En estos tiempos en nuestra querida Venezuela, el ego pareciera ser el valor principal. Comenzando por el inconmensurable, ilimitado y transcontinental del Jefe del Estado. Alimentado a punta de petrodólares y condimentado con toda una corte de aduladores que se benefician del agua que cae del enorme techo que los protege. Este no los deja ver el cielo abierto, pero los mantiene cómodos y confortables como diría Lila Morillo "en su jaula de oro". Así que cómo más difícil es "jalar" escardilla, se suman a la tropa del "mecate", para no decir algo más grueso y no ampararnos en las citas citables de las obras reseñadas por el ministro Lara. De esta manera, el ego sube y se esponja como las tortas ante las cámaras de televisión. Hasta el punto de sentirse "el salvador" de cómo mínimo "el Mundo" y aspirar premios y reconocimientos internacionales.
Ese es el ejemplo mayor, el del llamado "modelaje", pero de allí para abajo lo que salpica nos cae a todos. Aquí nadie se salva. El que se crea libre de este mal que lance la primera piedra. Mientras más poder se tenga, más se cree la gente dueña de una verdad absoluta. "La mía". "La que es" y, por sobre toda las cosas, la que niega del otro. Ahí está el detalle. Desde hace tiempo una parte del país niega a la otra y han sido, precisamente, los más jóvenes de esta casa que nos pertenece a todos los que se atrevieron a decir ese "ya basta" que se siente en las esquinas. El venezolano está cansado de la "peleadera" y la llamada "reconciliación" es algo que se da, de manera natural y pese a la retórica de quienes abusan del poder creyendo que pueden decretar el odio como si aquello se tratara de una Ley Habilitante. No sólo no es imposible la reconciliación, sino que es absolutamente necesaria para que "la casa" no vuele en mil pedazos. Que son más los problemas cotidianos que nos unen a todos y reclaman nuestra atención, que las "etéreas" posturas ideológicas tan inútiles como hablar del sexo de los ángeles, ante asuntos urgentes como la inseguridad, el desabastecimiento o la inflación, por citar sólo tres.
Por eso hoy, 24 de diciembre, tenemos el mejor ejemplo de la necesidad imperiosa de negar el ego y ponernos tan chiquiticos como un bebé. Dios, el más grande, no sólo se hizo hombre, sino se hizo niño. Una criatura indefensa al cuidado de los otros. Y, de paso, escogió la cuna más humilde como para decirnos "toma tu tomate" que lo importante no es lo que tenemos en bienes, sino el amor de todos los que nos rodean¿ ¡Feliz Navidad!
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