Felicidades a Clara Rojas y Consuelo de Perdomo, víctimas inocentes de la tragedia que asola a Colombia. Valga la ocasión para referirnos al Síndrome de Estocolmo del cual tanto se ha hablado en estos días, pero cuyo origen muchos desconocen. Se trata de un estado psicológico en el que la víctima de un secuestro desarrolla una particular relación con su victimario, llegando en ocasiones a solidarizarse con los objetivos de sus captores.
Se origina el síndrome en un hecho ocurrido en 1973 en la ciudad de Estocolmo en Suecia, cuando un grupo de delincuentes robaron el banco Kreditbanken y mantuvieron durante varios días como rehenes a sus ocupantes. Lo curioso es que las víctimas llegaron a identificarse con los motivos de los autores del delito.
El caso fue estudiado por el psicólogo Nils Bejerot, quien estableció que el síndrome suele presentarse en casos de víctimas de abusos tales como rehenes, niños con abuso psicológico, prisioneros de campos de concentración y otros casos de características similares.
Explica Bejerot que el Síndrome de Estocolmo se presenta cuando la víctima es sometida a grave presión psicológica, o cuando no tiene posibilidad de escape y se siente aislada del exterior y abandonada.
Lo que está ocurriendo actualmente con los secuestrados de la FARC, evidencia una nueva faceta del Síndrome de Estocolmo. En efecto, no son sólo las víctimas las que padecen los efectos del fenómeno. A veces lo sufren también algunos de sus familiares.
No es ese el caso de los parientes de Clara y Consuelo, quienes con ejemplar dignidad expresan su lógico agradecimiento a quienes los ayudaron en Venezuela y Colombia. Especial mención merece esa gran señora, doña Clara González de Rojas -madre de Clara- quien con su serena honorabilidad se ganó el corazón de los venezolanos.
Sin embargo, el esposo de otra de las secuestradas -aún cautiva- se refiere a las FARC casi como a una institución altruista que está dando pasos unilaterales para resolver la tragedia, en tanto que desde su punto de vista el villano es el gobernante de Colombia que obstaculiza la solución. Olvida que los secuestradores de su esposa fueron las FARC, que unilateralmente la privaron de su libertad.
En esta urdimbre, vale la pena analizar los hilos representados por cada uno de los actores que se entrecruzan en la trama del tejido, para estudiar la situación en su justa perspectiva.
Por una parte están los secuestradores, quienes de forma unilateral capturan a víctimas inermes e inocentes y las utilizan para exigir un rescate o como escudo humano para protegerse ellos mismos de la acción de las autoridades. Por otra parte están las víctimas. A ellas no puede achacárseles ninguna culpa. Están sometidas a abusos físicos y sicológicos por parte de sus captores. Su prioridad es la supervivencia.
En tercer lugar está el rol de las autoridades. Éstas tienen la obligación de intentarlo todo para liberar a las víctimas, sin poner en peligro su integridad física. Pero no pueden las autoridades, en nombre de un falso concepto de humanitarismo, hacer concesiones que pongan en peligro al resto de la sociedad.
En cuarto lugar están los familiares, desgarrados, confundidos e impotentes. Después está la sociedad misma, sometida al terror colectivo que impone la tragedia.
En medio de este drama, surgen intermediarios de buena fe -como la Cruz Roja- que atendiendo profundas razones humanitarias facilitan con su labor prudente, efectiva y discreta, la liberación de los cautivos.
Hay que analizar también el papel de algunos mediadores. Nada tiene de humanitario aprovechar el dolor humano para obtener un beneficio político. Un mediador no debe aparecer en la escena al redoble de los tambores, ni tratando de acaparar la atención de cámaras y espectadores al estilo de una superproducción de Hollywood. La presencia de Olivar Stone en el fallido intercambio de finales de diciembre no merece otra cosa que el más completo repudio.
Sirva el fracaso de aquella gestión pantallera, para poner en evidencia la forma cautelosa que finalmente signó el éxito de la liberación y el respeto para quienes la lograron.
