El comandante en su laberinto tiene dos caminos: uno malo y otro peor. El malo implica contarse en los comicios del 23 de noviembre, lo que significa perder poder de manera clara y explícita porque por muy mal que esté la oposición (sobre todo aquellos que se empeñan en ver el vaso medio vacío) lo que suceda para ese sector siempre será ganancia, mucho más de lo que tiene actualmente. En la práctica estamos hablando de un contrapeso al dominio total que actualmente posee de la mayoría de las instancias, y en relación a las 26 leyes aprobadas por vía de la habilitante la eventual conformación de un bloque que puede arruinarle la aplicación de esta "espada de Damocles" que pende sobre el cuello de la sociedad venezolana. No es lo mismo tener todos los poderes y la amplísima mayoría de los gobiernos regionales, a perder la mitad de estos últimos (por decir lo menos). Así que ese camino no le conviene a quien está decidido a "meter en un puño" a todo el país.
El otro camino, el peor, es el que comienza a transitar de manera alocada, irracional, visceral y sin sentido: el de la radicalización. Por eso capítulos como los de las 26 leyes, la "onda nacionalizadora", el otro listado de proyectos que quedó en manos de la Asamblea Nacional, la chequera generosa y facilona que vuela hasta las antípodas en caso de ser necesario, la utilización de la Fuerza Armada recién bautizada Bolivariana como "brazo ejecutor" de la ilegalidad, el nerviosismo ante lo que comienza a suceder en Miami con el correlato de la corrupción a propósito del caso de la maleta y cómo este promete poner al descubierto toda la madeja nauseabunda de relaciones "nada santas". Así las cosas tras bastidores, los rojos rojitos comienzan a preocuparse, porque esa otra vía, la del carrito chocón con motor de Ferrari lo que los podría llevar es al caos y a una mayor anarquía. En primer lugar, porque ya la conciencia y la organización vuelven a flotar en el ambiente y en segundo lugar, porque lejos de ahuyentar de las urnas electorales a la colectividad pudieran hacer la alquimia de transformar unas elecciones regionales en un nuevo y gran referéndum.
Claro que siempre tendría la opción de aceptar un eventual resultado adverso, asumir el poder compartido y tratar de gobernar lo mejor posible el largo tiempo que aún le queda, pero eso sería negar su propia naturaleza y el "por ahora" como filosofía de vida. Así que esa es la alternativa negada.
¿Lo que nos espera? No hay que ser adivinos. Más conflictos, más forcejeos entre la sociedad democrática y quienes pretenden perpetuarse (a como dé lugar) en el poder, más medidas efectistas y más retórica socialistoide para tratar de tapar la corrupta doble moral ultraconsumista y verdaderamente capitalista de su entorno. Diríamos "pitiyanqui", pero el término huele a naftalina.
El otro camino, el peor, es el que comienza a transitar de manera alocada, irracional, visceral y sin sentido: el de la radicalización. Por eso capítulos como los de las 26 leyes, la "onda nacionalizadora", el otro listado de proyectos que quedó en manos de la Asamblea Nacional, la chequera generosa y facilona que vuela hasta las antípodas en caso de ser necesario, la utilización de la Fuerza Armada recién bautizada Bolivariana como "brazo ejecutor" de la ilegalidad, el nerviosismo ante lo que comienza a suceder en Miami con el correlato de la corrupción a propósito del caso de la maleta y cómo este promete poner al descubierto toda la madeja nauseabunda de relaciones "nada santas". Así las cosas tras bastidores, los rojos rojitos comienzan a preocuparse, porque esa otra vía, la del carrito chocón con motor de Ferrari lo que los podría llevar es al caos y a una mayor anarquía. En primer lugar, porque ya la conciencia y la organización vuelven a flotar en el ambiente y en segundo lugar, porque lejos de ahuyentar de las urnas electorales a la colectividad pudieran hacer la alquimia de transformar unas elecciones regionales en un nuevo y gran referéndum.
Claro que siempre tendría la opción de aceptar un eventual resultado adverso, asumir el poder compartido y tratar de gobernar lo mejor posible el largo tiempo que aún le queda, pero eso sería negar su propia naturaleza y el "por ahora" como filosofía de vida. Así que esa es la alternativa negada.
¿Lo que nos espera? No hay que ser adivinos. Más conflictos, más forcejeos entre la sociedad democrática y quienes pretenden perpetuarse (a como dé lugar) en el poder, más medidas efectistas y más retórica socialistoide para tratar de tapar la corrupta doble moral ultraconsumista y verdaderamente capitalista de su entorno. Diríamos "pitiyanqui", pero el término huele a naftalina.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario