Pero el afán de capitalizar, contaminar y polarizarlo todo, con la intención de sacarle provecho político, como se hizo con la delegación de atletas que nos representó (a todos los venezolanos y no a una parcialidad conocida como chavista) me permite referirme a la materia sin complejos ni remordimientos.
En primer lugar lo último: este domingo quedó claro que el centro de todo proceso de preparación para la competencia, los atletas, son tratados como esclavos, al decir de la esgrimista Alejandra Benítez, quien se ganó una medalla de oro a la valentía al tocar, con la espada de su verdad, al intocable bocón que anunció, hace sólo un mes, que nuestra actuación en Beijing constituiría "un salto histórico".
Infeliz "boutade" porque la realidad se encargó de desmentirlo con tal contundencia que sólo un caradura como él pudo afirmar luego que no le "importaban las medallas u ordenarle a Pdvsa que abra un centro de alto rendimiento para atletas, cuando esto debió hacerse antes de los juegos y no en la petrolera (que sirve para todo y no sirve para nada) sino en el IND o en el COV. Sólo que la guerra a cuchillo entre la ministra Mata y el señor Álvarez seguramente no lo permitió.
En todo caso, si no se nos hubiera vendido a través de una dispendiosa campaña publicitaria (Oro a la Revolución) que sería la mejor actuación en las olimpíadas, con una delegación sin precedentes en el número de atletas y con la promesa de cinco medallas, la decepción no habría sido tan grande.
Se iba a demostrar que la revolución pare héroes deportivos por docenas y que a diferencia de los gobiernos de la cuarta república, el "hombre nuevo" emergería de las piscinas, de las pistas, de las canchas, de los lagos, de las montañas y de los gimnasios chinos.
Aparte del bluff que se les convirtió en boomerang, lo grave de esto reside en haber dividido el sentimiento nacional, al excluir de los presuntos triunfos a más de la mitad de la población, buena parte de la cual, quizás equivocadamente, dejó de sentir a los atletas como suyos cuando éstos sólo eran las víctimas de una idiota manipulación que terminó en estruendoso fracaso.
En otras épocas los gobiernos eran más bien indiferentes al deporte, las delegaciones a los juegos pequeñas y las expectativas aún más pequeñas. Pero con un puñado de deportistas que fueron a México, Morochito Rodríguez se trajo un oro inolvidable. Así fue antes con Devonish (bronce) y luego con Gamarro (plata), Vidal o Carmona. Pero ahora el oro lo ganamos en el tamaño del fracaso, extensible a todo lo que toca esta mal llamada revolución y el rey Midas (al revés) que la preside.
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