Así como en un momento dado, que fueron muchos, el mundo lo convirtió a él, cualquier don nadie surgido de la nada, en uno de los hombres más afortunados y poderosos del planeta, ahora ese mismo mundo conspira contra él para decirle que el sueño maravilloso (para él y sus más íntimos), que se prolongó por una década, está llegando a su fin.
Claro, la rutina del vencedor nunca antes vencido y la costumbre de mandar para ser obedecido, no sólo por los hombres, sino también por los dioses (de la historia), le nublan el pensamiento y a fuerza de la tenacidad, la audacia, la violencia y el verbo anestesiante que lo acompañaron en su parábola tras el poder, se cree capaz, una vez más, de desafiar el sentido común y de vencerlo como solía ocurrir en el pasado.
Pobre hombre porque consciente como está de las razones que lo han llevado del gozo al pozo, insiste en evadirlas, en sacarlas de su discurso, cuando resulta materialmente imposible desterrarlas de una realidad concreta y tangible.
De manera que de las convergencias prodigiosas ha pasado a la peor conjunción de los astros que jamás haya enfrentado, porque los astros tienen su equivalencia terrenal en la suma coincidente de todos los males: ruina moral (encadenado como está junto con sus íntimos) a una red trasnacional de corrupción que atraviesa el continente). Impunidad escandalosa a la hora de ignorar los delitos y castigar a los culpables (¿cómo podría hacerlo si él es el principal involucrado?). Desprestigio internacional, como consecuencia de los anterior, que lo (auto) delata ante el mundo como lo que efectivamente es. Un tremendo pasivo social, la más gruesa de sus contradicciones (inclusión y redención de los oprimidos). Y un estado de indefensión de los ciudadanos, sometidos a una violencia general sin freno, que desdice de sus políticas sociales y de un discurso según el cual sólo elevando el nivel de vida de la población (empleo, vivienda, educación, salud) es posible erradicar las causas profundas de la inseguridad, cuando en verdad ha ocurrido exactamente todo lo contrario.
Claro, todo esto dejaría de tener sentido si, como venía ocurriendo hasta hace poco tiempo, lo acompañara el apoyo popular, donde reside el verdadero poder. Paradojas aparte, las mayorías se hartaron de la verborragia demagógica y luego de pronunciarse en contra de un proyecto político que las colocaba en condición de servidumbre ante un Estado manejado por un hombre solo, ahora lo harán contra un gobierno que ha fracasado hasta en lo que sus modelos históricos lograban éxito: la imposición totalitaria.
Así que no son los astros, ni los dioses, ni la fortuna, sino la gente la que le va a colocar los pies sobre la tierra al hombrecito en cuestión, dispuesta, como está, a desfacer el más grande entuerto de nuestra historia.
Claro, la rutina del vencedor nunca antes vencido y la costumbre de mandar para ser obedecido, no sólo por los hombres, sino también por los dioses (de la historia), le nublan el pensamiento y a fuerza de la tenacidad, la audacia, la violencia y el verbo anestesiante que lo acompañaron en su parábola tras el poder, se cree capaz, una vez más, de desafiar el sentido común y de vencerlo como solía ocurrir en el pasado.
Pobre hombre porque consciente como está de las razones que lo han llevado del gozo al pozo, insiste en evadirlas, en sacarlas de su discurso, cuando resulta materialmente imposible desterrarlas de una realidad concreta y tangible.
De manera que de las convergencias prodigiosas ha pasado a la peor conjunción de los astros que jamás haya enfrentado, porque los astros tienen su equivalencia terrenal en la suma coincidente de todos los males: ruina moral (encadenado como está junto con sus íntimos) a una red trasnacional de corrupción que atraviesa el continente). Impunidad escandalosa a la hora de ignorar los delitos y castigar a los culpables (¿cómo podría hacerlo si él es el principal involucrado?). Desprestigio internacional, como consecuencia de los anterior, que lo (auto) delata ante el mundo como lo que efectivamente es. Un tremendo pasivo social, la más gruesa de sus contradicciones (inclusión y redención de los oprimidos). Y un estado de indefensión de los ciudadanos, sometidos a una violencia general sin freno, que desdice de sus políticas sociales y de un discurso según el cual sólo elevando el nivel de vida de la población (empleo, vivienda, educación, salud) es posible erradicar las causas profundas de la inseguridad, cuando en verdad ha ocurrido exactamente todo lo contrario.
Claro, todo esto dejaría de tener sentido si, como venía ocurriendo hasta hace poco tiempo, lo acompañara el apoyo popular, donde reside el verdadero poder. Paradojas aparte, las mayorías se hartaron de la verborragia demagógica y luego de pronunciarse en contra de un proyecto político que las colocaba en condición de servidumbre ante un Estado manejado por un hombre solo, ahora lo harán contra un gobierno que ha fracasado hasta en lo que sus modelos históricos lograban éxito: la imposición totalitaria.
Así que no son los astros, ni los dioses, ni la fortuna, sino la gente la que le va a colocar los pies sobre la tierra al hombrecito en cuestión, dispuesta, como está, a desfacer el más grande entuerto de nuestra historia.
2 comentarios:
El pobre cojudo está loco, sabias que él hace todos los días que en su mesa sirvan un plato de comida para Simón Bolivar porque el libertador almuerza con él?
Realmente pobre tipo, esconde sus miedos y su locura detrás de sus gritos incoherentes
Jajaja. Ya había escuchado ese cuento antes. Quien sabe si será cierta (aunque no me extrañaría que así fuere)... Saludos...
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