre de poder que detenta el Gobierno, es criterio para incitar los atropellos normativos que vienen suscitándose en el plano nacional. Muchos de ellos avalados por quienes fungen, ilegítimamente, de legisladores. Más, cuando las posibilidades de tomar decisiones, como ejercicio democrático ante el nefasto proyecto de "nueva constitución", sucumban ante el influjo de obtusas razones que sólo dejan ver que apenas pueden legislar de rodillas.
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