Lo fue cuando acunó los sueños golpistas en la academia militar; lo fue cuando ordenó asesinar a modestos soldados y ciudadanos que se le cruzaron en el camino en aquellos aciagos días de febrero y noviembre de 1992; lo fue cuando ocultó sus garras disfrazado de demócrata ejemplar.
Mientras contó con la suerte del destino y el carnaval del petróleo, pudo escudarse en su constitución. Eran otros tiempos. Y esos tiempos terminaron. Se agotó el demócrata. Ahora, cuando la historia le da la espalda y todo le señala la puerta de salida, muestra la inmundicia y la maldad que guarda en su corazón. Y pretende darle el palo a la lámpara para entronizarse dictatorialmente en el Poder. Para lograrlo, ordena gasificar al estudiantado. Ya tiene un muerto más a su haber. Él fue quien ordenó asesinar al estudiante de la UDO, gasificado por su guardia pretoriana. Él, quien armó a las tropas de choque de Lina Ron para que asaltaron a la Prefectura de la Alcaldía Metropolitana. Él quien ordenó entregarle armamento de guerra y bombas lacrimógenas a los SS de la Piedrita. Él quien mueve a los títeres rojo rojitos que hacen vida en los escondrijos del extremismo universitario y asaltan asambleas estudiantiles para impedir el debate y el diálogo.
Basta de tratarlo como a un demócrata. Que se tutee con Lula da Silva y reciba la bendición de Michelle Bachelet - ¡qué insólita ceguera! - no le quita un ápice del militar fascista que siempre fue. Que todas las naciones de la región, con la honrosa excepción de los Estados Unidos y el Canadá, miren de soslayo y practiquen la misma política de apaciguamiento que practicaran las potencias europeas frente a la prepotencia de Adolfo Hitler, no lo hace menos abominable. Es una cría de Fidel, un remedo de Perón pero sobre todo un lejano epígono de Hitler y de Mussolini. Basura nazi-fascista.
Que sus SS y sus SA invadan los espacios de nuestros gobiernos e impidan el funcionamiento de nuestros funcionarios en Miranda, en Táchira o en Caracas no se debe al espontaneismo de la zarrapastrosa barbarie de Lina Ron, los Tupamaros o los secuaces de Juan Barreto. Tampoco a la ignominia de un generalato cómplice del asalto a nuestras instituciones y segundones de un dictadorzuelo para vergüenza y deshonra de la institución militar. Se debe a quien usurpa la presidencia de la república y gobierna de facto sobre un país atropellado, aplastado y anonadado ante tanta iniquidad.
El secuestro a un funcionario de la Alcaldía Metropolitana, el atropello de sus analfabetas universitarios y el asesinato de jóvenes estudiantes corresponde a una política largamente planificada en Miraflores, preparada en complicidad con los esbirros del castrismo y la canalla izquierdista que sobrevive en los viejos e insignificantes partidos del estalinismo venezolano.
El sacrilegio cometido por sus bandas armadas contra la Sinagoga de Caracas pone la guinda sobre la pestilente torta de su castro fascismo. Pero se equivocan quienes le temen: esos desmanes son los estertores de un régimen que boquea y comienza a entrar en la agonía. Chávez perdió el tren de la historia. Sus gritos y obscenidades son reclamos de paralítico. Le espera el abismo.
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