Nos hemos paseado sin prejuicios por la opción abstencionista. En procesos anteriores la consideramos muy equivocada y los hechos lo demostraron. La abstención, en esos casos, fue totalmente estéril y dejó a la Venezuela opositora gravemente desarbolada, prácticamente sin ningún punto de apoyo en las instituciones públicas.
Esta vez, sin embargo, habida cuenta de que no se trata de una disputa por cargos sino de un referéndum, nos hemos preguntado si no votar pudiera tener sentido político. Una abstención enorme, nos dijimos, haría nacer con un plomo en el ala la nueva Constitución.
Pero inmediatamente recordamos que en el referéndum para la Constitución de 1999, en diciembre de ese mismo año, se produjo una abstención de 70% y la "Bicha" fue aprobada sólo por el 30% de los votantes inscritos. Más ilegítima imposible y, sin embargo, no sólo ha regido la vida del país desde entonces sino que el rechazo de la reforma, paradójicamente, ha implicado su defensa. En otras palabras, en un referéndum (como el que está planteado) que no exige quórum, esto es, un porcentaje mínimo de participantes para validarlo, sólo los que votan deciden, por pocos que sean. Con varios millones de votos, el gobierno obtendría una cómoda victoria, si sus opositores, que también son millones, decidieran dejarlo solo en el terreno, perdiendo por forfait.
De modo que para rechazar activamente la reforma propuesta el único camino posible es el de decirle NO mediante el voto. Abstenerse es salirse por la tangente, es desmovilizarse. Es verdad que en este referéndum no están en juego cargos y abstenerse no tendría la negativa consecuencia de entregar gratuitamente posiciones como gobernaciones, alcaldías o parlamentarios, que, ahora se ve, buena falta hacen. Pero está en juego la República misma y ya eso obliga a preguntarse si tiene sentido entregarla sin siquiera hacer el esfuerzo de votar contra el plan que se propone destruirla. Sobre todo porque se le puede derrotar.
Si las encuestas no mienten, la reforma está siendo rechazada por más de la mitad de los electores (y eso sin haber medido el efecto Baduel y el efecto PODEMOS). Teóricamente hablando, pues, si todos cuantos se oponen a la reforma (lo cual incluye a partidarios de Chávez) votan, la reforma sería derrotada. En cambio, si hay una abstención crecida, la reforma será aprobada y cualquiera sea el porcentaje de votantes, de allí en adelante será la Constitución.
La abstención no habrá pasado de ser un gesto sin consecuencias, como no sea la de entregarle a Chávez una fácil victoria.
Editorial Diario Tal Cual 22NOV07
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