A estas alturas de la campaña parece ya evidente que el 24 de noviembre el país amanecerá frente a una nueva realidad política con un número considerable de gobernadores y alcaldes liberados del dogal chavista.
Independientemente de las razones para votar contra los candidatos oficialistas (desechar definitivamente la reelección indefinida del Presidente, castigar la ineficacia y/o pronunciarse por líderes que realmente se ocupen de solucionar los problemas más angustiosos), la responsabilidad que contraigan los elegidos será del mismo tamaño que exhibe el fracaso del chavismo. Es decir, monumental.
Todo parece indicar que la estrategia dirigida a desviar la atención del desastre provocado a lo largo de toda una década perdida en el desatino, la corrupción y el desgobierno, no funcionó y la mayoría de los electores ha reaccionado con un enorme bostezo ante las denuncias por el supuesto magnicidio o las provocaciones (retención del general Baduel) para generar situaciones que justifiquen la suspensión de las elecciones.
La agenda real se ha impuesto a la prefabricada y la mayoría de los candidatos, antes que desviarse en debates inútiles sobre el fin del capitalismo o las perversiones leguleyas de Chávez, se ha ceñido juiciosamente a la atención del reclamo generalizado contra la inseguridad, la violencia, el hampa desatada, la basura y todos los males que tienen como lugar común la pobreza y la miseria.
De allí la enormidad del compromiso y la necesidad ineludible de cumplir con la palabra empeñada, lo cual, no será fácil ni mucho menos. Primero será necesario enfrentar, al unísono (recreación de las asociaciones de gobernadores y alcaldes) vencer el centralismo exacerbado que pretende convertir a los mandatarios regionales en jarrones chinos, despojado de sus poderes y recursos. Luego, y esto por segundo, no es menos importante, frenar la sangría que le cuesta la vida a unos 13 mil venezolanos cada año.
Una tarea cuesta arriba porque la dimensión del problema escapa de los medios con los cuales puede contar una gobernación y una alcaldía. Siendo, como es, un fenómeno nacional, sólo la integración de esfuerzos y el desarrollo de estrategias conjuntas podrá arrojar resultados positivos
Así, no se trata, por ejemplo, de que Ledezma, Capriles, Ocariz y Stalin aparezcan juntos en actos políticos para transmitir una sensación de unidad que incremente el caudal electoral, sino de acordarse en torno a planes globales sobre temas como el transporte, la basura, el ornato y la cultura.
No basta, entonces con ser eficaces, también se debe probar cómo una concepción democrática y descentralizada es la salida ante al autoritarismo centralizador aferrado al poder sólo por el poder. Si fracasan Chávez se queda.
Independientemente de las razones para votar contra los candidatos oficialistas (desechar definitivamente la reelección indefinida del Presidente, castigar la ineficacia y/o pronunciarse por líderes que realmente se ocupen de solucionar los problemas más angustiosos), la responsabilidad que contraigan los elegidos será del mismo tamaño que exhibe el fracaso del chavismo. Es decir, monumental.
Todo parece indicar que la estrategia dirigida a desviar la atención del desastre provocado a lo largo de toda una década perdida en el desatino, la corrupción y el desgobierno, no funcionó y la mayoría de los electores ha reaccionado con un enorme bostezo ante las denuncias por el supuesto magnicidio o las provocaciones (retención del general Baduel) para generar situaciones que justifiquen la suspensión de las elecciones.
La agenda real se ha impuesto a la prefabricada y la mayoría de los candidatos, antes que desviarse en debates inútiles sobre el fin del capitalismo o las perversiones leguleyas de Chávez, se ha ceñido juiciosamente a la atención del reclamo generalizado contra la inseguridad, la violencia, el hampa desatada, la basura y todos los males que tienen como lugar común la pobreza y la miseria.
De allí la enormidad del compromiso y la necesidad ineludible de cumplir con la palabra empeñada, lo cual, no será fácil ni mucho menos. Primero será necesario enfrentar, al unísono (recreación de las asociaciones de gobernadores y alcaldes) vencer el centralismo exacerbado que pretende convertir a los mandatarios regionales en jarrones chinos, despojado de sus poderes y recursos. Luego, y esto por segundo, no es menos importante, frenar la sangría que le cuesta la vida a unos 13 mil venezolanos cada año.
Una tarea cuesta arriba porque la dimensión del problema escapa de los medios con los cuales puede contar una gobernación y una alcaldía. Siendo, como es, un fenómeno nacional, sólo la integración de esfuerzos y el desarrollo de estrategias conjuntas podrá arrojar resultados positivos
Así, no se trata, por ejemplo, de que Ledezma, Capriles, Ocariz y Stalin aparezcan juntos en actos políticos para transmitir una sensación de unidad que incremente el caudal electoral, sino de acordarse en torno a planes globales sobre temas como el transporte, la basura, el ornato y la cultura.
No basta, entonces con ser eficaces, también se debe probar cómo una concepción democrática y descentralizada es la salida ante al autoritarismo centralizador aferrado al poder sólo por el poder. Si fracasan Chávez se queda.
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