Mientras observo emocionado el instante en que estas dos colombianas recuperan su libertad, expreso mi más ferviente deseo por la libertad de todos los secuestrados. Y a mi mente vienen desde luego los casi 70 venezolanos privados de su libertad, que no parecen haber contado con el beneficio de un mediador que se interese por ellos.
Se origina el síndrome en un hecho ocurrido en 1973 en la ciudad de Estocolmo en Suecia, cuando un grupo de delincuentes robaron el banco Kreditbanken y mantuvieron durante varios días como rehenes a sus ocupantes. Lo curioso es que las víctimas llegaron a identificarse con los motivos de los autores del delito.
El caso fue estudiado por el psicólogo Nils Bejerot, quien estableció que el síndrome suele presentarse en casos de víctimas de abusos tales como rehenes, niños con abuso psicológico, prisioneros de campos de concentración y otros casos de características similares.
Explica Bejerot que el Síndrome de Estocolmo se presenta cuando la víctima es sometida a grave presión psicológica, o cuando no tiene posibilidad de escape y se siente aislada del exterior y abandonada.
Lo que está ocurriendo actualmente con los secuestrados de la FARC, evidencia una nueva faceta del Síndrome de Estocolmo. En efecto, no son sólo las víctimas las que padecen los efectos del fenómeno. A veces lo sufren también algunos de sus familiares.
No es ese el caso de los parientes de Clara y Consuelo, quienes con ejemplar dignidad expresan su lógico agradecimiento a quienes los ayudaron en Venezuela y Colombia. Especial mención merece esa gran señora, doña Clara González de Rojas -madre de Clara- quien con su serena honorabilidad se ganó el corazón de los venezolanos.
Sin embargo, el esposo de otra de las secuestradas -aún cautiva- se refiere a las FARC casi como a una institución altruista que está dando pasos unilaterales para resolver la tragedia, en tanto que desde su punto de vista el villano es el gobernante de Colombia que obstaculiza la solución. Olvida que los secuestradores de su esposa fueron las FARC, que unilateralmente la privaron de su libertad.
En esta urdimbre, vale la pena analizar los hilos representados por cada uno de los actores que se entrecruzan en la trama del tejido, para estudiar la situación en su justa perspectiva.
Por una parte están los secuestradores, quienes de forma unilateral capturan a víctimas inermes e inocentes y las utilizan para exigir un rescate o como escudo humano para protegerse ellos mismos de la acción de las autoridades. Por otra parte están las víctimas. A ellas no puede achacárseles ninguna culpa. Están sometidas a abusos físicos y sicológicos por parte de sus captores. Su prioridad es la supervivencia.
En tercer lugar está el rol de las autoridades. Éstas tienen la obligación de intentarlo todo para liberar a las víctimas, sin poner en peligro su integridad física. Pero no pueden las autoridades, en nombre de un falso concepto de humanitarismo, hacer concesiones que pongan en peligro al resto de la sociedad.
En cuarto lugar están los familiares, desgarrados, confundidos e impotentes. Después está la sociedad misma, sometida al terror colectivo que impone la tragedia.
En medio de este drama, surgen intermediarios de buena fe -como la Cruz Roja- que atendiendo profundas razones humanitarias facilitan con su labor prudente, efectiva y discreta, la liberación de los cautivos.
Hay que analizar también el papel de algunos mediadores. Nada tiene de humanitario aprovechar el dolor humano para obtener un beneficio político. Un mediador no debe aparecer en la escena al redoble de los tambores, ni tratando de acaparar la atención de cámaras y espectadores al estilo de una superproducción de Hollywood. La presencia de Olivar Stone en el fallido intercambio de finales de diciembre no merece otra cosa que el más completo repudio.
Sirva el fracaso de aquella gestión pantallera, para poner en evidencia la forma cautelosa que finalmente signó el éxito de la liberación y el respeto para quienes la lograron.
Mientras observo emocionado el instante en que estas dos colombianas recuperan su libertad, expreso mi más ferviente deseo por la libertad de todos los secuestrados. Y a mi mente vienen desde luego los casi 70 venezolanos privados de su libertad, que no parecen haber contado con el beneficio de un mediador que se interese por ellos.
José Toro Hardy
osetoro@movistar.net.ve
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