Aunque los resultados de la oposición resultan lo suficientemente esperanzadores como para no buscar culpables, hay una serie de reveses que habrían podido ser victorias si hubiera cristalizado la unidad en estados y municipios donde la dispersión jugó a favor de los candidatos chavistas. Es ese el caso del municipio Libertador en Caracas y de las gobernaciones de Anzoátegui, Bolívar, Barinas y Guárico.
Si Claudio Fermín, Benjamín Rausseo, Antonio Rojas Suárez y Rafael Simón Jiménez no insisten en candidaturas que, llegado un momento, estaba clarísimo carecían de todo chance, el afianzamiento del movimiento democrático habría sido mayor y Chávez no habría podido reclamar una victoria irreal porque los números no le alcanzan para plantear la reelección indefinida con alguna posibilidad de éxito.
Sin embargo, el escenario planteado luego de la jornada del domingo le permite jugar con los resultados y seguir acariciando la vieja obsesión. Un verdadero contratiempo porque la gente demostró, con el voto, que está cansada de la confrontación y del perenne forcejeo político entre un bando y el otro. Entrar en otra campaña electoral con vistas a un pretendido referéndum se convertiría en una traición a los electores que sólo piden que no lo asesinen en la esquina, le recojan la basura con prontitud, le tapen los huecos en la calle y le garanticen oportuna atención médica a la hora de enfermarse. Máxime cuando Chávez ya no puede blasonar de una renta petrolera inagotable y de millones de venezolanos más enamorados de su imagen que él mismo.
No vamos a despotricar de esos hombres que por diversas razones, quizás valederas en algunos casos, pusieron sus ambiciones personales por encima de intereses más elevados. Preferimos presumir, por conocerlos a casi todos, de su buena fe en el momento de equivocarse, pero tampoco podemos ignorar el daño causado a un laborioso y traumático proceso de unidad donde no pocos dirigentes dieron su brazo a torcer luego de salir perdedores en la competencia por las candidaturas.
Como contrapartida se debe reivindicar a un colectivo de la clase media, sobre todo en Baruta, cuya participación masiva (84%) decidió los triunfos de Ledezma en Caracas, de Capriles en Miranda y de Ocariz en el Municipio Sucre. Pero también hay que reconocer el esfuerzo de los demás candidatos ganadores quienes, luchando en inferioridad de condiciones ante un gobierno inescrupuloso y sobrado de recursos, asumen ahora liderazgos emergentes bautizados por el voto ciudadano. Ellos se sometieron a las reglas de juego, vencieron resistencias internas, pusieron a prueba su paciencia, alargaron la tolerancia, algunos salieron magullados a pelear con el adversario y triunfaron. Sólo que ahora es cuando comienza su verdadera lucha: la de gobernar.
Si Claudio Fermín, Benjamín Rausseo, Antonio Rojas Suárez y Rafael Simón Jiménez no insisten en candidaturas que, llegado un momento, estaba clarísimo carecían de todo chance, el afianzamiento del movimiento democrático habría sido mayor y Chávez no habría podido reclamar una victoria irreal porque los números no le alcanzan para plantear la reelección indefinida con alguna posibilidad de éxito.
Sin embargo, el escenario planteado luego de la jornada del domingo le permite jugar con los resultados y seguir acariciando la vieja obsesión. Un verdadero contratiempo porque la gente demostró, con el voto, que está cansada de la confrontación y del perenne forcejeo político entre un bando y el otro. Entrar en otra campaña electoral con vistas a un pretendido referéndum se convertiría en una traición a los electores que sólo piden que no lo asesinen en la esquina, le recojan la basura con prontitud, le tapen los huecos en la calle y le garanticen oportuna atención médica a la hora de enfermarse. Máxime cuando Chávez ya no puede blasonar de una renta petrolera inagotable y de millones de venezolanos más enamorados de su imagen que él mismo.
No vamos a despotricar de esos hombres que por diversas razones, quizás valederas en algunos casos, pusieron sus ambiciones personales por encima de intereses más elevados. Preferimos presumir, por conocerlos a casi todos, de su buena fe en el momento de equivocarse, pero tampoco podemos ignorar el daño causado a un laborioso y traumático proceso de unidad donde no pocos dirigentes dieron su brazo a torcer luego de salir perdedores en la competencia por las candidaturas.
Como contrapartida se debe reivindicar a un colectivo de la clase media, sobre todo en Baruta, cuya participación masiva (84%) decidió los triunfos de Ledezma en Caracas, de Capriles en Miranda y de Ocariz en el Municipio Sucre. Pero también hay que reconocer el esfuerzo de los demás candidatos ganadores quienes, luchando en inferioridad de condiciones ante un gobierno inescrupuloso y sobrado de recursos, asumen ahora liderazgos emergentes bautizados por el voto ciudadano. Ellos se sometieron a las reglas de juego, vencieron resistencias internas, pusieron a prueba su paciencia, alargaron la tolerancia, algunos salieron magullados a pelear con el adversario y triunfaron. Sólo que ahora es cuando comienza su verdadera lucha: la de gobernar.
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