Si algo tiene la revolución bolivariana es su increíble capacidad para producir eventos que por su peso e importancia le dan relevancia mundial. El proceso sufre de elefantiasis ejecutoria. Todo lo hace gigante, enorme. De proporciones exageradas. El arsenal de marcas mundiales incluye promesas, mentiras, obras, compra de armas, gastos, corrupción, insultos. De todo. Es en esos ámbitos donde la revolución se desempeña mejor en el arte de ser insuperable, realmente invencible.
El gasoducto del Sur, el tren del Sur, el parque La Carlota, la nueva autopista Caracas-La Guaira, las quiebras de las empresas nacionalizadas, los desfalcos de los bancos del Estado, el repotenciado sistema eléctrico nacional, la revolución agroalimentaria, el desarrollo endógeno, los gallineros verticales, los cultivos organopónicos, el control de cambio como barrera contra la fuga de divisas, la utilidad de los acuerdos económicos y políticos con Cuba, la ventajosa asociación estratégica con Bolivia, Nicaragua y Ecuador, vender el maridaje con los terroristas del las FARC como un asunto de justicia social, culpar al imperio de todo lo mal que hacen los burócratas revolucionarios, hacerse los locos con todo lo relacionado al maletinazo de Antonini alegando que es una trampa de la CIA, la formación de la red de funcionarios más corrupta y ladrona de la historia de Venezuela, fundamentar la relación entre gobernante y gobernados en el más grosero narcisismo, regalarle la plata a Evo mientras se derrumban las calles de todo el país, el cuento de la independencia frente a las potencias, el lacayismo ante Fidel, el piticastrismo desatado, la alcahuetería con delincuentes de cuello blanco, rojo y verde.
En diez años casi no se ha salvado nada del gigantismo revolucionario. La derrota de la inflación, la crisis financiera global no impactará a Venezuela, el fracaso de la revolución deportiva en las Olimpíadas de China, el floral lenguaje del líder fundamental, el triste papel de castrados políticos que juegan los candidatos recogiditos del socialismo de embuste, afirmar sin que les tiemble el pulso que el PSUV es un partido. Patria, socialismo o muerte. La alianza cívico-militar. La participación del pueblo. La ridiculez de los camisones rojos. Poner a los empleados públicos a barrer las calles mientras la cúpula encuentra socios en Miami. La muy revolucionaria obesidad de la dirigencia cívico-militar del proceso. La inocultable cobardía que empuja las inhabilitaciones políticas y los juicios penales forzados. La tremenda sombra de coba que acompaña al bolívar fuerte desde su nacimiento. No habrá devaluación. Venezuela será una potencia mundial. Ahora sí se construyen escuelas y hospitales. Los apartamentos dignos. La reconstrucción de Vargas. Y, lo peor, la hipocresía de venderse como sacrificados revolucionarios cuando en realidad son expertos en finanzas internacionales.
El gasoducto del Sur, el tren del Sur, el parque La Carlota, la nueva autopista Caracas-La Guaira, las quiebras de las empresas nacionalizadas, los desfalcos de los bancos del Estado, el repotenciado sistema eléctrico nacional, la revolución agroalimentaria, el desarrollo endógeno, los gallineros verticales, los cultivos organopónicos, el control de cambio como barrera contra la fuga de divisas, la utilidad de los acuerdos económicos y políticos con Cuba, la ventajosa asociación estratégica con Bolivia, Nicaragua y Ecuador, vender el maridaje con los terroristas del las FARC como un asunto de justicia social, culpar al imperio de todo lo mal que hacen los burócratas revolucionarios, hacerse los locos con todo lo relacionado al maletinazo de Antonini alegando que es una trampa de la CIA, la formación de la red de funcionarios más corrupta y ladrona de la historia de Venezuela, fundamentar la relación entre gobernante y gobernados en el más grosero narcisismo, regalarle la plata a Evo mientras se derrumban las calles de todo el país, el cuento de la independencia frente a las potencias, el lacayismo ante Fidel, el piticastrismo desatado, la alcahuetería con delincuentes de cuello blanco, rojo y verde.
En diez años casi no se ha salvado nada del gigantismo revolucionario. La derrota de la inflación, la crisis financiera global no impactará a Venezuela, el fracaso de la revolución deportiva en las Olimpíadas de China, el floral lenguaje del líder fundamental, el triste papel de castrados políticos que juegan los candidatos recogiditos del socialismo de embuste, afirmar sin que les tiemble el pulso que el PSUV es un partido. Patria, socialismo o muerte. La alianza cívico-militar. La participación del pueblo. La ridiculez de los camisones rojos. Poner a los empleados públicos a barrer las calles mientras la cúpula encuentra socios en Miami. La muy revolucionaria obesidad de la dirigencia cívico-militar del proceso. La inocultable cobardía que empuja las inhabilitaciones políticas y los juicios penales forzados. La tremenda sombra de coba que acompaña al bolívar fuerte desde su nacimiento. No habrá devaluación. Venezuela será una potencia mundial. Ahora sí se construyen escuelas y hospitales. Los apartamentos dignos. La reconstrucción de Vargas. Y, lo peor, la hipocresía de venderse como sacrificados revolucionarios cuando en realidad son expertos en finanzas internacionales.
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