La violación del territorio ecuatoriano por parte del Ejército colombiano no puede convertirse en casus belli porque se trata de un tercero, por muy camarada que sea su Presidente del nuestro y nada tendría que hacer el Gobierno venezolano en un conflicto que, en propiedad, le resulta ajeno. Máxime cuando el guerrillero Jaime Granda fue secuestrado en Caracas y trasladado a Colombia sin que entonces se produjera el anunciado pero hasta ahora no activado movimiento de tropas hacia las zonas fronterizas.
La muerte de Raúl Reyes ha permitido corroborar, con mayor profundidad que nunca antes, la vieja alianza de Chávez con la narcoguerrilla bandolera, considerada por él como aliada natural en su lucha contra "la oligarquía colombiana y el imperialismo yanqui", descartando como opción política de recambio a la izquierda democrática colombiana. Sólo que la otrora poderosa organización se encuentra en plan de repliegue terminal y el sólo hecho de que uno de sus cabecillas fundamentales haya sido muerto en territorio ecuatoriano, en teoría un aliviadero seguro, da cuenta de cuán debilitada se encuentra militarmente ante el empuje del Ejército, además, por supuesto de la lenidad y/o complicidad del Gobierno ecuatoriano a la hora de permitirles operar libremente en su territorio.
Chávez no pudo disimular su conmoción ante lo que se prefigura como el comienzo del fin de sus aliados guerrilleros. La esperanza de obtener una zona de despeje (Pradera y Florida) para fortalecerse militarmente, como ocurrió en el Caguán, recurriendo al chantaje de la liberación de rehenes, se esfuma con la muerte de Reyes. Ahora ya no se puede hablar de "empate" histórico entre las FARC y el Estado legítimamente constituido y sólo les queda soportar la arremetida, quizás final, de las tropas oficiales o sacar la bandera blanca y someterse a un proceso de negociaciones que realmente conduzcan a la paz.
En teoría el movimiento de Chávez luce brillante. Coger a Uribe entre dos fuegos, Ecuador y Venezuela, mientras adentro debe ocuparse de las FARC. Pero en la práctica sabe que su guerra personal resulta inviable porque carece de razones que la justifiquen y los venezolanos rechazan a sus amigos guerrilleros.
Por eso ni la comunidad internacional, ni la Fuerza Armada, ni el país civil se embarcarán en su loca carrera hacia el abismo.
2 comentarios:
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