No se trata simplemente de que el pueblo venezolano rechazó una propuesta inconstitucional de reforma a su Constitución. Aquí hay una realidad política mucho más profunda. Hasta ahora, el presidente nos había acostumbrado a que él nunca era el culpable de nada. Los culpables siempre eran sus ministros, o los gobernadores, o los alcaldes, o los funcionarios. Con asombrosa regularidad humillaba a su propia gente.
El pueblo, hipnotizado por el elocuente verbo presidencial, aceptaba invariablemente las acusaciones del mandatario. "El Presidente no sabe lo que está ocurriendo. Lo están engañando"
Pero ahora esa excusa se acabó. A lo largo de la campaña por el SÍ, Chávez asumió la responsabilidad total. Todo el aparato gubernamental, incluyendo los medios de comunicación del Estado se pusieron al servicio del presidente, bajo la premisa de que el pueblo haría todo lo que Chávez le pidiese. En la campaña en pro de la reforma, Chávez fue el único protagonista: "El que esté conmigo que vote SÍ. El que vote por el NO es un traidor o un apátrida". En su empeño por llevarnos a un socialismo que muy pocos desean, Chávez se jugó a Rosalinda ¿ y perdió.
Hace apenas un año cerca de 7,3 millones de compatriotas votaron por la reelección de su presidente. Esta vez, apenas 3,3 millones lo hicieron por una propuesta a la cual ese mismo presidente apostó todo su prestigio. Pareciera que perdió más de la mitad de su capital político.
Con una abstención del orden del 44% de los votantes inscritos, todo da a entender que la derrota del SÍ hubiese sido mucho más abrumadora, en caso de que una mayor proporción de votantes hubiese concurrido a las urnas.
Ahora bien, como todos sabemos, la posición presidencial no estaba en juego en estas elecciones. Quizás al presidente eso le hubiera convenido, porque lo que le queda por delante no es precisamente un camino de rosas.
La gran realidad es que las políticas gubernamentales han generado una situación económica cuyas consecuencias se van a poner en evidencia a partir de ahora. Veamos:
Por una parte, el crecimiento desenfrenado del gasto público, exacerbó un crecimiento de la demanda de bienes a niveles nunca antes vistos. El problema es que esto coincidió con políticas que desincentivaron las inversiones capaces de estimular la producción de esos bienes. El resultado es una gran escasez que en los meses venideros se agravará a niveles realmente preocupantes. La consecuencia, sin duda alguna, será un repunte importante de la inflación.
Por lo demás, a pesar de los inmensos ingresos petroleros con los cuales ha contado el Gobierno, los reales ya no le alcanzan. Y es que no importa cuáles sean los ingresos de un país, lo que realmente cuenta son sus gastos. Si sus gastos crecen más rápidamente que sus ingresos, la consecuencia inevitable será un déficit fiscal y un repunte de la inflación. Para colmo, todo da a entender que los mercados petroleros podrían atravesar por una fase de declive en los precios, resultado de un enfriamiento de la economía de EEUU.
Previendo una situación de esa naturaleza, el gobernante había apostado a una eliminación de la autonomía del BCV, lo cual hubiese colocado las reservas internacionales bajo su administración, con el evidente interés de utilizarlas para cubrir las necesidades de un gasto público irrefrenable. El triunfo del NO, lo privará de este mecanismo irracional.
Para colmo la producción petrolera del país ha caído a niveles preocupantes. De acuerdo con la Agencia Internacional de la Energía y también con la OPEP, nuestros niveles de producción son del orden de 2,4 millones de barriles diarios y no de 3,3 millones como sostiene el Gobierno.
En el ámbito interno el gobernante está enfrentado con todo el mundo. La iglesia Católica, los estudiantes, Fedecámaras, las universidades, las madres que veían amenazada la educación de sus hijos, el pueblo en general que se oponía a las amenazas contra la propiedad privada.
En el ámbito externo el gobernante se ha enfrentado con EEUU, Colombia, España, Perú, México y, en general, con una comunidad internacional ante la cual sus intenciones ya son evidentes.
La historia nos enseña que cuando el prestigio de un político llega a su apogeo, lo que le queda por delante no es precisamente un camino de rosas. Quizás la convocatoria de una Asamblea Constituyente, como la que algunos están proponiendo, pudiera ser una salida civilizada e incluso misericordiosa. El Presidente tiene plomo en el ala.
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