La de ayer resulta quizás la victoria electoral más impresionante y sorpresiva obtenida por el presidente de la República, Hugo Chávez, a lo largo de su carrera política.
Eso es así porque pocas veces el eterno candidato había iniciado una campaña con un porcentaje de apoyo (en este caso a su propuesta de reelección indefinida) tan bajo (30%) y al mismo tiempo un porcentaje de rechazo tan alto (70%).
Pero no sólo eso, sino que con los números en contra y atenazado por el tiempo (había que actuar antes que entrara la crisis económica y sólo contaba con algo más de dos meses) logró remontar la cuesta e incluso tomar una ventaja que, en definitiva, llegó a casi 10% (unos 963 mil votos en cifras absolutas).
Llegados a este punto habría que hacer la salvedad obvia: la utilización fraudulenta y abusiva de todo el aparato estatal, con su carga de corrupción, peculado, chantaje y persecución.
Está claro que cualquier tipo de escrúpulo que pudiera tener desaparece a hora de conseguir sus objetivos. Por eso y porque tiene afinado el sentido de las oportunidades decidió, valido de su dominio de las instituciones, un referéndum que tomó por sorpresa a una oposición fatigada por el esfuerzo electoral de noviembre.
Lo tenía medido y calculado hasta el último detalle, de manera que cuando se lanzó a la campaña, ya la estrategia estaba diseñada, los recursos disponibles y los equipos políticos listos para entrar en acción.
Otro factor está en los dirigentes del PSUV, quienes comprendieron, luego de las elecciones de noviembre, que el chavismo sin Chávez era una quimera. Es decir, que la continuación en el poder pasaba por un Chávez para siempre. Y eso abroqueló a las facciones que andaban dispersas y enfrentadas.
Muy bien, ¿pero qué pudo haber pasado para que una mayoría que había rechazado una propuesta tan aberrante como la de una presidencia vitalicia (que en nuestro caso apunta hacia una dictadura) haya cambiado de opinión en un período tan corto como catorce meses? (si analizamos porcentajes, encontraremos que mientras la oposición bajó de 50% obtenido el 2D a 45% de ayer, Chávez subió de 49 a 54).
La responsabilidad no está en los votantes o en la ausencia de una cultura democrática que los habría llevado a actuar como veletas. Tampoco en los estudiantes, sobre cuyos hombros se dejó reposar una carga demasiado pesada.
Muchos menos en esos cinco millones que votaron consciente y militantemente por el rescate democrático. Está en todos ellos y, sobre todo, en unos partidos y una dirigencia que debe comprender, de una vez por todas, que sin una real, profunda y bien articulada unidad política, con una estratega definida y la capacidad de ir más allá del rechazo, no habrá manera de vencer a Chávez.
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