Pero esa mayoría no sólo resulta temible a la hora de unas elecciones, como quedó demostrado el 2 de diciembre, sino en la movilización y la protesta cuando le tocan temas tan sensibles como el de la educación. Tanto que Chávez no recogió el guante y ordenó la retirada de sus efectivos sin llegar a dar la batalla. En otras palabras, prefirió perder por forfeit antes que ir al choque, como lo hacía en el pasado, consciente de cómo esos resortes democráticos que utilizó para imponerse, ahora se activan en su contra.
Se adelantó y cuando ya se le venía encima la avalancha de protestas masivas, dio un paso al costado alegando que "yo no tengo apuro". Y sí lo tiene, sólo que se ve obligado a refrenarlo, resignándose a perder este round para no perder la pelea.
Lo que quizás no ha perdido aún es su habilidad para convertir fracasos en aciertos aparentes y es así como ahora pretende disfrazar de gesto democrático la decisión de posponer la aplicación del nuevo currículo y someterlo a debate, cuando todos sabemos que se consideraba un hecho consumado (editados los textos, en marcha los talleres de inducción a los maestros) listo para entrar en vigencia en septiembre con el inicio del nuevo año escolar.
Pero no, ni gesto gracioso del monarca, ni suma preocupación por tomar en cuenta a esa mayoría que, quizás por hábito o por su inclinación natural a decidir sin consultar, estaba siendo ninguneada con perversa y al mismo tiempo ingenua y pretendida impunidad.
El reclamo no se hizo esperar y lo más grave es que la nueva mayoría no se configura sólo con el antichavismo tradicional, ni con la clase media (desde hace largo tiempo alineada casi totalmente de un solo lado), sino con adeptos al chavismo procedentes de los sectores populares, cada vez más desencantados de un Gobierno cuya oferta de inclusión, igualdad y mejor calidad de vida, no se compadece con una realidad que marcha, exactamente, en sentido contrario.
Chávez está perdiendo a los pobres y éstos, cansados de tanta charlatanería ideológica, estéril confrontación e intentos cada vez más patéticos de dominación y control, le están dando la espalda a todo lo que representa. La única manera de recuperar lo perdido estaría en un cambio radical de actitud y de proyecto. Es decir, otro Chávez, un nuevo Chávez y eso, por ahora, resulta un imposible.
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