Esto no es sólo una muestra de debilidad del proyecto socialista sino un vulgar ultraje a los seguidores del proceso, a quienes se les exige el voto a cambio de bienes materiales y servicios que están plasmados como obligatorios tanto en las constituciones del 61 como en la bolivariana, valga recordar, la mal llamada “bicha”.
En realidad, ha resultado ser una verdadera Bicha, porque hasta ahora no sólo es el instrumento que permite al jefe del Estado cualquier atropello contra los derechos de los ciudadanos, sino que, entre sus resquicios, se han ido abriendo las puertas para que legalicen, ya sea desde la Fiscalía, la Contraloría o el Tribunal Supremo, actos contrarios a la esencia democrática real y participativa que supuso la Constitución aprobada.
En Venezuela ya el hecho de colocarle un sobrenombre a algo implica una desvalorización de lo renombrado (cuando se refiere a gobernantes), y también un manejo familiar o grupal, es decir, excluyente, del resto de los ciudadanos. La Bicha terminó siendo el instrumento de un abusador político necesitado de construir una legalidad a partir de un acto popular legitimador.
¿Y ahora qué ocurre? Pues que la Constitución no llena sus deseos de poder, sus expectativas de arbitrar las cuestiones públicas sin que nadie reclame y sus intenciones de concentrar un solo y único poder anidado en Miraflores.
Es claro que hoy la gente exija el máximo respeto de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, aprobada como modelo de conducta pública, jurídica y social, y que el Presidente, por el contrario, se niegue a cumplir con el proyecto para el cual se le dio respaldo legal y constitucional. Es su capacidad de fingimiento lo que ha creado esta profunda crisis que vivimos.
Ahora resulta que, con toda desfachatez, el Presidente de la República nos dice que si no votamos por sus candidatos, entonces ya no habrá cupos y becas en la educación, atención en los hospitales o alimentos baratos en los mercados. A partir de ahora los venezolanos, oficialistas u opositores, debemos preguntarnos si los mandatos de la “mejor Constitución del mundo” obedecen y obligan a que cualquiera de nosotros deposite un voto a favor de los chavistas para que siga vigente.
El Presidente cree que si alguien es dócil a sus mandatos entonces es un buen revolucionario. Menuda caracterización moral de un régimen, basada en lo que, por ejemplo, el general Pinochet concedía como una gracia a sus militares y verdugos de la policía. El apoyo, el arrodillamiento y la destreza en besar botas de soldados era el pasaporte para vivir y sobrevivir. Pero los tiempos han cambiado y las constituciones cada vez son menos adjetivas y más obligantes que en la época de Pinochet.
Editorial - El Nacional
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