No es imposible, pero luce difícil. No porque lo tumben, sino porque se desmorone o le salga más barato irse voluntariamente. Debe recordarse que desde 1985 han salido de sus cargos dieciséis presidentes latinoamericanos y sólo uno por un golpe de Estado exitoso: Jean Bertrand Aristide, en 1991. Los demás han salido mediante artilugios legales. En esa estadística, el aporte venezolano ha sido la caída de Carlos Andrés Pérez, en el marco de la conjura de "los notables".
En la región, entre tantas invenciones, se han encontrado métodos para expeler presidentes sin recurrir a alzamientos militares como los de antes, sino mecanismos más sutiles para forzar la barra. En esta perspectiva, discutir la posible salida de Chávez de la presidencia es un tema que no necesariamente tiene que ver con golpes de Estado, como aquel, sangriento del 4 de febrero, sino con arreglos institucionales que la ingeniería política es diestra en inventar. En el mundo globalizado, los golpes de Estado tienen bajísimas probabilidades de éxito, aparte de que crean más problemas de los que pretenden resolver.
El sostén. Lo que sostiene a un gobierno es uno de dos mecanismos. O los dos. El primero se refiere a un conjunto de instituciones sólidas. El Presidente, una vez electo, cumple su período a menos que sea enjuiciado; en el caso de los regímenes parlamentarios el jefe del gobierno se mantiene mientras tenga mayoría en el parlamento o hasta que le nieguen el voto de confianza. Hay procedimientos para alcanzar y salir de la jefatura gubernamental, que no dependen de la popularidad. Un ejemplo es lo que ocurre con George W. Bush. Es un Presidente despanzurradamente impopular, incluso ya lo rechaza un sector republicano; sin embargo, las instituciones funcionan y, en general, no se cuestiona que termine su mandato.
El otro mecanismo para sostenerse en el poder es el del apoyo popular. Puede que las instituciones no sean sólidas y se armen frecuentes bochinches institucionales, pero un sólido y organizado apoyo ciudadano permite surfear entre los vaporones que suponen sociedades muy desestructuradas.
En Venezuela pareciera que durante mucho tiempo hubo cierta solidez institucional, que permitió que presidentes convertidos en figuras impopulares terminaran sus mandatos, en medio de la rechifla callejera. La crisis del Estado y de la sociedad en la década de los 80 comenzó a horadar esa relativa solidez, lo cual fue evidente en el segundo gobierno de Pérez. En este caso, la pérdida de apoyo popular y la descomposición de factores clave como los partidos políticos, permitieron que las élites acabaran con ese gobierno que terminó sin base social. Después vino Caldera, elegido por una abigarrada primera minoría, y como fue incapaz de amasar un apoyo social consistente su gobierno terminó hecho astillas.
Con el régimen chavista, los desarreglos institucionales se profundizaron. Se destruyeron los tejidos sociales, desaparecieron las élites, se liquidaron las instituciones que la democracia había logrado construir, y Chávez se erigió en el líder y representante de una avasalladora fuerza callejera. Avanzó sin respiro porque contaba con el fervor popular suficiente como para derribar el templo sin que fuesen aplastados los santos que allí se guarecían. Así ocurrió durante un tiempo; pero, todo, al parecer, se derrumbó.
Sin Instituciones y Sin Pueblo. El gobierno, poco a poco, se ha convertido en una masa amorfa y putrefacta. Al destruir las instituciones, no puede operar sino con el auxilio de estructuras mafiosas, de negociantes, de recién llegados a las arcas de Rico Mac Pato. Los problemas que agobian a los venezolanos no son enfrentados por los organismos del Estado a los que correspondería hacerlo, los ciudadanos han sido dejados a la intemperie y las contradicciones en el otrora sólido bloque chavista expresan un descontento creciente. Chávez dejó de ser el jefe de un poderoso movimiento popular unificado, para ser el centro de las negociaciones entre grupos, dirigentes y bandas, que pelean a cuchillo entre sí y que ya no le obedecen sin chistar.
Sigue con el palo y la zanahoria en las manos, tiene los instrumentos de represión y el presupuesto nacional, que no son poca cosa; sin embargo, ya no es la encarnación de un proyecto de cambio sino el administrador de un botín. Basta hablar en forma privada con los chavistas, los de a pie y los de corbata de 300 dólares, para apreciar el hastío.
No es que prefieran a los partidos opositores; no. Tampoco es que deseen ver a Carlos Andrés Pérez o a Caldera en el poder; para nada. Lo que les ocurre es que de apreciar en Chávez una esperanza pasaron a observarlo como un peligro: olisquean que lo que éste promete hacia el futuro no es la redención revolucionaria, sino que le abra el espacio a un jefe militar, amolado y posiblemente de derecha, que se ofrezca a poner "orden".
Patético. Lo más reciente ha sido el escándalo con las computadoras de Reyes. El frenético ataque a la Interpol, que se había limitado a investigar si los dispositivos habían sido alterados, confirmando que no habían sido manipulados, desató un "ataque preventivo" de Chávez sobre esa institución, así como en contra de Colombia, EEUU, y todo lo que se moviera en el espacio próximo al querrequerre barinés.
Debe notarse que fuera de Rafael Correa y en menor grado de Daniel Ortega, todo el mundo está haciéndose el loco. La zanganería de Lula, que un día dice que sólo los "dictadorcitos" buscan reelegirse indefinidamente, para luego llegar a la idiotez de afirmar que Chávez es el mejor Presidente que Venezuela ha tenido en 100 años, muestra un cierto intento de no disgustarlo pero también de tenerlo a raya.
La Salida. En este marco, es muy difícil que Chávez se sostenga sin bases institucionales y sin apoyo popular organizado y sólido. Su partido está dividido; sus aliados están descontentos; los personajes a los que ha apelado y ha degradado en el curso de los años, los tira al pajón; muchos de los suyos saben que son desechables; de lo cual resulta un panorama poco propicio a la estabilidad. Puede ser posible que una facción del chavismo o varias de éstas encuentren que la posibilidad de su sobrevivencia ya no pasa por mantener a Chávez sino por sustituirlo. De allí que no sea imposible un vasto acuerdo que busque algún camino para reconstruir la gobernabilidad democrática de Venezuela. En el momento en que esto se plantee, una discreta petición a Chávez para que se haga a un lado podría convertirse en fuerza irresistible.
Claro, aquí no se ha hablado de otros imponderables: inflación incontrolada , escaseces, crímenes al por mayor, furia en las calles; asuntos que pueden prender fogones sobre los cuales esta columna, por exceso de prudencia, no discurre hoy.
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