A pesar de que nuestros militares son representativos de la conformación de la sociedad venezolana, frecuentemente los civiles no entendemos su mentalidad y tampoco ellos comprenden la nuestra. Si recordamos la historia reciente, a raíz del golpe mediante el cual Pérez Jiménez se robó las elecciones de 1952 los civiles culpamos a los militares de ese hecho bochornoso. Sin embargo, nos olvidamos que ellos se sentían amenazados, con razón o sin ella, por tener la percepción de que Acción Democrática quería acabar con el ejército. Cierto que los militares apoyaron el golpe, pero el régimen de Pérez Jiménez no fue militarista y utilizó para la represión a la Seguridad Nacional y para desarrollar su obra de gobierno a ciudadanos civiles, generalmente capaces. Muy pocos fueron los militares que ocuparon ministerios y recordemos que un importante grupo fue pasado a retiro y exiliado y que el capitán Wilfrido Omaña y el teniente Droz Blanco fueron asesinados.
A la caída de la dictadura se produjo una reacción en contra de los militares, aunque muchas veces injusta, ya que éstos fueron un factor determinante en el derrocamiento del hombre de Michelena. Esta reacción puede ilustrarse con dos hechos diferentes en su naturaleza pero que indican el grado de animadversión. Uno de ellos ocurrió en un carnaval, cuando unos jóvenes intentaron agredir a un cadete y lo mojaron con agua sucia. Éste trató de apartarlos con su daga causándole a uno de ellos una herida superficial que, al no ser atendida oportunamente, le causó la muerte y el cadete debió pasar muchos años preso. Otro caso, de menores consecuencias, fue el del general Néstor Prato, en el Zulia. Prato fue ministro de Educación en la agonía de la dictadura y se le intentó vejar en un juicio público, lo cual ocasionó una reacción de los militares, quienes propiciaron su fuga.
Posteriormente ocurrieron varios alzamientos de militares en contra de Larrazábal y de Betancourt, calificados como de movimientos reaccionarios en contra de la democracia. En estos casos también nos olvidamos que, por la mutua incomprensión, esos gobiernos no captaron lo que sucedía en el seno de las Fuerzas Armadas. En éstas había descontento porque se armaron a muchos grupos civiles con el argumento de que tenían que defender a la democracia. También cometieron el error de designar en los altos mandos a oficiales no idóneos, algunos de ellos señalados por su inclinación a la bebida o al contrabando. Como siempre, no todo es blanco o negro y sin duda también hubo ambición de algunos y también cierta resistencia a acatar el mando de los civiles.
En la época de Pérez Jiménez los militares aceptaron un régimen progresista en cuanto a obras civiles, pero que descuidó la educación, asesinó, torturó, encarceló y exilió a numerosos venezolanos. En tiempos de la llamada cuarta república, los militares aceptaron gobiernos ineficientes que gradualmente, sobre todo después de la mitad de los setenta, se fueron corrompiendo. También, aunque excepcionalmente, los altos grados militares fueron alcanzados por la cercanía de los oficiales con el entorno del presidente de turno.
Actualmente los militares aceptan un régimen que quiere destruirlos, que está empobreciendo al país por su orientación "socialista siglo XXI" que quiere ahogar al sector privado y que ha agravado los problemas de inseguridad y de corrupción. Más grave aún, es un régimen que no respeta el Estado de Derecho y en donde no hay independencia de poderes. Como consecuencia, tiene en su haber numerosos asesinatos, presos y exiliados políticos. Además, con su característica intolerancia, el teniente coronel está incentivando un conflicto armado con nuestros vecinos y hermanos colombianos. Debemos reconocer que esta situación fue visualizada por muchos militares, hoy retirados, presos o exiliados.
Lo grave del momento actual, tanto para los civiles, como para el futuro de la Fuerza Armada, es que en esta oportunidad los militares están ocupando muchos puestos claves en el gobierno y por ello su responsabilidad es mayor. Tratar de entenderlos y que ellos a su vez nos entiendan es indispensable para la viabilidad de una verdadera democracia. Los militares deben preguntarse si están pecando por omisión y si deberían constitucionalmente, a través de sus mandos, hacer planteamientos para corregir errores. No deben percibir que el mundo civil está anarquizado y éste último debe ofrecer garantías de futura estabilidad política y social. El paso dado por los partidos de oposición al firmar el acuerdo unitario el pasado 23 de enero es una señal positiva para civiles y militares y por tanto el camino a seguir.
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