El factor sorpresa (iniciar una campaña cuando la anterior aún no finaliza), el uso indiscriminado y delictivo de los recursos del Estado, así como la presunta capacidad de convocatoria de un líder que desplegará toda el ansia del proceso en la concreción de su enfermiza ambición de poder, son los factores que juegan a favor de Hugo Chávez.
Era obvio que una inocultable ansiedad y las proyecciones de lo que se le viene encima al país lo llevaron a emprender la aventura de la reelección perpetua, aun antes de conocer los resultados del 23N, difíciles de tragar en la perspectiva de su objetivo supremo. No se produjo la victoria aplastante por la cual luchó a brazo partido, que sería el trampolín para lanzar la enmienda con alguna certeza de éxito. Todo lo contrario, si se guiara por el sentido común a estas alturas se habría resignado con los cuatro años de poder que aún le quedan (todo un período presidencial en otros países) y estaría dedicado a terminar con algo de criterio el más errático y calamitoso mandato jamás sufrido por el país. Pero como en él no existe el sentido común, sino un (sin) sentido poco común (¿quién podía pensar que un golpista fracasado llegaría al poder en elecciones?), decidió jugarse el todo por el todo porque, a fin de cuentas, si no se lanza habrá perdido definitivamente el chance y si lo hace, como lo hizo, pensará él, cualquiera cosa puede pasar.
Golpea primero y haciendo gala de su mezquino primitivismo político, no exento de un perverso sentido del cálculo, priva a los gobernantes de oposición de sus atribuciones y así chantaje a los electores con un argumento tácito, haciéndoles sentir que si con sus gobernadores y alcaldes se vivía en el caos, la inseguridad y la mugre, con los de oposición la cosa será peor.
Viene, luego, a raspar la olla y a comerse lo poco de las reservas internacionales que aún quedan, en postrer esfuerzo de clientelismo populista dirigido a comprar barato una predominante conciencia democrática ya probada con la demostración del 2D. Viajará por todo el país, hablará veinte horas diarias, la cadena será perpetua, insultará, amenazará, pintará edenes, ofrecerá lo que nunca cumplió, imaginará paraísos (artificiales), sudará como nunca, fumará más que nunca, no pegará un ojo y todo por él y sólo por él.
¿Podrá torcer la ya perceptible tendencia al deterioro de un discurso que luce vacío y un liderazgo agotado en sus contradicciones? ¿Aceptará el electorado legitimar, por la vía del voto, la consolidación de una tiranía? No lo creo, pero tampoco será fácil ganar. Todo depende de la alternativa democrática (oposición, chavismo crítico y ni nis) que tiene a su favor tres factores: en este tipo de elecciones no es posible dividirse, la abstención ya no favorece a Chávez y, hasta ahora, la gran mayoría se opone al delirio reeleccionista.
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